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viernes, 17 de noviembre de 2023

Las viandas del Hotel Central, la fábrica de hielo y el sueño de la heladera propia

Por Norberto Oscar Dall´Occhio


El envío a domicilio de viandas portátiles era un hecho muy común en la década de 1940. Este servicio estaba a cargo del Hotel Central, cuyos dueños en esos momentos eran los señores Dafara y Aurelio.

El repartidor del Hotel, al mediodía llevaba el pedido del cliente en cacerolas enlozadas superpuestas en forma vertical sostenidas desde la base con un armazón de metal que terminaba con una manija. Algunas horas más tarde las pasaba a retirar.

En los días de mucho frío había familias que esperaban ansiosas esas exquisitas comidas bien calentitas, gracias a unas brasas encendidas colocadas en la base de la vianda. El menú habitual estaba conformado por ricas sopas, polenta con estofado, guiso de arroz y puchero criollo, entre los platos preparados por los excelentes cocineros del Hotel.

Por la calidad de las comidas elaboradas, era común en la zona que muchos viajantes de comercio que visitaban en coche los pueblos, a la hora de comer, se trasladaran a Santa Isabel para almorzar o cenar en el restaurante del Hotel Central.Tal era la fama bien ganada que supo conseguir este rincón isabelense.

El servicio de viandas duró hasta mediados de la década de 1940 pues un golpe de suerte les cambió la vida a Dafara y Aurelio. En diciembre de 1944 tuvieron la fortuna de poseer un décimo de la Lotería de la provincia de Sante Fe con el número 11.880, que correspondió al primer premio del sorteo del Gordo de Navidad y se convirtieron en nuevos ricos junto con otras personas de Santa Isabel que poseían los nueve billetes restantes, vendidos por la Agencia de Lotería de Santiago Lorenzatti, ubicada en la esquina de Sarmiento y General López.

Más adelante los afortunados, Dafara y Aurelio, vendieron el Hotel, se fueron del pueblo y tomaron otros rumbos.

En 1948 el Hotel fue comprado por la familia Bassignani.

Y ahora pasemos a otro tema. Justamente al lado del Hotel Central, en San Martín 1236, existía en aquel entonces en Santa Isabel una fábrica muy importante que tomaba gran impulso en la época estival. Se trataba de la fábrica de hielo de la familia Raimundi, a cargo de Santiago Raimundi, quien entre 1943 y 1947 fue presidente de la Comuna.

Muchos recuerdan esa época en la década de 1940, en la que prácticamente casi ninguna familia poseía heladera en su casa. Solamente se podían encontrar en algunos bares y carnicerías. Por lo tanto tener una heladera en casa era un lujo. Aparecieron algunas que funcionaban a kerosene, aunque eran casi una rareza. La novedad surgió en la década de 1950 con la aparición de la famosa Heladera Siam y entonces sí, algunos pudieron comprarla. Para muchos hogares fue un deseo que se convirtió en una realidad, a veces con mucho sacrificio familiar.

En Santa Isabel también surgieron ciertas inquietudes empresariales con la intención de fabricar localmente heladeras con la marca Santbel, según comentarios de la Revista Acercar a la Gente, ejemplar número 40 del año 2002.

Dentro de esta época de las décadas de 1940 y 1950 tenemos que agregar el gran problema surgido por la falta de electricidad en el pueblo a fines de 1949 y principios de 1950, situación que duró hasta 1955, que lógicamente afectó el uso de las heladeras existentes.

Esta situación generó una gran demanda de barras de hielo fabricadas en el pueblo o en localidades vecinas, destinadas a toda clase de eventos sociales como bailes, casamientos, banquetes, festejos y reuniones importantes en las cuales era habitual encontrar grandes fuentones de metal que contenían distintas bebidas, cubiertos con hielo trozado, tapados a veces con una arpillera mojada para mantener frescas las botellas.

En la fábrica de Raimundi, durante las fiestas de fin de año era común ver gente haciendo cola para comprar un cuarto (generalmente para uso familiar) o media barra de hielo, que había que romper con un martillo para obtener trozos más chicos.

La fábrica dejó de funcionar en la década de 1960, época en la que se extendió el uso de la heladera en la mayoría de los hogares y, felizmente, se logró concretar, en muchos casos con gran sacrificio como dijimos antes, un sueño familiar.


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jueves, 9 de noviembre de 2023

Alambre tejido chanchero


Por Norberto Oscar Dall’Occhio



 En las décadas de 1940 y 1950 hubo en la zona de Santa Isabel un auge en la crianza de cerdos en las chacras y estancias debido a la permanente demanda de ese tipo de carne animal.

 Los cerdos se alimentaban generalmente con maíz y también con pasto natural. Para esto último se utilizaba algún potrero o un cultivo de alfalfa. El cuidado de los chanchos cuando estaban pastando estaba a cargo de personas. La tarea consistía en evitar que los animales pasaran a un lote vecino y se comieran los sembrados de maíz o trigo. Es decir, había que mantenerlos controlados. Para eludir ese cuidado personal, en la década del 40 se había creado un aparato al que llamaban “boyero eléctrico” que funcionaba conectado con una batería, que electrizaba hilos de alambre en un determinado espacio dentro de un lote del campo. Más adelante se comenzó a utilizar con buen resultado un tejido de alambre que cubría todo el perímetro de ese lugar destinado a alimentar a los porcinos.

 En el pueblo hubo varios emprendimientos destinados a la elaboración de esos tejidos de alambre. El método de confección era de tipo artesanal. Con permiso comunal, en algunas cuadras del pueblo se disponían postes esquineros en cada extremo (un recorrido de cien metros) que servían para tensar varios hilos de alambre en forma horizontal. Luego un operario iba uniendo los hilos verticalmente con un alambre fino. De este modo se fabricaba un tejido de alrededor de un metro de altura, que los cerdos no podían doblegar.

 Este tipo de alambre tejido también tuvo una gran demanda para la construcción de chiqueros en la zona.

 Además representó una fuente de trabajo para mucha gente del pueblo. 

 

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domingo, 10 de mayo de 2020

El Elevador

El Elevador en 1972.
 Una mole metálica se destaca en el paisaje llano de la zona rural de Santa Isabel, muy cerca de la zona urbana, sobre las vías del antiguo Ferrocarril Central Argentino, en la que fuera llamada estación Otto Bemberg, luego bautizada como Rastreador Fournier, del Ferrocarril Mitre. Es un elevador de granos, conocido simplemente como "el Elevador".
 Este elevador fue construido por la Asociación de Cooperativas Argentinas (A.C.A.) en el año 1933. Se compone de 10 silos con capacidad total de seis mil quinientas toneladas de granos. Constituyó en su época una instalación modelo y significó una ventajosa contribución a la actividad agrícola de la zona.
En ese año, bajo la presidencia del gobierno conservador de Agustín P. Justo, se crea la Junta Reguladora de Granos, por lo que tiempo después los bienes de A.C.A. pasaron a pertenecer a este nuevo Ente que cedió su uso a la empresa Northern Elevathor Co., posteriormente, en 1946, bajo la presidencia de Juan D. Perón, fue transformado en el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) y reorganizado en 1963, bajo la presidencia de José María Guido, como Junta Nacional de Granos. Fue disuelto en 1991 por el decreto Nº 2284/91, de desregulación de mercados, elaborado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo bajo la presidencia de Carlos Menem. 
 De todas maneras, a principios de la década de 1980 las instalaciones de la Junta Nacional de Granos se encontraban inoperantes, atendidas por un reducido personal sólo para mantenimiento. En 1983 fueron adquiridas por la Cooperativa Agrícola Ganadera Unión y Fuerza de Santa Isabel que las puso en valor para continuar funcionando con tecnología acorde a esos tiempos.
 Su ubicación estratégica, en la Estación Rastreador Fournier, sobre el ramal Santa Isabel - Rosario del ferrocarril Gral. Bartolomé Mitre -antes Ferrocarril Central Argentino- contribuyó para que esas instalaciones desarrollaran una importante actividad en el acondicionamiento, almacenaje y manipulación de granos.



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miércoles, 20 de julio de 2016

Gelato fatto in casa - Primeros heladeros

Por Norberto Oscar Dall’Occhio


Durante los veranos de finales de la década de 1930 y comienzos de la década de 1940 era habitual la presencia en las calles del pueblo de los heladeros ambulantes.

Eran personajes especiales, quienes totalmente vestidos de blanco, incluido el gorro -a pesar del rigor del calor y en plena siesta-, recorrían las desiertas y polvorientas calles montados sobre un triciclo con sombrilla o empujando con las manos un carrito con capota ofreciendo helados artesanales. Como decían algunos italianos “gelato fatto in casa”.

Mucha gente estaba en plena siesta pueblerina, cuando a eso de las tres de la tarde empezaba a sonar el cornetín que anunciaba la próxima presencia del heladero frente a su domicilio.

Especialmente los chicos tenían un oído muy agudo para escuchar a la distancia el sonido del cornetín. Eso sucedía porque era muy común que los padres le prometieran un helado a los pibes si se portaban bien. Pero las personas mayores no se quedaban a la zaga. También lo esperaban ansiosamente para saborear esos ricos y refrescantes helados.

Los gustos para elegir eran solamente tres: crema, chocolate y limón.

Era interesante ver el ritual previo a la consumición. Con una señal, el heladero se detenía frente a la casa. De inmediato levantaba la tapa del carrito y preguntaba de qué gusto querían el helado. Entonces sacaba un molde rectangular de metal colocando una oblea en la base. Lo llenaba de helado y al final le ponía otra oblea. Es decir armaba un sandwich. A continuación oprimía un botón y un resorte hacía saltar automáticamente el emparedado. Lo rodeaba con un pequeño trozo de papel blanco, lo entregaba al interesado y a partir de allí empezaba un festín que alegraba el paladar del cliente. También si la persona se lo pedía le servía el helado en un vasito de oblea acompañado con una cucharita de madera.

En Santa Isabel había dos heladeros callejeros. Uno de ellos era Mario Miculán, que poseía un triciclo. El otro era Villalba, quién lo realizaba en un carrito de dos ruedas impulsado manualmente por él.

Más adelante este sistema de venta callejera dejó de funcionar. Por razones de salubridad, en la venta ambulante sólo se podían ofrecer helados con envases especiales. Los helados de marca no existían. En aquella época las heladerías solamente trabajaban durante los meses de verano. 


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lunes, 29 de junio de 2015

Frigorífico "Santa Isabel"

  El actual frigorífico de cerdos ubicado en Santa Fe al 2000, a cargo de Co.Tra.S.I. (Cooperativa de Trabajo de Santa Isabel), tiene sus comienzos en el año 1955 cuando empresarios locales decidieron instalar un frigorífico de pollos y otros productos congelados. Este emprendimiento se denominaba Frigorífico Santa Isabel conocido en la localidad como "El Peladero".

Este frigorífico tuvo como propietarios a una sociedad integrada por Francisco Oliva y Juan Benso junto a José Montefiore, todos de Santa Isabel, también a otros dos socios de la ciudad de Buenos Aires: Solda y Felipe Diamond. La sociedad era Oliva, Benso y Asociados.

Dedicado principalmente a la faena de pollos, fue el segundo del país, detrás de Visental, de proveer de aves congeladas al comercio, especialmente de la ciudad de Buenos Aires cuando esta modalidad aún era incipiente. Los pollos provenían de criaderos a campo que existían en las numerosas chacras que había en la localidad y en la región.

Frigorífico Santa Isabel también proveía al mercado europeo, en especial Alemania y en menor medida a Holanda, de huevos obtenidos en las chacras mencionadas. La mercadería era seleccionada y acondicionada en las instalaciones locales para luego ser enviadas al viejo continente.

Otro producto autóctono que exportaba Frigorífico Santa Isabel era la carne de liebre que se cazaba en los campos de la región.


La empresa que también había comenzado obras para la faena de vacunos fue vendida, sin que se iniciara esta actividad, en 1962 a un empresario de la ciudad de Buenos Aires de apellido Rojas quien continuó con la faena de pollos, en este caso los denominados híbridos, que se producían en establecimientos de Venado Tuerto, Colón y Rojas, entre otras localidades. Sin embargo, a través de los años la actividad fue decayendo hasta su extinción pasando las instalaciones a distintos dueños.

En 1973, el 7 de mayo, tras intensos trabajos para adecuar a la instalaciones de acuerdo a las disposiciones sanitarias del momento, comenzó a funcionar en forma oficial Frigorífico Fernarolo S. A. dedicándose a la faena de cerdos. Esta empresa había nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1928 a partir de una fiambrería instalada por los señores Fernández y Pellarolo. 


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sábado, 4 de enero de 2014

Cosechadoras: Su gente y sus historias.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 76 - 21/03/06

 A partir de la publicación en Internet de todas las notas aparecidas en nuestro periódico desde su creación, son muchos los contactos que establecemos con lectores de todo el país y también de fuera de sus fronteras. Una de esas notas, "Trabajar en las máquinas" realizada en febrero de 2004 a "Nello" Astolfi, motivó el contacto de Hernán Ferrari, un joven de 20 años de la ciudad de Pergamino (Bs. As.) quien nos envió importante material sobre su pasión, las cosechadoras argentinas, que compartimos con ustedes, nuestros lectores.
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 Senor.
Juan y Emilio Senor se establecen allá por el año 1900 en San Vicente, provincia, de Santa Fe, con un taller de herrería dedicándose al arreglo de maquinas agrícolas y a la fabricación de carruajes de tracción a sangre. Posteriormente comienzan a trabajar en la trilla de cereales en parvas con trilladoras accionadas con motor a vapor, incentivo éste que los lleva, en 1920, a construir de su propio ingenio una maquina corta trilla de arrastre que es probada con éxito en la cosecha de trigo de ese año. Este resultado les permite en el año 1921 encarar la fabricación de este tipo de maquinarias con el nombre de Senor.  Con esta marca reciben el merito de haber sido la primera fabrica sudamericana de cosechadoras que la consagro definitivamente en el agro por su fama y por la importante cantidad de unidades que a través de los años se fabricaban, contándose por millares. Se debe tener en cuenta que en los años 1960-1970 producían de 450 a 500 unidades al año de los modelos ya automotrices B3,J.E 40, J.E 50, además de otros implementos como recolectores de girasol y maíz contando con unos 700, obreros que trabajaban directa o indirectamente para la fabrica. 

Rotania. 
En 1915 Don Alfredo Rotania se instala con un taller de maquinas agrícolas en la localidad de Sunchales para atender las necesidades de la zona, se asocian al taller sus hermanos, Miguel, Fernando y Enrique, dedicándose entre los años 1920 a 1930 a la fabricación de elementos para maquinas trilladoras de vapor, a su vez se dedicaban a la explotación de este tipo de maquinas trillando parvas de trigo y lino ,llegando a tener cuatro equipos, ,siguiendo después con la fabricación de maquinas corta trillas de arrastre a caballo o a tractor. Esta experiencia da origen a que estas máquinas podrían desplazarse por sus propios medios. Don Alfredo comienza sus experimentos en 1927 , consiguiendo su propósito al crear una maquina llamada "Espigadora-Trilladora con adaptabilidad de un tren automotriz en el rodado delantero”. Así se la especifica al otorgársele en fecha 18 de diciembre de 1929 el titulo de patente de invención reconociéndosela como la primera cosechadora automotriz del mundo y que, poco después, fue lanzada al mercado, marcando así el fin de la tracción a sangre en los trigales. La marca Rotania alcanzó meritorio prestigio en los campos de la Argentina y en otros países sudamericanos a través de millares de unidades producidas. 

Susana.
 En el departamento de Castellanos veremos que la primera corta trilla nacional (traccionada por caballos, pero con motor incorporado), aparece en el año 1917 en la localidad de Susana con el nombre que la vio nacer, y que seria su marca de fabrica de allí en adelante.
 Conocida como cosechadora Susana fue construida en un taller de motores a vapor, propiedad de don Francisco Rostoni por Luis Gnero ,un mecánico tornero quien luego inicia la fabricación con Miguel Gardiol, llegando a constituir una importante empresa dedicada a la fabricación de cosechadoras, enfardadoras y demás implementos agrícolas ampliamente conocidos en el ámbito agrícola. 

Santiago Puzzi y Cia.
 En ese mismo año pero en la localidad de Colonia Clusellas, en la provincia de Santa Fe, hallaremos a un joven mecánico que busca un modesto local para instalar un taller de reparaciones de trilladoras a vapor. Su artesanía la adquirió en los campos santafecinos bajo el fuerte sol de diciembre ayudando a aquellos maquinistas de principios de siglo, expertos en sus maquinas. Santiago Puzzi, en su juventud chacarera, sintió pasión por las maquinas y fue tan intensa que fijo el derrotero de su vida, alrededor de 1926, observando los problemas del campo y buscando nuevas técnicas de explotación, construyo una maquina que rompía con la tradición de que el vapor era la fuerza motriz mas conveniente o quizás única para las grandes labores agrícolas. En dos años de intensa labor, construyo 7 maquinas cosechadoras, cuyo rendimiento acrecentó la fama del joven mecánico. El éxito obtenido le permitió mayores vuelos y formar una sociedad bajo el nombre de Santiago Puzzi y Cía. para fabricar cosechadoras con sede en la localidad de Josefina, Santa Fe, vecina a la floreciente localidad de San Francisco, Córdoba, lugar donde se instalaría definitivamente hasta su cierre a fin de la década del 80. 

Vasalli. 
“Entre los hierros de esta pequeña herrería de chacra, al ruido del yunque, al canto libre de los pájaros, al mugir de las vacas, al olor del lino me habré de criar”. Así recordaba Don Roque Vassalli su niñez en el campo que trabajaba su padre en la zona de Cañada del Ucle allá por 1920.
 Pasan los años y aquel niño, ahora un hombre, trabaja en su propio taller de herrería haciendo reparaciones y afilando rejas de arado. Culminando la segunda guerra mundial, el país necesitaba tecnología, que a causa de la contienda escaseaba, uno de los problemas era la falta de maquinas agrícolas, en especial cosechadoras, pues las existentes en su mayoría modelos de arrastre comenzaban a ser obsoletas a causa de la escasez de tractores o la falta de caballos para remolcarlas. Muchos agricultoras encuentran solución a esto al ver que estas maquinas podían reformarse a sistema automotriz. Un amigo de Roque Vassalli, Don Lorenzo Pellicione, viéndolo muy capaz a Vassalli para hacer cualquier trabajo le propone que le reforme su cosechadora. En un primer momento Vassalli duda en aceptar tal desafío, pero aquel noble amigo le dice: “Mirá Roque, hacé el experimento, no te aflijas si falla, seguiremos siendo amigos como siempre”. Ante tal grado de confianza, el trabajo se lleva adelante, la corta trilla, una Deering 31R,  de origen norteamericano, tras ocho meses de dedicación queda, por obra del ingenio, transformada en una moderna cosechadora automotriz que al ser probada a campo y comprobado su buen funcionamiento, hace que ante tal éxito, Vassalli se dedique a reformar maquinas de otros agricultores de la zona y a encarar un modelo de diseño propio.
 Atrás queda la vieja herrería de Cañada Del Ucle, ya instalado en el aquel entonces pueblo de Firmat, en el año 1949, inicia la fabricación en serie de sus cosechadoras con la ya clásica marca Vassalli que con el correr de los años se convertiría en sinónimo de calidad nacional e internacional, pues su prestigio le lleva a exportar maquinas a la mayoría de los países sudamericanos incluido México y países de África. Sus modelos Super, Ideal y 3-16 fueron las maquinas que mas difusión tuvieron en especial la 3-16 de las que se fabricaron mas de 7000 unidades. La empresa Roque Vassalli SA fue la primera en levantar una fabrica en Brasil donde se construyeron también miles de unidades. Esta meritoria gestión que, junto con las exportaciones, originó en aquellos años un importante ingreso de divisas al país.  
 Volviendo un poco atrás, en 1951 una nueva creación de Roque Vassalli sale de su ingenio, proyecta y construye de su diseño, su propio modelo de aparato juntador de maíz, denominado El Maicero, y que es aplicable a las cosechadoras, motivado por el problema que existía para juntar la cosecha de maíz, hace que una vez probado y experimentado se produzcan en serie para salir a la venta en las campañas de los años 1952/53, ganando con esto prestigio definitivo. 

Alasia.
 En la localidad de Sunchales surge otra fabrica de maquinas cosechadoras por iniciativa de Don José Alasia, quien siendo chacarero  y contando con la colaboración de sus hermanos, construyó en su chacra de Colonia Raquel, Santa Fe, su primera trilladora fija, con la cual mecanizaron sus cosechas de los años 1922/23. Esto fue lo que dio impulso definitivo a la nueva industria que se inicio en el año 1927, en la localidad de Sunchales, produciendo primeramente corta trillas de arrastre y luego, en la segunda mitad de los años '30, creando su primer modelo de cosechadora automotriz que durante muchos años surcaron los campos argentinos recogiendo sus cosechas.
 Podemos decir con certeza que una buena parte de los fabricantes de maquinas agrícolas argentinas fueron en su momento chacareros o agricultores o tuvieron una vinculación directa con los trabajos del campo en cualquiera de sus ordenes y que luego, movidos por su inquietud y por la mecanización del agro, dieron sus primeros pasos en la dedicación hacia la fabricación de maquinas, implementos o accesorios agrícolas. 

Bernardín. 
En San Vicente, en el año 1923 don Andrés Bernardin levantó una pequeña industria  en un local de solo 800 m2 y, con no mas de 20 obreros, comenzó a fabricar sus primeras cosechadoras de arrastre con la marca Bernardin. Estas recibieron la gran aceptación por parte de los agricultores que, al igual que Senor, las cosechadoras de estas dos marcas tuvieron una meritoria fama por su calidad y eficiencia en la trilla y la limpieza de los cereales.
 Promediando la década de 1930, lanza al mercado su primer modelo automotriz y en los siguientes años surgirían una sucesión de nuevos modelos como las M9K, C47, C52, M11, P59, ML60, M15, M17, TF50, M20, M21 y M23.
 Hacia el año 1960 la ampliación de la fabrica llegaba a 12000 m2 cubiertos empleando unos 300 obreros, a su vez seguía ganando cada vez mas un sólido prestigio que sigue vigente, siendo una de las pocas marcas nacionales que han quedado en el mercado. 

Druetta.
 Don Miguel Druetta, era hijo y nieto de inmigrantes que hacia 1870 se afincaron en Colonia Santa Teresa, llamada Totoras, en la provincia de Santa Fe. Se inicio de muy joven en el trabajo con maquinas trilladoras, allí en los campos que los vieron nacer, llegando a tener un profundo conocimiento sobre las maquinarias, a tal punto que lo llevaran a inventar en 1923, el “recolector de cereales”, que previamente se cortaba para su secado y que quedaba en hileras en el campo, luego, ya seco, este cereal era posible levantarlo con la cosechadora gracias a este recolector.
 Pocos años después, ya instalado en Buenos Aires y en la campaña de cosecha de trigo año 1929/30, probó con éxito otra invención suya, la autocosechadora de cereales con plataforma de corte al frente. Este modelo de maquina automotriz fue la primera en el mundo en su tipo, siendo contemporáneo de Rotania en la creación de maquinas con transmisión de mando propio a las ruedas motoras.
 En los años 1951/52 surge otra creación suya, esta vez para solucionar el problema que representaba la juntada de maíz, al presentar su modelo de plataforma recolectora de maíz aplicable a las cosechadoras, fue un invento y como también lo hicieron sus contemporáneos Santiago Giubergia y Roque Vassalli, siendo así que tres santafecinos fueron quienes revolucionaron la mecanización agrícola en la cosecha de maíz y que repercutió no solo a nivel nacional sino mundial pues años después otros países de avanzada optaron por este sistema. 

Daniele.
 Tambien en 1927 en la localidad de Seeber (Córdoba) Don Simón Daniele construye su primera cosechadora con la firma B y A Fiorito, denominándola cosechadora Fiorito sistema Daniele y hacia 1934 se establece en Porteña formando la firma J. S. Daniele y Cía. S.C. 

Araus. 
En la localidad de Noetinger, Córdoba, se instalan con un taller los señores Araus Hnos. para fabricar máquinas cosechadoras de cereales y juntadora de maíz automotrices. Sus comienzos en la mecanización agrícola se inician en Armstrong, Santa Fe, cuando los hermanos Julián, Romualdo y Tomas Araus, en su chacra, se dedicaban a reparaciones de maquinas, siendo en el  año 1942 que construyen una cosechadora automotriz con satisfactorios resultados. Años después, ya instalados en Noetinger emprenden la fabricación en serie llegando años después a ser una de las mas importantes fabricas del país. 

Draumaq.
 Volviendo un poco atrás respecto a Miguel Druetta, inventor de la cosechadora automotriz marca Druetta, con su fabrica instalada en Ciudadela, Buenos Aires, éste vende a fines de los años '30 su fábrica y se asocia con otra empresa lanzando al mercado un nuevo modelo de cosechadora y una enfardadora con marca Draumaq. Posteriormente junto a los señores Rosatti y Cristofaro se forma la empresa RYCSA (Rosatti y Cristofaro S.A.) que fabricaron en las instalaciones de Ciudadela y en Arrecifes las cosechadoras que llevaron la marca RYCSA hasta su liquidación a mediados de los ''60. Don Miguel continúa por sus medios con una nueva maquina que llevara la marca Druetta. 

Giubergia.
 Si continuamos tras los pasos de estos pioneros y retrocedemos al año 1933, nos encontramos con un chacarero cordobés, don Santiago Giubergia, que llega a la localidad de Venado Tuerto, departamento General López de la provincia de Santa Fe, donde instala una herrería para reparaciones de implementos agrícolas, en la calle Chacabuco al 900. Allí, con la ayuda de su esposa y trabajando de sol a sol, fue ampliando sus actividades lo que le permitió seis años después, junto a su cuñado, instalar un nuevo taller en las calles Moreno y Maipú y, con 4 o 5 empleados, fabricar recolectores de cereales. De esta manera llega al año 1942 en que efectúa la primera reforma de una corta trilla Massey Harris Nº 11 de arrastre, transformándola en automotriz y, en 1944, fabrica su primera máquina, también automotriz pero de diseño total propio con la marca Giubergia, contando entonces con 50 obreros.
 Ya en 1946 forma la sociedad de estilo cooperativista, asociando a 12 empleados y obreros con un capital social de pesos moneda nacional doscientos mil, $ m/n 200.000, que al finalizar el primer ejercicio se elevo a $ m/n 400.000. En el año 1951 fabrica 57 cosechadoras y 185 recolectores de girasol efectuando algunas ventas a Chile. En 1953 hace un valioso aporte a la agricultura al lanzar al mercado su nueva plataforma juntadora de maíz aplicable a las cosechadoras, contándose cien unidades de este tipo en ese periodo. El franco progreso lleva al cabo de algunos años a formar una importante industria con centenares de obreros y alta producción de maquinarias.
 Ya fallecido Don Santiago, una nueva planta industrial se levanta a mediados de los '60 en un predio frente a la ruta 8. De allí, durante años, salen miles de unidades hacia todas las zonas agrícolas del país hasta su cierre definitivo en 1979. 

Margariteña - La Soberana.
 Colonia Margarita también tuvo sus artífices dedicados a las maquinarias que lo llevan, por los años 1938/40, a fabricar máquinas corta trillas de arrastre con la marca Margariteña en reconocimiento al nombre del pueblo. Sus fabricantes, los señores Picco, Apendino y Cía. llevaron adelante esta iniciativa durante varios años, saliendo de sus talleres unas 25 a 30 unidades anuales.
 Después de unos años de actividad en el rubro esta firma se disuelve y se hace cargo de continuar con la producción de estas cosechadoras, el Sr. Juan Bautista Buriasco y Cía. que traslada la fabricación de las mismas a la localidad de Maria Juana. Allí desarrolló un nuevo modelo de máquina pero ya en versión automotriz y con la marca La Soberana, finalizada la década del 40/50, se paraliza en forma definitiva su producción para dedicarse a la fabricación de vagones y material rodante ferroviario. 

Magnano.
 En 1938 se forma por iniciativa de los Srs. Bartolo y Miguel Magnano y Peretti Hnos. la empresa Magnano y Cía. que se dedica a la fabricación de maquinarias para carpintería e implementos agrícolas y luego cosechadoras automotrices que llevaron la marca Magnano. 

Angélica.
 Luis Boschetto, junto con sus hermanos Miguel y Antonio, en sociedad con los hermanos Sebastián y José Raimondo, formaron de común acuerdo el día 11 de mayo de 1939 una sociedad para dedicarse a la fabricación de maquinas corta trillas de cereales en el tipo automotriz en la localidad de Angélica. En ese año construyeron dos unidades que fueron puestas a prueba en la cosecha de trigo de ese periodo. El éxito de la prueba fue la culminación de esa primera etapa que los llevó a ampliar la producción a varias unidades anuales.
 Al retirarse de la firma los hermanos Raimondo la misma quedó constituida bajo el nombre de Luis Boschetto y Hnos. S.A. utilizando como identificación la marca Angélica, o sea, el nombre del pueblo donde se fabricaba. El primitivo taller de 1939 con 480 mts2 cubiertos se fue ampliando hasta que, a finales del '50, era de 7000 mts2 cubiertos, con modernas instalaciones incluyendo sector de oficinas. En ese período llegó a producir hasta 130/140 unidades anuales que se distribuían en todas las zonas cerealeras del país, ocupando sus talleres en los años 60/65 unos 100 obreros. En los comienzos de la década del '70 dejan de producir cosechadoras y se dedican de lleno a la fabricación de plantas de silos. 

Flamini.
 En San Vicente, en la década de 1940, Don Ítalo Flamini (o Flammini), en su taller producía cosechadoras automotrices con la marca Flamini que también merecieron elogios por la calidad del trabajo que efectuaban. Fue una empresa de pequeña dimensión con una producción limitada hasta su cierre definitivo. 

Guasch.
 También en los años '40 unos agricultores de la zona de Casilda, Santa Fe, comienzan a experimentar con un aparato que pudiese cosechar el girasol y el maíz, llegando así a los años 1943/44 a crear un dispositivo que podía usar la corta trilla de cereales para la recolección de maíz. Estos señores son Ramón y Amadeo Guasch.
 Siguiendo con las pruebas llegan al año 1951con su creación a cabo, y que es patentada con el numero 86650 que les permite fabricarlos en serie con su marca de nombre Guasch.. Siguen, años después con la producción de cosechadoras automotrices de diseño propio y sembradoras de granos gruesos, reconocidas en el campo por sus cualidades; totalizando hacia los años 1957/60 una producción de 180 unidades anuales en su establecimiento en la calle Bv. Colon 2418 de Casilda, bajo la razón Establecimientos Industriales Metalurgicos Argentinos Ramón y Amadeo Guasch S.A. 

Baietto - Contardi - Forzani - Esperanza - Balbi. 
 Otras firmas surgieron también en los años '40 dedicándose a esta actividad industrial. Algunas de ellas tuvieron corta vida. Todo dependía de diversos factores, tratándose en especial de un producto como los aquí especificados, cuyas ventas se efectuaban en un solo período del año, siempre y cuando se presentaran las perspectivas de buena cosecha en esa época, debiendo la firma fabricante tener solvencia económica para afrontar enormes gastos durante meses hasta el momento de las ventas.
 Vemos que en localidad de Zenón Pereyra hubo dos firmas que en distintas épocas han fabricado maquinas cosechadoras, fueron Baietto y Cía. y la otra fue Contardi y Cía. , y luego una tercera cuyos integrantes fueron Osvaldo Lino Forzani y Atlio Blas Lino Forzani que conformaban la firma Osvaldo y Atlio Forzani S.R.L. dedicados durante muchos años a la fabricación de cosechadoras y enfardadoras automotrices. Mientras que las dos anteriores estuvieron pocos años en esta actividad, los hermanos Forzani utilizaron su apellido para identificar como marca a sus maquinarias siendo ampliamente conocidas en el país.
 Otras empresas que tuvieron la misma actividad fueron, una instalada en la localidad de Esperanza, que utilizó el nombre como marca para sus maquinarias, y otra de la localidad de Sastre que produjo cosechadoras automotrices con marca Balbi desconociéndose más datos de ambas. 

Marani. 
 Transcurriendo el año 1948, en la ciudad de Rosario, los hermanos Nazareno y Gustavo Marani fundan un taller metalúrgico para fábrica de máquinas agrícolas situado en un local de las calles Ovidio Lagos y San Luís, dedicándose, al igual que otras empresas similares, a la reforma automotriz de cosechadoras. Llegan a un alto grado de perfeccionamiento que les otorga grandes méritos, tales que, años después, al iniciar la fabricación de sus propios modelos de cosechadoras -modelo Súper  58, Súper 90” y las posteriores- tuvieron una bien reconocida fama en todas las zonas agrícolas del país. Es así que ésta empresa que figuraba como Establecimiento Metalúrgico Marani S.R.L. , logra hacerse un lugar destacado en el mercado argentino.
 En los años 1957/58 trabajan en esta planta fabril unos 25 obreros, muchos de ellos calificados por su capacidad, que les permiten producir anualmente, entre reformas y máquinas de su propio diseño, alrededor de 25 unidades. Sus pioneros, Gustavo y Nazareno Marani, fueron los emprendedores de esta empresa que fue ganando cada vez mas prestigio, siendo las cosechadoras Marani las que siempre fueron dotadas de los últimos adelantos que surgían. 

Rector.
 Emilio F. Callegari Bettiol, un hijo de agricultores nacido en Casilda en 1914, era una persona con gran voluntad e iniciativa. Al terminar la segunda guerra mundial, surge la necesidad de la mecanización del agro y Don Emilio abre un taller metalúrgico dedicándose a la reforma de máquinas cosechadoras de arrastre para convertirlas en automotrices, encontrando en esta experiencia la senda que habría de conducirlo a un emprendimiento mayor. Así es que en 1949 construye de su propio ingenio su primera cosechadora automotriz, que al quedar demostrada su eficiencia en las pruebas de cosecha, hace que en 1950 instale su establecimiento en la calle Buenos Aires al 3500, para la fabricación en serie de un nuevo modelo de cosechadoras. La sociedad que se formalizó con Emilio Callegari fue el Establecimiento Industrial Rector S.A.C. Y F., siendo el nombre Rector la marca que llevaría estampada cada máquina que saliera de su fabrica.
 Posteriormente lanzan al mercado las maquinas llamadas mixtas, también automotrices, que podían emplearse en cosecha de grano fino (trigo, lino, etc.) y, con el recambio de accesorios y plataforma de recolección, se convertían en cosechadora de maní. También fabrican las plataformas para cosechar maíz aplicable a todas las cosechadoras. Finalizando la década del '50 trabajaban en este establecimiento mas de 70 obreros y empleados en todos los ordenes de dicha empresa, siendo sus titulares el fundador, Emilio Callegari, Jerónimo P Coirini, Adelqui Calcaterra y Enzo Citadini. 

Di Tulio.
 En Firmat, en la segunda mitad de los años '50, Nicolás P. Di Tullio, un mecánico que acompaño en sus inicios a Vassalli, levanta su propia fabrica construyendo allí sus primeras cosechadoras con marca propia, Di Tulio modelo D 100. La gran capacidad de trabajo de estas máquinas hace que gane adeptos afianzándose su prestigio en el ambiente agrícola. Esto lo lleva, hacia los años 1962/63, a experimentar con las plataformas para cosechar maíz, a las cuales les modifica su sistema de recolección colocando correas alzadoras en lugar de las clásicas cadenas con engranajes que ocasionaban trastornos y roturas en el equipo juntador. Estas plataformas tuvieron un gran merito por su eficiencia en el funcionamiento. Posteriormente fabrican sembradoras y silos con la misma marca siendo la razón social: Industrias Agromecánicas Di Tulio S.A. 

Boffelli.
 Quien fuera un próspero agricultor de San Vicente, de apellido Boffelli, en el año 1921 adquiere la primera cosechadora Senor. Con el correr de los años, en 1958, su hijo Vicente junto a los demás hermanos, más la colaboración de otras personas como Rogelio Boffelli, José Redo, C. Buzzo, A. S. Ambrosino, F, Boretto, Sánchez, Rizza y A, Fumero forman el primer directorio fundador de Industrias Boffelli S.A. dedicada a la fabricación de cosechadoras automotrices, hileradoras, recolectores de girasol y maiz, etc. Estos equipos, que llevaron la marca Boffelli, también tuvieron un amplio reconocimiento de parte de los agricultores argentinos por la calidad del trabajo que realizaban en toda clase de cosechas de cereales, siendo el modelo mas fabricado la J 24. Por diversos problemas esta firma se disuelve en los primeros años de la década del '70 y las instalaciones de la fábrica son posteriormente adquiridas por la firma Bernardin.
 Así queda reflejada esta localidad de San Vicente que, con una población de unos 5000 habitantes en el año 1960, ocupo el 2º lugar en el mundo como consumidora de hierro per capita, por el desarrollo industrial de ese tiempo, siendo galardonada como localidad Cuna de la Cosechadora Argentina. Además fue nombrada, en 1960, sede de la Fiesta Nacional de la Cosechadora, evento que se llevó a cabo por primera vez el 18 de Septiembre de ese año, contando con la presencia del Sr Presidente de la Nación Dr. Arturo Frondizi, el gobernador de la provincia de Santa Fe, Dr. Carlos Silvestre Begnis y otras autoridades. En esa oportunidad se realizó un impresionante desfile de cosechadoras y posteriormente se efectuó la elección de la primera Reina Nacional de la Cosechadora Argentina, resultando agracia da la Srta. Lidia Vidal representante de la firma Magnano de San Francisco, Córdoba. 

Aumec.
 Tal vez una de las fabricas mas jóvenes del país sea Aumec S.A., empresa surgida en Arequito, Santa Fe en la ruta 92 y Belgrano por inquietud de dos personas con experiencia en la materia, Celino Audoglio, mecánico y tornero de reconocida capacidad, que había trabajado en la fabrica Senor de San Vicente y La Margariteña de Colonia Margarita, y Constantino Mecozzi, calificado mecánico de automotores, maquinarias y motores diesel. Ambos se propusieron probar un prototipo de cosechadora para luego iniciar la fabricación en serie de la misma. Este proyecto se lleva adelante en tanto se formaliza la sociedad que conformara la nueva empresa, en fecha 28 de Agosto de 1958 y que se denominara Aumec, nombre derivado del apellido de los iniciadores Audoglio y Mecozzi. Al ser probada la unidad experimental en la cosecha de trigo de ese año y comprobado su funcionamiento, se decide su fabricación que comienza en 1959 con 6  unidades, aumentando a 15 en 1960 y luego incrementándose hasta 60 o 70 unidades anuales de los modelos AM y luego la MD hasta finales de esa década.
 Formaron la sociedad los Sres J. Noccelli, Giuliano, Hnos. Mecozzi, Hnos. Audoglio, Calvetti, Demaria, Sassena, H. Abratte, Hnos. Monti, Formento y J. Campa. Promediando los años '60 el capital social ronda en aproximadamente pesos moneda nacional veinte millones, teniendo en ese tiempo unos 45 obreros en planta. Las cosechadoras Aumec gozaron de un buen prestigio tanto a nivel nacional como en los países vecinos, siendo preparadas también para trilla de porotos y arroz en terrenos pantanosos. La empresa trabajó bajo la denominación Aumec S.A. Fábrica de Máquinas Agrícolas.


GEMA.

Resultó de la unión de dos antiguas empresas rosarinas: Torres y Valenti S.R.L. y Baronio y Melquiot S.R.L., siendo más antigua la 1.ª, fundada en 1910. Don Luis Valenti, precursor, aportó su experiencia en la nueva empresa y Melquiot la figura señera en maquinaria agrícola. La superficie construida de su fábrica, cubría 15.000 m2, saliendo de aquella unas 350 cosechadoras unidades anuales, cuya distribución y ventas se realizaban mediante agencias y concesionarios en gran parte del país. La gran mayoría de los empleados de GEMA eran los propios vecinos del barrio.


 Además de estos propulsores de la cosechadora Argentina, hubo muchos otros, llegándose a establecer en el país más de 38 fabricas dedicadas a la industria de la cosechadora en un período que va desde 1920 hasta finales de la década del '50. Algunas de estas fabricas fueron de gran importancia industrial y comercial y no solo vendían maquinas dentro del país sino que, además las exportaban, generando un importante ingreso de divisas y consolidando una fuente de trabajo para miles de obreros. Teniendo en cuenta una estadística del año 1965, las 21 fabricas en actividad en ese momento (12 en la provincia de Santa Fe y 9 en la provincia de Córdoba), produjeron mas de 4500 unidades, según el testimonio de Vicente Boffelli, titular de la firma del mismo nombre en San Vicente, Santa Fe, contando que además existían otras empresas, unas 14 fabricas más, dedicadas a esta industria diseminadas en las provincias de Córdoba y Buenos Aires.

También a mediados de los '50, en la localidad de Inriville, los hermanos Folguera se dedican a efectuar reformas de arrastre a automotriz de cosechadoras. Luego, instalados en Cruz Alta, se dedican de lleno a la fabricación de cosechadoras tanto de cereales como de forraje. Otras firmas surgen en suelo cordobés como Aipridec y Cía., en Laguna Larga, fundada por los señores Demaria, Votero, Aimar y Cía. S.R.L: en el año 1955, comenzando en la zona rural y estableciéndose en 1958 en dicho pueblo fabricando cosechadoras para maní y un modelo para cereales basado en una cosechadora canadiense. También otra empresa se dedica a la fabricación de máquinas para cosecha de maní y para cereales, fue la firma Edmundo Martellono e Hijo, instalada en la localidad de Ballesteros, en el mismo rubro la firma Bon-Fer de Gral. Cabrera.

 En la década de 1980 la empresa Prats con establecimiento industrial en Marcos Juárez, Córdoba, lanza al mercado la marca Alasia, ya que esta empresa en Sunchales se dedicaba a otros rubros y por ultimo finalizando los 80, don Roque Vassalli, quien se había retirado de la firma que él fundara, diseña y lanza un nuevo modelo de cosechadora que lleva como marca Don Roque que rápidamente tiene amplia difusión. Su funcionamiento fue muy satisfactorio llegando en momentos a ser la única marca que representó a la industria nacional de cosechadoras.

 Así, desde los albores de la industria agrícola, en las épocas románticas de los fabricantes criollos, estos visionarios contribuyeron con su ingenio a remediar en gran medida el problema de las cosechas y trillas en nuestros campos y aportaron en buena parte la solución a la grave falta de maquinarias que hasta esos tiempos era totalmente importada, dificultosa de conseguir y de elevados precios. A pesar de los efectos de campañas insidiosas, orientadas a exaltar las virtudes de la competencia por la vía de la libre importación de equipos extranjeros, la industria agro mecánica argentina, mal comprendida por los gobiernos e ignorada por la opinión publica urbana, siempre pudo demostrar su alto grado de eficiencia y calidad que con orgullo llevó impresa en alguna de sus partes su distinguida procedencia:”INDUSTRIA ARGENTINA”.


                                                   Hernán Ferrari



  

jueves, 2 de enero de 2014

La epopeya de "La Juntada"

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 111 - 29/06/10  

  Al igual que para miles de pueblos diseminados por la pampa húmeda, las actividades agropecuarias fueron para Santa Isabel el motor que impulsó su nacimiento y desarrollo.

 Nuestro país tuvo un vertiginoso crecimiento entre mediados del siglo XIX y la década de 1930, convirtiéndose en una potencia exportadora de granos, entre ellos el maíz, que le dieron el mote de "granero del mundo". 

Entre monstruosos silos, modernas máquinas agrícolas, que valen fortunas, Internet, GPS, 4x4 y toda la parafernalia tecnológica del sector agropecuario actual, yace la vivencia de la "juntada de maíz a mano", o simplemente "la juntada", tal como se conoció a la cosecha de maíz por un siglo hasta la llegada, a fines del la década de 1950 y principios de la de 1960, de las primeras cosechadoras motrices con plataforma maicera. 

 Esta modalidad de la cosecha a mano, no sólo produjo una inmensa población rural, con una inmensa capacidad de crear trabajo, sino que también hacía funcionar los comercios de los pueblos que debían abastecer a chacareros y a trabajadores de insumos para la cosecha. En Santa Isabel grandes casas de ramos generales fueron las encargadas de mantener el suministro de bolsas, hilos para cerrarlas, combustibles, herramientas, repuestos, aperos y comestibles, entre otras cosas. En los comienzos del pueblo, la más importante fue la de Francisco Salemme cuyo salón de ventas, más tarde, pasó a ser de la Cooperativa Unión y Fuerza con igual finalidad. También se puede mencionar la de Justo Vázquez que cerró sus puertas a mediados de la década de 1950. Había en el pueblo, además, infinidad de boliches y grandes herrerías, mientras florecían las peluquerías y los lugares para alojar a los trabajadores. Hay una versión, nunca comprobada, que dice que Santa Isabel llegó a tener más de 7.000 habitantes, cifra demográfica que era impulsada por la gran cantidad de mano de obra que requería el campo.


  El cultivo del maíz implicaba técnicas diferentes a la del trigo y otros cereales, siendo su cosecha un hecho importante que imprimía en todo el campo una actividad humana, inimaginable en la actualidad, que duraba varios meses, desde marzo hasta junio o más aún.

 Luego de la siembra, realizada según las épocas, con técnicas variadas, pero siempre muy primitivas, y ya crecido el maíz y listo para ser cosechado, llegaban a las estancias o a las chacras los "juntadores de maíz" o "deschaladores" -a veces familias enteras- dispuestos a emprender la tarea por un magro jornal. Además de la mano de obra local, llegaban trabajadores golondrinas de distintas provincias o inmigrantes europeos tratándose, muchas veces, de gente ya conocida por los propietarios debido a que repetían la labor año tras año. En nuestra zona, donde predominaba la pequeña propiedad y el trato era más personalizado con el chacarero, éste los dejaba vivir toda la temporada en sus galpones u otras dependencias, pero en las grandes propiedades o en lugares que no poseían estos lugares, los trabajadores construían para ellos y sus familias una suerte de chozas hechas con palos, con hojas de maíz o chala en las paredes y con techo de chapa que -excepto la chala- duraban de un año para otro. Se estima que entre quinientas y seiscientas mil personas participaban de este tipo de cosecha. Luego la tecnología y la política terminaron con el trabajo del juntador de maíz, quién pasó al olvido.

 Una vez instalados los juntadores, comenzaba la cosecha o juntada, para lo cual se les proveía de un cinto confeccionado con tela de bolsas de arpillera, con varios ganchos destinados a enganchar la maleta; era un cinto bien ancho para evitar que sufriera la cintura del trabajador en el esfuerzo. También se les daba la maleta, que era un gran recipiente de lona de dos metros de largo y cuarenta centímetros de ancho y con su parte inferior hecha de cuero para resistir el desgaste por el arrastre sobre el suelo que se facilitaba cuando, por el roce continuo se ponía bien tersa y lustrosa. Otros elementos eran las bolsas de arpillera para poner las mazorcas o espigas de maíz y la aguja o púa que era una punta de hierro con una empuñadura para proteger la mano del continuo choque contra el filo de las chalas. 

 
 Para llevar adelante el trabajo, los juntadores formaban parejas o yuntas, ya sea de dos hombres o, en caso de familias, el marido y la mujer. Cada yunta tomaba a su cargo una parte del cultivo, que era conocido con el nombre de "la lucha" (de allí el dicho "estar en la lucha"). Eran 20 surcos para deschalar que se comenzaban desde el medio, dirigiéndose cada uno hacia el extremo de los surcos, arrancando con la púa las espigas a izquierda y derecha (de a dos surcos a la vez) y echándolos a la maleta que tenían entre las piernas, la que los obligaba a caminar todo el tiempo con las piernas muy separadas e inclinados hacia adelante. Cuando ésta se llenaba -unos 30 kilos-, la vaciaban en las bolsas que tenían preparadas al final del recorrido donde entraban hasta 100 kilos y repetían la operación llenando nuevamente la maleta y nuevas bolsas. Un juntador de maíz llenaba unas 15 bolsas por día y había unos pocos que eran famosos por llegar a las 20.

 Una vez terminada la "deschalada", una "chata rastrojera" tirada por caballos percherones recorría las luchas de donde se retiraban las bolsas que debían estar bien llenas y hasta con "coronita", es decir con las mazorcas sobresaliendo por arriba, para evitar que el chacarero rezongara. La chata las trasladaba a las cercanías de la "troja" que se estaba armando y, a medida que se descargaban, las bolsas iban quedando al costado de la misma. Al finalizar la jornada se devolvían al chacarero la bolsas vacías, se controlaban las que se habían llenado y vaciado y se anotaba cuidadosamente cuantas correspondían a cada trabajador.

 La troja (o trojes) era una estructura circular de unos 10 metros de diámetro y otros diez de alto, fabricada con cañas de Guinea o con cañas y chala de plantas de maíz; donde se podían mantener estacionados durante un tiempo las espigas recolectadas. Para hacerla se marcaba el círculo (generalmente perduraba el del año anterior) y bien cercano al mismo se plantaba firmemente el "palo mayor" que medía entre 12 y 14 metros de altura y llevaba una roldana en su extremo superior. Luego se hacían las paredes circulares de la troja clavando bien, una al lado de la otra, las cañas o las plantas de maíz recogidas del campo que se reforzaban por fuera con anillos de alambre que llamaban "las riendas" y que tenían la medida de la circunferencia de la troja. Estaban hechas con argollas y ganchos para ser desarmadas fácilmente y guardadas para el próximo año, aunque también había quienes las armaban con alambre y torniquetes, con unos 5 centímetros de separación. A medida que la troja se iba llenando y aumentaba en altura, se iban agregando también más cañas o plantas de maíz y riendas para que las paredes se elevaran en concordancia. La llamada caña de Guinea (conocida como cañaveral) era muy usada porque su medida es de casi cuatro metros, lo que facilitaba el armado de la troja. Aún hoy, en las pocas taperas que sobreviven, producto de la profundización de la política de despoblación y sojización de de los campos, en favor del hacinamiento y la pauperización de la población en los grandes centros urbanos, se pueden encontrar sectores donde crecen estas cañas que eran destinadas a variadas aplicaciones, entre ellas la construcción de trojas.


 Las espigas no se colocaban directamente sobre el piso de la troja, sino que previamente éste era cubierto con una capa de chala de unos 50 centímetros de espesor para evitar que las que quedaban en el fondo comenzaran a brotarse por el contacto con la humedad del suelo.


 El palo mayor se mantenía bien erecto, "a plomo", y firme merced a unos gruesos cables de alambre trenzado que bajaban, bien tensos, desde el extremo superior hasta cuatro postes apuntalados a su alrededor, a unos 35 metros de distancia. Con esta estructura se armaba el mecanismo de carga de la troja, una especie de funicular cuyo riel era un grueso cable tendido desde la punta del palo mayor hasta una estaca clavada en la tierra. El transportador de las espigas era un recipiente conocido como "el carrito" que tenía dos roldanas en la parte superior y una compuerta en la parte inferior con una argolla para atar una soga. El carrito se colocaba colgando de sus dos roldanas sobre el cable-riel de manera que circulara fácilmente sobre él y se le ataba de frente, mirando al palo mayor, una soga de unos 40 metros de longitud cuyo extremo, después de pasar por la alta roldana del palo mayor, se ataba a la cincha de un caballo. Los peones cargaban las espigas en el carrito y el jinete, desde la otra punta, comenzaba a avanzar haciendo subir el carrito hasta estar bien sobre el centro de la troja. Al llegar allí un mecanismo constituido por otra soga hacía que ésta se tensara y que se abriera la compuerta del carrito, descargando el maíz en la troja. Luego, jinete y caballo retrocedían, el carrito bajaba mientras el mecanismo de la segunda soga cerraba la compuerta. El carrito quedaba al pié de la chata restrojera para repetir esta labor una y otra vez hasta terminar con las cargas que llegaban en las chatas.


 Si la cosecha había sido muy rendidora y la troja no alcanzaba para todas las espigas recolectadas, se marcaba una nueva y se trasladaban a ésta los mecanismos utilizados en la anterior.

 Terminada esta tarea las trojas quedaban al aguardo de la desgranadora, una máquina que se situaba cerca de las mismas. Se realizaba una abertura en la base se la troja, sin cortar los alambres y se le arrimaba la noria, un mecanismo con una cinta sin fin que arrastraba los choclos hasta la máquina. Por un efecto de embudo, al chuparse por debajo las espigas, se producía simultáneamente un gran agujero en el centro de la troja que, indefectiblemente la haría inclinar y caerse. Para evitar esto, dos peones se situaban encima de la troja manejando un gran rastrillo horizontal, "el peine", que estaba atado por un cable de acero a un malacate de enrollamientos manejado por el "palenquero" de la desgranadora. Los peones clavaban el peine en las espigas acumuladas y el palenquero accionaba el embrague que recogía, enrollándolo, el cable del peine que de esta manera arrastraba los choclos hacia el agujero rellenándolo de continuo. Inmediatamente libraba el cable para que los peones de arriba de la troja lo clavaran nuevamente para repetir el trabajo.

 La desgranadora, como su nombre lo indica, "desgranaba" el marlo arrancándole los granos de maíz que iba largando por una boca mientras los costureros cosían las bolsas en que se embalaba.


La fuerza que movía a estas desgranadoras era, hasta la década de 1940, un motor a vapor externo que funcionaba de acuerdo a la naturaleza. Los marlos eran usados para la combustión que producía el vapor tanto para desgranar el maíz como, si los había, para la trilla de los cereales del verano. Su poder calórico le daba tiempo al foguista que alimentaba "la grilla" del vapor de tomarse unos mates durante su trabajo porque la pava, colocada cerca de ésta, mantenía el agua siempre caliente. Además los marlos brindaban una combustión más limpia por lo que el ayudante del foguista no debía estar continuamente sondeando los caños de calor como sucedía en la cosecha del trigo si se usaba la paja de este cereal para la combustión.


C on la llegada de los primeros tractores los antiguos motores a vapor fueron reemplazados por estos nuevos aparatos que tenían motores a explosión. A fines de la década de 1930 apareció una nueva desgranadora motriz accionada con motor a explosión. La fabricaba la firma "Melquiot", y siendo sensiblemente más pequeña que las desgranadoras comunes, iba montada sobre un chasis de Ford T. La máquina era tan rápida que un buen costurero no podía seguir su producción, por lo que debían trabajar dos buenos costureros casi sin levantar cabeza para seguirle el ritmo. Esta máquina fue un gran avance para la época ya que, como era automóvil, bastaba engancharle un acopladito y transportar, con ella, a todo el personal y las herramientas. 


 También son recordadas las desgranadoras manuales. Su uso estaba destinado a desgranar las espigas que se destinaban a la alimentación de los animales mientras se esperaba la llegada de la desgranadora grande.

 Mientras bajaba el nivel de la troja y se desgranaban las espigas, había que estibar las bolsas con maíz. Esta bolsas, debidamente cerradas -las mejores eran de yute importado de la India- pesaban unos 80 kilos y se acumulaban en pleno campo abierto en las llamadas "estibas de campaña" que tenían forma piramidal. Esta manera de apilar las bolsas obedecía a una doble razón; por un lado facilitaba un más rápido escurrimiento del agua en caso de lluvias; por el otro facilitaba el control y la contabilización por parte de los propietarios del campo cuando el chacarero era arrendatario. En los casos de grandes propiedades se solía pactar el pago del arrendamiento en especie, consistente en el 33% de la cosecha embolsada. Estibado el grano, aparecía el representante de "la administración" que sellaba el porcentaje de bolsas que le correspondía al terrateniente con un sello con sus iniciales o su marca que se aplicaba con grasa negra o de carro. De esta manera quedaban identificadas las partes que se separaban adecuadamente al ser estibadas, luego, en los galpones del ferrocarril que las transportaría a su destino. 




 Circa 1935 - Chacra de Gavio. Juntadores de maíz en un campo de Santa Isabel.


 Circa 1938 - Chacra de Gavio. Cargando a una chata las bolsas con espigas de maíz dejadas en el campo por los juntadotes. Los más chicos disfrutan de la jornada.


 1933 - Desgranada de maíz accionada por un tractor en la chacra de la familia Carpi.
 
 
 
Circa 1935 - Chacra de Gavio. Descargando espigas de maíz desde una chata al carro para cargar la troja.










Basado en un texto de "Vida y Costumbres de la Pampa Gringa" de Héctor Marinucci - 1997
Colaboración: Norberto Dall'Occhio y Pedro Adamo Pellegrini.
Fotos: "Banco de Imágenes de Santa Isabel".


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domingo, 29 de diciembre de 2013

Una maravilla de la tecnología.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 87 - 16/04/08

  La televisión argentina nació el 17 de octubre de 1951 con la transmisión de un acto de Eva Perón, realizada para unos pocos cientos de aparatos por el flamante Canal 7 que tenía su antena instalada en el edificio del Ministerios de Obras Públicas, en la avenida 9 de julio, de la ciudad de Buenos Aires. Con el correr del tiempo la gente empezó a interesarse por la posibilidad de compra de un aparato de TV. En Santa Isabel este interés se vio menguado por la dificultad para captar la señal debido a la distancia que nos separan de Buenos Aires. Sin embargo, a finales de la década de 1950, se encendió el primer televisor, blanco y negro, en la Heladería y Bar de Mario Miculán (foto, con su dueño Mario Miculán), que estaba en el local de la desaparecida Sociedad Española, en calle Belgrano, entre la Iglesia Santa Isabel de Portugal y el también desaparecido Prado Español. Testigos de aquel tiempo relatan que eran muy pocas las veces en que se podían distinguir las imágenes.

 Más adelante, el 18 de noviembre de 1964, se iniciaron en Rosario las transmisiones de Canal 5 y luego, el 20 de junio de 1965, las de Canal 3. Es entonces cuando los isabelenses comenzaron a interesarse más por la televisión ya que estas señales podían captarse con mayor facilidad. De todos modos era necesario instalar sobre el techo de cada hogar una torre de unos 15 m. de altura para colocar la antena; y aún así, en algunos días, las imágenes se desvanecían o, por el contrario, según las condiciones atmosféricas, solían tener interferencias de otras emisoras más lejanas. Eran poco frecuentes las veces en que se podía ver televisión en forma óptima.

 De esta manera el cielo isabelense se fue poblando de infinidad de torres metálicas en las que, además de las antenas dirigidas a Rosario, se solían colocar otras, dobles, hacia Buenos Aires para captar, cuando se podía, no solo Canal 7, sino también el 9, el 11 y el 13 que ya estaban en el aire. Muchas de estas torres todavía continúan montadas.

 En 1978, ante la llegada del campeonato mundial de fútbol se inauguraron las repetidoras de los canales rosarinos en Venado Tuerto y Rufino. A cambio, en toda la región, los propietarios de televisores debieron pagar un dinero en varias cuotas. Pero esa es otra historia.



Mario Miculán junto a su nuevo televisor.
























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sábado, 16 de marzo de 2013

De carne somos.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 56 del 23/02/2005
 Atilio Lombardi, carnicero por medio siglo, recorre el mundo de las carnicerías y su gente de un Santa Isabel de otro tiempo.
  Una actividad histórica de los argentinos ha sido, por tradición y por gusto, la visita diaria a una carnicería. Hasta no hace mucho, la pampa era un extenso mar de cultivos salpicados por espacios de tierras con miles y miles de manchas negras o parduzcas, algunas inmóviles, otras desplazándose lentamente. Era el ganado vacuno destinados a satisfacer la tradición carnívora nacional. Eran animales que nacían y se desarrollaban en plena libertad a los que cada tanto se los llevaba a lotes con pastura fresca para que continuaran con su desarrollo. 

Si bien el paisaje rural se ha modificado, al menos en nuestra zona, por la masificación de la agricultura y por la cría cada vez más difundida de estos animales en lugares cerrados, el gusto por la carne no ha disminuido y las carnicerías, en su versión moderna, insertas en supermercados, autoservicios o despensas, siguen plenamente vigentes.

Atilio Lombardi, carnicero por medio siglo en el local ubicado en 25 de mayo 1228 de Santa Isabel, nos cuenta las costumbres y formas de trabajar en este negocio. También surgen los nom-bres, de los car-niceros de otros tiempos y colaboradores, gente dedicada a satisfacer ese deseo que continúa vigente como siempre: la carne.
 ¿Cuándo empezó como carnicero?
= En el año 1946, con mi hermano Juan que ya tenía la carnicería en el mismo lugar desde unos 7 u 8 años antes. Tuvo distintos socios como Paggi, Cavagnolo y Caldera, también la alquiló a Natalio Colombo por un año y después, cuando vine del servicio militar, en el '46, entré con él. Estuve 50 años trabajando en esa carnicería. Yo era más de salir y mi hermano de estar en el mostrador. Salía a repartir, a carnear o a tropear.
 ¿Cómo se abastecían de carne?
= Comprábamos vacunos en las ferias. Estaba la de Rovea, que tenía feria en Villa Cañás y acá; esa estaba donde ahora está Parodi (ruta 2-S y camino hacia Estación Fournier). Estuvo la feria de Maffia y Sarlenga, también comprábamos en Villa Cañás, de Manzino y de Vicente Cudós. Después se hizo la feria de la Cooperativa Unión y Fuerza (a unos metros del camino entre la vieja ruta 94 y Estación Fournier); que prácticamente no la manejó; primero estuvo al frente Enrique Canal y después Víctor Codutti.
También comprábamos a particulares como a Don Juan Perna. A veces un colono ofertaba dos o tres animales y se lo comprábamos. Nosotros los íbamos a buscar, yo principalmente porque mi hermano atendía el mostrador. Teníamos un caballito para llevarlos desde el campo o la feria al matadero. Más de tres o cuatro animales por vez no se podían llevar ahí porque había poco pasto. A los que comprábamos en la feria los dejábamos allí y después, a medida que íbamos precisando, los llevábamos al matadero.
De Cañás, al principio un tropero traía los animales arreando para 4 o 5 carniceros juntos, le ponía unas cinco horas. Después ya se empezó a traer en camioncitos. Se llevaban a la feria porque ahí además de los corrales había potreros. Es que en el matadero, principalmente en el invierno, no había nada de comer, se venían muy abajo, o había que llevarles fardos pero como estaban todos juntos comían también los animales de los otros.
 ¿Vendían otro tipo de carne que no fuera vacuna?
= Casi nunca. Después se empezaron a carnear corderos y lechones para Navidad y Año Nuevo. Era nada más que carne vacuna, y nada de vender carbón y otras cosas. Así más o menos tirabas, pero después empezó a venir eso de que con la carne sola ya no podías vivir entonces se le fueron agregando otro tipo de cosas para vender.
 ¿Con qué herramientas contaban?
= A la vaca la cortaba al medio yo con una sierra manual de dientes grandes y, en el mostrador, mi hermano cortaba con la otra sierra, también a mano. Más adelante, con la sierra eléctrica, la carne se empezó a trabajar mejor.
 Antes se picaba la carne a mano, con la máquina de hacer chorizos, después llegaron las picadoras eléctricas.
 ¿Cada cuanto se hacían las ferias?
= Prácticamente todas las semanas, especialmente en el tiempo en que había dos ferias. En ese tiempo había muchos colonos tanto en Las Dos Hermanas como en La Lyda o en Las Rosas, y todos tenían sus animalitos que mandaban a la feria.
 ¿Qué tipo de vacunos compraban, como los elegían?
= En las ferias ya estaban los corrales hechos, después, cuando se remataban, se ofertaba y se compraba. Por lo general se carneaba novillo o vaquillonas.
 ¿Siempre fue así, o hubo épocas que se carneaban vacas?
= También se carneaban vacas, especialmente en el tiempo de la juntada de maíz, cuando había más salida y que venía gente de afueras. Pero si no, había que tener mercaderías buena.
La carne de vaca es más económica pero inferior. Se entreveraba, no era todo novillo, porque por ahí, en un corral comprabas vaquillonas y entre el grupo de cuatro o cinco venía alguna que ya era tipo vaca.
 ¿Qué cantidad de animales han llegado a vender?
= Nosotros, por ejemplo, en el tiempo de la juntada de maíz eran siete, ocho y hasta nueve animales por semana. Pero después no, ya después se carneaban cuatro por semana, o a veces cinco.
 ¿Qué carnicerías recuerda Usted?
= Cuando empecé estaba la de Costas, atendía Guido y en el matadero le carneaba un tal Rossi, después estaba Otamendi, la Viuda, que le carneaba el “Loco” Rueda. Otamendi era uno de los más antiguos, después murió y siguió la mujer y más adelante el hijo, la carnicería siempre estuvo en el mismo lugar (Belgrano casi Sarmiento). La carnicería de Costas (G. López al 100) también ha sido de las más antiguas, primero estaba el padre y después siguieron los hijos Enzo, Guido y Héctor. A veces yo salía a repartir al campo con Enzo.
Otro que estaba era Juan Costaguta, donde después estuvo Armando Bottacini (Mitre 1244) . Otra carnicería era le de De Filippi, que estaba donde está Audicana (Irigoyen 1158), que ahora es del frigorífico. Por ahí pasaron muchos, en un tiempo estuvo Giardini, “Yiyi” Vannni, después Bartolomé Pijuán, que era todo un personaje. A él le carneaba Eduardo Tombolini. Masciarelli estaba en la zona del hospital y tenía reparto en el pueblo con un carro, él tenía como un mostrador acomodado en el carro y una sierra y llevaba la carne.
También Colombo, ellos le alquilaron a mi hermano y después pusieron carnicería donde está el Banco de Santa Fe (San Martín y Gral. López), ahí estuvieron una punta de años hasta que después “Busi” (César Colombo) se fue a la esquina del frente.
Armando Bottacini, el “Didi”, es más nuevo. Cuando abrió revolucionó a las carnicerías con los cortes que hacía, empezó a clasificar la carne y a presentarla bien, la carne bien acomodadita en el mostrador, a cortar milanesas... Un tipo muy inteligente para trabajar la carne; lo que es pulpa era pulpa y tenía su precio, el puchero, puchero, el asado, asado...
También “Finito” Bottaccini más adelante abrió su carnicería, estaba Alonso... normalmente siempre eran unas siete u ocho carnicerías en el pueblo.
 ¿Cómo funcionaba el matadero?
= Eso siempre fue de la Comuna (sobre ruta 94 vieja y “la loma”) y estaba desde mucho antes que yo empezara. Había un corral, un brete y se enlazaba el animal. Antes de que se hiciera el galpón techado (1961), eran solo corrales.
A los animales los podíamos tener unos días ahí. Larripa los enlazaba, nosotros los degollábamos, le sacábamos la panza, lo cargábamos y lo traíamos a la carnicería donde se terminaba de limpiar. Pero en el matadero siempre había gente que ayudaba en los trabajos como "Polo" Herrera o Vicente Escudero
En el verano se carneaba a eso de las cuatro de la mañana. A medida que llegábamos se iba enlazando por turno; a veces a las tres ya habíamos algunos para agarrar turno, porque el que salía primero, llegaba primero al pueblo y Francisco Criado le sacaba primero el cuero. Iba a todas las carnicerías por turno, a él se le vendía el cuero y después los lavaba, los salaba y demás.
En invierno a la una, una y media de la tarde abría el matadero uno hora antes ya estamos allá, porque ya te digo, al que llegaba primero lo atendían primero.
 Y se armarían algunas discusiones...
= Y, a veces se armaban discusiones... Don Natalio Colombo siempre quería salir primero, una vez hasta perdió la vaca por el camino! No es que el que terminaba primero empezaba a vender primero, si no que le sacaban el cuero antes, entonces ya se desocupaba.. Porque había también que preparar las achuras, sacar las quijadas, lavar todo...
Pero también me acuerdo de las charlas que teníamos tirados de panza en la cuneta mientras esperábamos que abriera el matadero. Nos reíamos, uno llevaba un chimento, otro, otro chimento... Y de las carreras que hacíamos para carnear, el más ligero de todos era Raúl Bazán, carneaba para Otamendi después de que había fallecido Rueda. Porque algunos tenían una persona que les carneaba. Nosotros y Armando Bottacini carneábamos lo nuestro, pero, por ejemplo, “Busi” lo tuvo a Ruiz y después a “Chocho” (Juan) Oneglia.
 ¿Quiénes vivieron en la casa del matadero?
= Esa casa ya estaba de antes que se hiciera el galpón del matadero (1961). Estaba Larripa y “Chocho” Oneglia habrá entrado en el '55. Esta gente, además de trabajar en el matadero también juntaba la basura. En ese tiempo el pueblo era chico y se juntaba la basura por el centro nada más, y a las 10 y media ya se desocupaban; está bien que empezaban, a lo mejor a las 4 de la mañana. Salían a juntar la basura con un carro tirado por un caballo, y era una sola persona, bajar, subir, bajar, subir.... Después la Comuna puso un tractor y un acopladito, “Chocho” lo manejaba y tenía una persona que juntaba la basura.
 Que tiraban en El Bajo...
= Si, siempre tiraron en El Bajo hasta que dejaron hacerlo.
 ¿Con el galpón del matadero se simplificó la tarea?
= Si porque ya hacías todo allá y llegabas a la carnicería con la vaca limpia. A las achuras las preparabas en el matadero y venías al pueblo con la vaca ya pelada y la colgabas directamente.
En el galpón cada uno tenía su sitio. Eran ocho lugares, cuatro de cada lado y cada uno tenía su canilla, su manguera y su colgadero. Después había un riel en el medio para que corriera la media res colgada y poder cargarla.
Pero a principio de los '70 salió la ley federal de carnes con la que había que comprarle todo a los frigoríficos. Igualmente seguimos carneando algunos animales y terminamos en cana.
 ¿Por qué pasó eso?
= Comprábamos alguna media res al frigorífico y también comprábamos animales en la feria. No era que las robábamos, las comprábamos en la feria y las carneábamos allá mismo. Eso lo hacíamos con “Busi” Colombo hasta que una vez, no se si hubo una denuncia o qué, vino la policía, nos sacó la carne a nosotros, a “Busi” y a Gularte, y nos llevaron a los tres a Melincué en el “Cuartito Azul” (apodo que tenía el móvil policial de aquel tiempo, que era un Jeep con carrocería cuadrada todo pintado de azul). Llegamos a eso de las 12. A la tarde nos dieron el mate cocido y a la nochecita polenta.
Con nosotros también llevaron a “Cholo” Colombo, que trabajaba en la feria. Mi hermano Juan se salvó porque se había ido a un velorio de una tía a Rosario junto con “Quino” Salemme que era el Presidente Comunal. Así que cuando Salemme vino, habló con el jefe de policía y a la noche nos soltaron. De acá, algunos ya habían salido con colchones para nosotros pero los encontramos en el camino.
 ¿Les cobraron multa por eso?
= Multa no, pero al tiempo tuvimos que cumplir un mes de arresto acá en el pueblo. Íbamos a la comisaría una o dos horas todos los días. Estábamos un tiempo ahí pero teníamos la carnicería abierta, comíamos algún asado...
 Les ha costado varios asados...
= Y si, si. Gularte hasta les podaba las plantas y les limpiaba el patio!
 ¿Cómo eran los clientes?
= Como ahora, había de todo. Pero antes la gente era menos delicada porque por lo general se compraba la carne entreverada. A la que más se le vendía era a la gente de campo que venía y compraba dos o tres kilos, y llevaba pulpa, llevaba asado, llevaba de todo.
 ¿Cómo conservaban la carne, por ejemplo cuando no había electricidad en el pueblo, allá por los '50?
= Era el gran dilema de esos tiempos, porque hasta que no vinieron las heladeras eléctricas grandes se complicaba bastante. Nosotros, por ejemplo, teníamos una heladera a hielo con dos puertas y en el medio poníamos dos barras de hielo que duraban tres días. A la carne que sobraba el sábado, para el lunes la conservaba al pelo. Igual era un dilema, había que hacer faltar la carne el sábado, para que no sobrara.
Acá había hielo que fabricaba Yaco Raimundi y después no hubo más, había ue ir a buscarlo a Cañás. En un tiempo Peovich los iba a buscar en una jardinera y los repartía, si no íbamos nosotros en la Ford “T” a buscarlos.
En el tiempo que no había corriente eso fue un desastre. Qué épocas malas que se vivieron, no? Y todo por política.
 ¿Antes, cuando no había bolsas de nylon, en que entregaban la carne?
= Y, se envolvía en papel de diario, con un pedazo, a veces, de papel blanco. Había gente que traía su plato o fuente y la llevaba así.
 ¿En qué horarios abrían la carnicería?
= A las 5 o 6 de la mañana ya teníamos la carnicería abierta, porque había gente que iba a trabajar al campo y pasaba a comprar, era una costumbre. En verano se abría, se ventilaba, y a las 11 ya se cerraba, ahora es la una de la tarde y todavía están abiertas. A la noche, cuando oscurecía ya se cerraba.
 ¿Cómo se hacía el reparto en el campo?
= Era en el tiempo de la juntada de maíz; entre marzo y junio, a veces hasta en agosto, unos cuatro meses.
Yo anotaba todo en una libreta porque en cada chacra había 8 o 10 juntadores y eran todas pesadas distintas. Se las dejaba colgadas en un gancho en una planta, porque en muchas partes llegaba temprano y algunos todavía dormían.
Mirá lo que hacíamos; me levantaba, llamaba a mi hermano para que cortara y me iba a atar el sulki que estaba en la chacra de mi otro hermano. Cuando volvía le ayudaba a cortar y a pesar. Se cocían con un hilo las pesadas para que no se mezclaran y después, a todas las pesadas de una chacra las poníamos en un gancho de mayor a menor para saber cual era una y otra, porque yo no llevaba balanza. Salía con el sulki a repartir por el campo y volvía al pueblo a eso de las once de la mañana, comía un poco y ya salía para el matadero.
 ¿Por qué lugares hacía el reparto? 
= Tenía distintos recorridos. Un día por Las Dos Hermanas, iba al campo Rueda y por lo de Negrini, también de Zamarini, Ducevich, Valero, Milanesi, entraba en Santa Emilia, hasta lo de Parnisari y lo de Ressio; otro día salía por campo Las Rosas... Un día por un lado, otro día por otro, hasta los domingos. Después cuando empecé con la Ford “T”, la cosa era más aliviada, ya era cafiso.
Una vez que terminaba la juntada del maíz ya no se salía.
 ¿Cómo era la relación entre carniceros?
= Éramos bastante unidos, aunque un poco de celos había ya sea porque alguno trabajaba más que otro o lo que fuere. Nos reuníamos muy seguido, por ahí nos comíamos un asado entre todos; si había aumento en la hacienda se conversaba por el precio y poníamos los precios al otro día en pizarra.
Había veces que nos juntábamos en el matadero, en vez de venirnos para el pueblo en seguida, juntábamos un poco de achuras y nos hacíamos un asado y comíamos juntos. Nos llevábamos bastante bien.
 ¿Siempre se hicieron chorizos en las carnicerías?
= Si, siempre. Eran con carne de chanchos que se compraban en las chacras y que carneábamos. Nosotros hicimos muchos con Pijuán porque a veces un chancho para uno solo era mucho. Nos repartíamos a medias los chorizos, morcillas, huesitos... También trabajamos mucho tiempo así con “Busi” Colombo. Se compraba un capón o una chancha y hacíamos chorizos porque en ese tiempo no se exigían marcas ni nada.
 ¿Hasta cuando funcionó la carnicería?
= Mi hermano enfermó en 1989 pero yo seguí con la carnicería porque él se quedó en la casa, de socio. Después seguí solo hasta el '97, hasta que la cerré. Es que con carne solamente ya no era redituable, había que tener una especie de despensa para subsistir.
Cuando la carne empezó a traerse de los frigoríficos se terminó con tanto trabajo, pero ahí se encareció mucho más. Además las ferias ya no andaban porque en la zona empezó a haber menos animales. Cuando carneábamos teníamos las achuras, el cuero, el cebo, la quijada, que quedaban de ganancias, pero después a eso hubo que comprarlo todo y ya no era tan redituable.
Un día me decidí, vendí todo y cerré la carnicería.



"Chocho" Oneglia y Eduardo Tombolini en plena matanza. "Didi" Bottacini observa.



 Una jornada de remates vacunos en la feria de
Codutti.

 Una jornada de remates vacunos en la feria de
Codutti.







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