martes, 26 de febrero de 2013

Yaco. ¡Un personaje singular!

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 84 del 27/11/2007
 En las pequeñas y medianas localidades que salpican el vasto territorio Argentino, en todas, sin excepción, han existido y lo hacen todavía, diversos personajes que se diferencian, y tal vez se hacen notar, por su pulcritud, rectitud, educación, sus exageradas manías de limpieza y metódicas regularidades; de esos no se habla demasiado. Pero los hay muy diferentes, totalmente opuestos, extravagantes en sus acciones y métodos, rigurosos e inflexibles a veces, tolerantes y condescendientes otras, con sus rarezas y caprichos, totalmente desinteresados o enteramente tacaños. De estos últimos hay infinidad de historias, a ellos se los recuerda más a menudo, generalmente con simpatía, puesto que han dejado muchas e invalorables anécdotas, todas encuadradas dentro de un moral indiscutida, observando siempre las buenas costumbres y, fundamentalmente, dentro de la honestidad. En este segmento hallamos a Yaco, nuestro personaje, dueño de una fuerte personalidad, hombre de bien, de buen pasar económico, pero que jamás regalaba algo, siempre prestaba las cosas o las cobraba a precios irrisorios y muy originales.

 Nereo, un exitoso productor agropecuario, muy amante del cine; decidió allá por década del '60 del siglo pasado, construir y poner en funcionamiento una modernísima sala cinematográfica, invirtiendo, para ese propósito, las rentabilidades que le otorgaba su cotidiana actividad. A tales fines adquirió un terreno céntrico y comenzó a materializar su proyecto. Yaco, también amante del séptimo arte, se enteró de la iniciativa de Nereo y ha menudo, cuando se encontraban circunstancialmente, le indagaba con interés de la marcha de la obra y otros detalles inherentes a la misma.

 En esos tiempos, Nereo, que vivía en el pueblo, debía trasladarse casi todos los días a su campo a efectos de realizar sus tareas habituales y o supervisar las ya emprendidas. Para tales fines se propuso adquirir algún pequeño vehículo, tipo utilitario, es decir, alguna camionetita.

 En eso andaba, cuando recordó que Yaco poseía una chatita Ford T, que no utilizaba, seguramente un automóvil de esas características que había sido reformado; en esas épocas solía ser muy común que tales modificaciones se realizaran con éxito. En uno de sus encuentros le preguntó si no tenía interés en venderla, de ser así, él sería un posible comprador, siempre y cuando el precio fuera razonable. Yaco le contestó con un rotundo "no", momentáneamente no pensaba desprenderse del vehículo. Y así quedaron las cosas.

 A los pocos días, Nereo recibió la visita de Yaco quien le requirió si todavía tenía interés en la Ford T. Nereo no se asombró demasiado por el ofrecimiento, sabía de las rarezas de su interlocutor. De inmediato quiso saber el valor, a lo que Yaco le comentó "decime che; ¿vos seguís firme con tu deseo de terminar el cine?", "por supuesto", respondió Nereo, "vamos despacio pero con constancia, si Dios quiere lo vamos a concretar". "Muy bien", dijo Yaco, "entonces te hago la siguiente proposición: te cambio la chatita por las entradas gratis a tu cine, para mí y mi esposa por el resto de nuestras vidas".

 Se conocían las extravagancias de nuestro personaje, pero esto era demasiado, Nereo pensó en principio que se trataba de una broma, aunque sabia que Yaco no las gastaba jamás. Obviamente no aceptó tal propuesta. Así se lo manifestó, "¡No puedo de ningún modo cerrar un trato de esta naturaleza! Al cine le falta un montón, recién estamos en sus comienzos; no Yaco, le agradezco su ofrecimiento, pero me resulta imposible prometer algo que tal vez no pueda cumplir; así no, póngale precio al Ford T, y lo discutimos". "Bueno", manifestó Yaco, y se marchó.

 Pasaron unos pocos días, tal vez 10, a lo mejor 15, no mucho más, cuando Yaco nuevamente visitó a Nereo. Esta vez lo hizo conduciendo personalmente el Ford T en cuestión, "Acá te traigo la chatita, ¡es tuya¡, con la condición que ya acordamos, las entradas sin cargo para el cine; ¡de por vida!". Nereo quedó totalmente perplejo, "¡De ninguna manera puedo aceptar esto!, no poseo la certeza de poder terminar mi propósito y, si lo consigo, no tengo idea de cuanto tiempo me llevará". "No te preocupés por eso", recalcó Yaco, "sé que lo conseguirás, sos un gran emprendedor y con toda seguridad finalizaras la obra, además estoy tratando con un hombre de bien; tu palabra me basta y sobra. Yo tendré mis plateas y vos la Ford T."

 Y así se cerró tal original trato. Nuestro protagonista, como ya lo acotamos, nunca regalaba nada, sin embargo, ésta era una original forma de hacerlo. Pero es necesario aclarar que el cine... nunca se terminó.

 Sin embargo, para no cometer omisiones en nuestra narrativa, debe dejarse constancia de que en esos tiempos Nereo explotaba otra sala cinematográfica, la única existente en la localidad, actividad que no desarrolló por mucho tiempo. Es posible que Yaco y su mujer hayan disfrutado, en algunas oportunidades, de las franquicias pactadas, aunque no en el cine en que pensaban hacerlo.

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 Nuevamente hallamos a nuestro protagonista en otro singular suceso. Humberto, vecino de Yaco, estaba efectuando algunas refacciones en su vivienda. Resulta que su hijo mayor se recibía de farmacéutico y había que hacer las comodidades necesarias para que abriera el comercio inherente a su profesión. Avanzadas ya las obras, hacían falta unos accesorios para el sistema de desagües, elementos que debían empotrarse en techos y paredes. En esos momentos tales componentes no se conseguían en el pueblo y resultaban de imperiosa urgencia para continuar con la labor. Albanesi sabiendo que Yaco podría tener algo así -siempre estaba construyendo o remodelando algo- lo fue a entrevistar para ver si poseía lo que él necesitaba. De ser afirmativo trataría de que se los vendiera o prestara.

 "Mirá Humberto!", dijo Yaco, "creo que tengo lo que buscás, vení, revisemos". Efectivamente ahí estaban los accesorios y caños que hacían falta, "Llévatelos nomás". "Perfecto", acotó Humberto, "luego me decís lo que te debo". "¡No nada!, te los presto".

Pasaron unos días y en un encuentro casual Humberto le comentó: "En cualquier momento te reintegraré lo prestado". "¿Qué, pensás demoler lo construido?". "De ningún modo" contestó riendo Humberto, ¿ para qué lo debería hacer?. "Para devolverme lo que te facilité"; dijo Yaco, "no aceptaré otra cosa". "¡Pero eso es imposible! esta todo dentro de las paredes", argumentó sorprendido Humberto," y bueno, algún día demolerás lo construido y entonces me repondrás lo prestado, así de sencillo", replicó Yaco," yo te suministré los artículos por tiempo indefinido, y no hablemos más del asunto".

 Otro insólito modo de obsequiar algo, sin reconocer tal circunstancia.

 Ha pasado el tiempo, nuestros protagonistas ya no viven, pero el edificio a que hacemos referencia existe, y dentro de sus paredes todavía se hallan los accesorios para desagües que motivaron esta historia. 

C. O. S.


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