En
la década de 1940 y comienzos
de la de 1950 era muy común que los
chicos jugaran a la pelota en los
baldíos del pueblo. A esos lugares se los llamaba “campitos”. Hoy
esa costumbre se perdió, pues
tanto General Belgrano como Juventud Unida brindan la posibilidad de que los pibes
y los adolescentes utilicen sus cómodas instalaciones deportivas para jugar al fútbol.
Los baldíos eran canchas improvisadas, donde los propios pibes determinaban un perímetro imaginario. Los arcos eran dos montoncitos de ropa o dos ladrillos o algunas piedras, que reemplazaban los palos. Previamente tenía que haber un acuerdo sobre el largo de los arcos. Pero a veces sucedía que en un descuido durante el desarrollo del partido algún “avivado” achicaba o agrandaba el arco según su conveniencia. Y ahí se armaba la discusión y comenzaban los insultos.
En el momento previo a la iniciación del partido había una ceremonia muy importante. Era necesario formar dos equipos. Dos pibes similares en su capacidad de juego se ponían frente a frente a unos cinco metros de distancia. Cada uno a su turno adelantaba un pie. Al final perdía al que le sobraba el pie. Acto seguido el ganador tenía la opción de elegir primero a un compañero de equipo. Por supuesto que elegía al mejor del grupo. Su rival elegía otro pibe considerado “bueno”. Seguía la elección por descarte y los considerados “pataduras” quedaban para el final, como de “relleno”. Era una forma bastante ecuánime de armar un partido con fuerzas parejas. Según las circunstancias, si en un momento del encuentro un equipo se distanciaba demasiado en goles convertidos se compensaba la desigualdad de fuerzas con el trueque de un buen jugador de un bando por otro jugador de menor nivel del equipo rival. Es decir los pibes tenían bien claro el sentido lúdico del juego.
Era una diversión entretenida donde cada uno quería demostrar sus habilidades personales. Ganarle a un equipo débil era considerado un triunfo sin gloria. Por eso buscaban formar equipos parejos. Jugaban con zapatos, zapatillas o alpargatas. Los botines para chicos prácticamente no existían. Salvo alguna rara excepción, ninguno poseía la casaca que usan los clubes de primera división. Si recién habían salido del colegio, se sacaban el guardapolvo blanco, lo doblaban y lo dejaban al lado de uno de los arcos, junto con la cartera de útiles escolares. Para custodiar el arco siempre mandaban a algún pibe con poca capacidad de juego. Cuando alguien llegaba tarde y pedía ingresar, si lo aceptaba el grupo se incorporaba al juego.
Estos “picados” de potrero se jugaban sin establecer tiempo por reloj. Sólo la oscuridad de la noche o la lluvia los hacía prescindir del juego. Se iba a cinco goles o más. Pero en pleno partido generalmente surgía un inconveniente. En algún momento aparecía la madre de algunos de los pibes para decirle a viva voz al nene que estaba preparada la leche. Como a veces esa mujer era la madre del “dueño de la pelota”, el partido se suspendía de inmediato.
Hoy la pregunta lógica sería, pero ¿cómo no había otra pelota? La respuesta es que no. En esos tiempos las pelotas de goma o de cuero no estaban al alcance de todos los padres. Por ese motivo el dueño de la pelota se convertía en un personaje especial, aunque fuera un “patadura”. Los chicos solían jugar en la calle o en la vereda con una pelota de trapo que las madres le preparaban rellenando medias de mujer. En los campitos se jugaba con una pelota que picara en el piso. Tenía más sabor a fútbol porque había que dominar el balón en el aire, ya sea con los pies, el pecho o la cabeza.
Los baldíos eran canchas improvisadas, donde los propios pibes determinaban un perímetro imaginario. Los arcos eran dos montoncitos de ropa o dos ladrillos o algunas piedras, que reemplazaban los palos. Previamente tenía que haber un acuerdo sobre el largo de los arcos. Pero a veces sucedía que en un descuido durante el desarrollo del partido algún “avivado” achicaba o agrandaba el arco según su conveniencia. Y ahí se armaba la discusión y comenzaban los insultos.
En el momento previo a la iniciación del partido había una ceremonia muy importante. Era necesario formar dos equipos. Dos pibes similares en su capacidad de juego se ponían frente a frente a unos cinco metros de distancia. Cada uno a su turno adelantaba un pie. Al final perdía al que le sobraba el pie. Acto seguido el ganador tenía la opción de elegir primero a un compañero de equipo. Por supuesto que elegía al mejor del grupo. Su rival elegía otro pibe considerado “bueno”. Seguía la elección por descarte y los considerados “pataduras” quedaban para el final, como de “relleno”. Era una forma bastante ecuánime de armar un partido con fuerzas parejas. Según las circunstancias, si en un momento del encuentro un equipo se distanciaba demasiado en goles convertidos se compensaba la desigualdad de fuerzas con el trueque de un buen jugador de un bando por otro jugador de menor nivel del equipo rival. Es decir los pibes tenían bien claro el sentido lúdico del juego.
Era una diversión entretenida donde cada uno quería demostrar sus habilidades personales. Ganarle a un equipo débil era considerado un triunfo sin gloria. Por eso buscaban formar equipos parejos. Jugaban con zapatos, zapatillas o alpargatas. Los botines para chicos prácticamente no existían. Salvo alguna rara excepción, ninguno poseía la casaca que usan los clubes de primera división. Si recién habían salido del colegio, se sacaban el guardapolvo blanco, lo doblaban y lo dejaban al lado de uno de los arcos, junto con la cartera de útiles escolares. Para custodiar el arco siempre mandaban a algún pibe con poca capacidad de juego. Cuando alguien llegaba tarde y pedía ingresar, si lo aceptaba el grupo se incorporaba al juego.
Estos “picados” de potrero se jugaban sin establecer tiempo por reloj. Sólo la oscuridad de la noche o la lluvia los hacía prescindir del juego. Se iba a cinco goles o más. Pero en pleno partido generalmente surgía un inconveniente. En algún momento aparecía la madre de algunos de los pibes para decirle a viva voz al nene que estaba preparada la leche. Como a veces esa mujer era la madre del “dueño de la pelota”, el partido se suspendía de inmediato.
Hoy la pregunta lógica sería, pero ¿cómo no había otra pelota? La respuesta es que no. En esos tiempos las pelotas de goma o de cuero no estaban al alcance de todos los padres. Por ese motivo el dueño de la pelota se convertía en un personaje especial, aunque fuera un “patadura”. Los chicos solían jugar en la calle o en la vereda con una pelota de trapo que las madres le preparaban rellenando medias de mujer. En los campitos se jugaba con una pelota que picara en el piso. Tenía más sabor a fútbol porque había que dominar el balón en el aire, ya sea con los pies, el pecho o la cabeza.
Un
baldío muy utilizado estaba ubicado
en General López y General Roca, donde aún hoy se mantiene en pie una vieja palmera. Lo llamaban el “Campito del Bajo”. Por su amplitud, otro baldío
concurrido por chicos y adolescentes estaba entre las calles General
Roca, Santa Fe, Italia y Brasil. Era una manzana completa, donde años más tarde
se instaló la fábrica de leche en polvo. Las vías del ferrocarril no existían,
pues se construyeron recién en la década
de 1950.
En José Ingenieros al 1400 había un terreno desocupado, cercano del lugar donde actualmente se encuentra instalado el tanque de agua potable. Allí también los chicos armaban su picado.
En Santa Fe al 1400 había un amplio descampado (hoy Parque Tirelli), muy propicio para practicar fútbol. Los pibes para jugar achicaban el perímetro, pero los adolescentes y mayores lo ampliaban como si fuera una cancha normal. Habían colocado improvisados arcos de madera, aunque eran bastante precarios. Ese baldío dejó de utilizarse en 1950, cuando el Ferrocarril y la Comuna dispusieron forestar el lugar con plantaciones de eucaliptus.
En la década de 1930, en la esquina de José Ingenieros y Mitre, en la misma manzana donde está el edificio de la Comuna, había un baldío en el cual los pibes jugaban sus picados.
En las escuelas primarias estaba prohibido jugar al fútbol. Sin embargo los varones no podían impedir su impulso futbolero y en algún descuido de la celadora improvisaban un mini picadito con una pequeña pelota y algunas veces hasta con una naranja. Pero solía suceder que en forma inesperada aparecía la maestra y les incautaba la pelota además de la consiguiente reprimenda.
En la década de 1940 aparecieron en el pueblo las canchas de Baby Fútbol. Para los pibes fue toda una novedad, ya que les permitía jugar en una cancha marcada, con arcos de madera(a veces con red), con pelota de cuero y con vestimenta similar a la que usaban sus ídolos, los jugadores mayores que integraban los clubes de primera división.
En José Ingenieros al 1400 había un terreno desocupado, cercano del lugar donde actualmente se encuentra instalado el tanque de agua potable. Allí también los chicos armaban su picado.
En Santa Fe al 1400 había un amplio descampado (hoy Parque Tirelli), muy propicio para practicar fútbol. Los pibes para jugar achicaban el perímetro, pero los adolescentes y mayores lo ampliaban como si fuera una cancha normal. Habían colocado improvisados arcos de madera, aunque eran bastante precarios. Ese baldío dejó de utilizarse en 1950, cuando el Ferrocarril y la Comuna dispusieron forestar el lugar con plantaciones de eucaliptus.
En la década de 1930, en la esquina de José Ingenieros y Mitre, en la misma manzana donde está el edificio de la Comuna, había un baldío en el cual los pibes jugaban sus picados.
En las escuelas primarias estaba prohibido jugar al fútbol. Sin embargo los varones no podían impedir su impulso futbolero y en algún descuido de la celadora improvisaban un mini picadito con una pequeña pelota y algunas veces hasta con una naranja. Pero solía suceder que en forma inesperada aparecía la maestra y les incautaba la pelota además de la consiguiente reprimenda.
En la década de 1940 aparecieron en el pueblo las canchas de Baby Fútbol. Para los pibes fue toda una novedad, ya que les permitía jugar en una cancha marcada, con arcos de madera(a veces con red), con pelota de cuero y con vestimenta similar a la que usaban sus ídolos, los jugadores mayores que integraban los clubes de primera división.
General
Belgrano instaló su cancha de Baby
Fútbol, que tenía luz
artificial, en el predio ubicado en
General López esquina 25 de Mayo
y Juventud Unida en las instalaciones contiguas a la Sociedad
Italiana. En esos lugares se organizaban
importantes partidos y torneos diurnos y nocturnos con la intervención de
equipos de la zona. Los cotejos contaban
con la concurrencia de mucho público, que en algunas circunstancias, por la atracción que ejercían, colmaban totalmente la capacidad de esos mini estadios deportivos.
A partir de 1949 se iniciaron en el país la disputa de los Torneos Infantiles “Evita”, promovidos por la Fundación “Eva Perón”. A partir de 1950 la Comuna local todos los años formaba un equipo de pibes que representaba al pueblo. Los jóvenes enfrentaban a equipos similares de la región.
Esta es una breve historia de los baldíos y los campitos del pueblo. Esos potreros fueron excelentes “semilleros” y dieron lugar a la formación de destacados futbolistas que posteriormente se desempeñaron en equipos locales y algunos de ellos triunfaron en la región integrando elencos de clubes de primer nivel.
A partir de 1949 se iniciaron en el país la disputa de los Torneos Infantiles “Evita”, promovidos por la Fundación “Eva Perón”. A partir de 1950 la Comuna local todos los años formaba un equipo de pibes que representaba al pueblo. Los jóvenes enfrentaban a equipos similares de la región.
Esta es una breve historia de los baldíos y los campitos del pueblo. Esos potreros fueron excelentes “semilleros” y dieron lugar a la formación de destacados futbolistas que posteriormente se desempeñaron en equipos locales y algunos de ellos triunfaron en la región integrando elencos de clubes de primer nivel.
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