martes, 12 de marzo de 2013

Historias que llegan al alma.

Publicado en "Acercar a la Gente"  Nº 47 del 20/12/2003
 
 Tres relatos de la vida real que desde la adversidad nos transmiten esperanza y confianza en nuestras fuerzas.
 
 La vida te da sorpresas. A veces buenas, otras no tanto. Lo cierto es que tarde o temprano debemos enfrentar situaciones duras, complejas y muy poco agradables. Suelen durar minutos, días o muchos años, pero si intentamos resolverlas y tenemos el valor necesario podemos cambiarles el final y hacer de ellas una experiencia positiva para nosotros mismos y para los demás.

Como ejemplo hemos seleccionado estas tres historias reales que nos transmiten esperanzas a pesar de sus comienzos angustiantes.
 
 
De hermano a hermano.
 Con voz pausada Hugo Ribas (56) nos habla desde el sillón de su peluquería, esa que en los últimos meses más de una vez debió dejar, al igual que a su familia, para realizarse decenas de análisis, chequeos y una internación de una semana para poder devolverle la esperanza a su hermano Jorge Alfredo "Fredy" (52).
 "Él había adelgazado mucho - cuenta- y en febrero pasado le empezó a doler un costado y se le hinchó el bazo. Fue al médico y le diagnosticó leucemia... Pero después de un estudio le hablaron sobre la posibilidad de un trasplante de médula ósea".
 Con la angustia que causa una noticia de este tipo Fredy comenzó el tratamiento para controlar la enfermedad. Pero la cura solo podía llegar con el transplante, por eso en junio se dispuso que los hermanos de Fredy (en total son 12 hermanos con vida) debían hacerse estudios de compatibilidad para saber cual de ellos sería el donante. "No se si lo soñé o qué, pero estaba tranquilo y convencido de que iba a ser yo, tenía esa sensación desde el primer momento. Fui en el primer grupo, nos hicimos el análisis y salí ciento por ciento compatible, por eso no se hicieron más".
 Hugo y Fredy comenzaron a viajar varias veces por semana a Rosario y a Venado Tuerto para hacerse los análisis y estudios que preparaban el terreno para el transplante. "Nunca se habló de tiempos, ellos no te dicen mucho pero te van llevando y preparando muy bien. A los dos nos hacían los mismos análisis, fueron más de 60 en total y varios chequeos. En el mes de septiembre pasado lo internaron, en Rosario".
 Quince días después Hugo también fue internado por una semana en el mismo centro de salud pero en otra habitación, y ambos fueron preparados para el transplante. "A él le bajaron las defensas -continúa diciendo- para recibir la médula, porque sino el cuerpo reacciona y se la rechaza, y a mi me las subieron. Cada 20 minutos te hacen algo, inyecciones, análisis, te pesan, te revisan continuamente... Podía caminar, estar en la pieza, lo más bien, pero estaba controlado. Además no tuve contacto con mi hermano desde el día que me internaron hasta el que me fuí; como tenía las defensas bajas lo aislaron para prevenir posibles contagios, aún hoy debe cuidarse de eso".
 Lo estricto del proceso se aprecia en algunos comentarios que hace: "cuando entrás ahí te hacés acéptico, te controlan por T.V. y todo eso. Yo le preguntaba a Cristina por nuestras hijas. Estaban fuera de la habitación pero no las las dejaban entrar. Te aíslan de todo el mundo..."
 Cristina, su esposa, explica en forma sencilla que el transplante de médula ósea se hacía a través de la médula de ciertos huesos del donante a otros del receptor pero que ahora el proceso es menos doloroso, es vía venosa. Se hace pasar la médula a la sangre del donante, luego se la separa y se la transplantan al paciente. Es un proceso lento que dura siete horas.
 Dicho de esta manera parece un trámite sencillo pero Hugo cuenta detalles largos de expresar que ponen a prueba el temple de una persona tanto en lo físico como en lo sicológico. "Tuve el apoyo de mi familia en todo momento, es que afectivamente es muy fuerte, no es tan simple como a veces lo vemos por en un noticiero. El shock más grande para mi fue cuando me vine, ahí tuve más conciencia y estaba muy alterado, por eso le tengo que pedir perdón a la gente, no estaba en condiciones de hablar, recién ahora lo puedo hacer ".
 En estos momentos Fredy ya no está internado pero continúa en Rosario recuperándose del transplante y controlando la enfermedad. "El médico me dijo que el transplante fue ciento por ciento exitoso. Todos los problemas colaterales que le dijeron que iba a tener los fue teniendo pero la médula está trabajando bien, así que esperamos que para enero ya esté acá. Es tremenda la tecnología que hay y es importante recalcar que lo que hace unos años atrás era imposible hoy se puede realizar, es fabuloso".
 Ahora que la tempestad está pasando Hugo hace balances que ponen como saldo favorable no solo la salud de su hermano si no también a los vínculos que se han estrechado: "Aunque vivimos cerca, él en Villa Cañás, por distintos asuntos nos veíamos poco, pero viajamos tanto que charlamos muchísimo. También sirvió para unirme más a sus hijas y su mujer. Ojalá que a nadie le toque, pero si tienen la oportunidad de donar, que lo hagan porque es una muy buena experiencia. Tal vez no tengo plena conciencia de lo sucedido pero cuando Fredy venga y estemos más tiempos juntos me voy a dar cuenta".
 ¿Sirvió esta experiencia para afianzar los lazos entre ambos? Hugo dice que si. "Teníamos la unión de hermanos sin ningún drama, hola que tal, como te va? Pero en las charlas con la sicóloga descubrí cosas que yo no le conocía. Porque hasta que no te tocan un sentimiento no valorás nada, todo está por el aire. Eso es lo que hoy siento". 
 
 
 Alumbrar en la noche.
 Ella conoce muy bien eso de traer hijos al mundo, tiene cinco. Pero el nacimiento de Néstor Pablo, segundo de los varones, ha sido una experiencia inolvidable para Clara Pérez de Ledesma (51) quien nos concedió una pausa en el trabajo que realiza en la Comuna de Santa Isabel para contarnos su odisea.
 Con tono humilde nos cuenta que en 1987 se encontraba embarazada de quien iba a ser su cuarto hijo. Los médicos que la atendían habían verificado que todo estaba bien y habían estimado una fecha para el parto, pero la cosa se adelantó unos días a lo esperado. "Desde unos días antes, que habían sido calurosos, tenía dolores, y esa noche sentí que iba a nacer. Ya tenía dolores de parto".
 A la una de la mañana del 9 de agosto estaba sola con sus hijos en su casita humilde porque su esposo había tenido que ausentarse por razones de trabajo. Entonces decidió que ya no podía esperar más porque supo que el bebé iba a nacer de un momento a otro. Es así que se levantó, se preparó, tomó los documentos y despertó a una de sus hijas para que la acompañara.
 La noche era fea y si bien no llovía amenazaba con hacerlo: "Salí caminando de mi casa para ir hasta la Clínica porque al hospital no llegaba, me acompañó Laura que tenía 10 años y que poco entendía de lo que pasaba".
 La Clínica, como se la llamaba por ese entonces al Sanatorio Santa Isabel, estaba a poco más de cuatro cuadras de su casa pero el viaje se hizo interminable: "No teníamos vecinos en esa época, además, en mi casa ni luz teníamos y en el camino no encontré absolutamente a nadie, los únicos que estaban eran unos perros que nos seguían. Yo iba caminando paso a paso, muy despacio por los dolores que venía sintiendo, no daba más".
 De todos modos siguió su marcha durante casi una hora hasta que se detuvo a pocos metros del lugar de destino, a la vuelta de la Clínica. El niño llegaba en medio de la noche y no hubo más tiempo que esperar. "Caminé despacio hasta que llegué frente a la casa que en esa época era de los viejitos Pennacchietti, (José Ingenieros al 1200) y no pude seguir más. Apoyé mi mano en la puerta y mandé a la nena a avisar a las enfermeras que no llegaba a la Clínica y para que les pidiera que vinieran hasta donde estaba."
 Pero cuando la chica fue a buscar a las enfermeras se agregó a la noche y al mal tiempo la más absoluta soledad: "Estaba desesperada, estaba sola, no había nadie en la calle, solamente esos perros que estaban ahí y que yo quería correr. Por eso no me acosté para tener el bebé, porque pensaba en esos perros".
 Clara debió realizar un esfuerzo terrible, pero el alumbramiento finalmente se produjo: "Entonces me quedé parada, apoyé la mano en la puerta y nació... Nació, lo agarré, lo levanté desesperada y le dí un chirlo para que llorara porque lo veía ahogado. Después lo envolví en mi pollera y empecé a caminar despacito otra vez".
 Cuando estaba llegando a la esquina regresó su hija: "Mami, dice la enfermera que no puede venir". "La enfermera no podía dejar sola la Clínica pero le dije a la nena: ¡decile que ya nació el bebé, decile que nació!; yo pensaba que el bebé iba a tener problemas. Y bueno, la enfermera vino acompañada y le entregué el bebé en la esquina, desesperada para que lo salvara".
 El movimiento fue grande esa madrugada en la Clínica: "A a mi me llevaron hasta la camilla, llamaron al Dr. Armando que atendió al bebé, que pesó dos kilos setecientos, y me atendió a también a mi. Además vino la Dra. Norma, le hicieron análisis, todo... El Dr. Armando me preguntaba ¿Qué hiciste con el cordón umbilical, tenías tijera? Creo que se cortó cuando lo levanté, yo no me di cuenta...El nene, que ahora tiene 16 años, nació sano, hasta ahora apenas si tuvo algunos resfríos."
 A pesar de todo lo que tuvo que padecer esa noche, Clara se muestra feliz de contarnos su historia y especialmente de su final: "Hubo un final feliz y estoy muy contenta porque vino mucha gente a visitarnos, nos trajeron ropa, tenía hasta moisés y talco... Me regalaron una caja de ropita de bebé.... Todo bien, este fue el bebé que más cosas tuvo de todos los chicos que tuve. No tenía ropa porque no había aprontado nada porque esperaba que naciera unos días más adelante. Una señora me iba a regalar ropa pero cuando pasó todo esto ella no había llegado. En verdad, todo lo que pasó fue una especie de milagro..."
Esa mañana finalmente se puso a llover.
 
 
  El encuentro tan esperado.
 Para comenzar el relato lanza esta terrible frase: "Mi mamá nos abandonó cuando éramos chicos y mi papá ya nos había abandonado antes."
 Gladys Cardozo de Tavani (64) cuenta que ella y sus otros tres hermanitos vivían en Cafferata cuando esto pasó. "Yo era la mayor, tenía 5 o 6 años y vivíamos en un ranchito, me acuerdo como si fuera hoy del día que se fue mi papá. Todo debe haber pasado en pocos días pero cuando uno es chico le parece que pasa mucho tiempo."
 Con tristeza en los ojos Gladys recuerda esos días tan lejanos en el tiempo pero tan presentes en la memoria: "Después que se fue mi papá nos quedamos con ella. Nos mandaba de un lado a otro, pedíamos por la calle... uno nos daba, otros no porque decían que mi mamá les debía. Me acuerdo de una vez que tomábamos mate cocido en un plato para que los chicos vecinos creyeran que estábamos comiendo". "La abuela de Alberto Ludueña -un vecino de nuestra localidad-, que vivía en frente nos daba la leche, nosotros pasamos el sarampión sentados afuera... Siempre vivíamos solitos, porque mi mamá se iba a la mañana y no volvía. Hacíamos fuego en un brasero de lata y no se por qué, una vez teníamos un pedazo de carne; me acuerdo tan bien de eso, del fuego y que pusimos la carne arriba..."
  Un día su madre decidió irse definitivamente.. "Estábamos durmiendo, yo me desperté y me dijo: me voy a Venado y mañana los vengo a buscar. Esa noche ella se fue y nos quedamos solos... Al pueblo llegaba un solo colectivo, así que todas las tardes ibamos a esperar la llegada de mi mamá...y no llegó nunca..."
 Después de un tiempo los hermanos comenzaron a separarse. Ana María, la tercera, fue llevada por desconocidos "Vino una señora de Chovet a buscarla y me dijo que mamá se la había regalado, a mi hermano Hugo unos vecinos también se lo llevaron y yo, que era la mayor, me quedé solita en el rancho".
 Y sigue relatando más cosas de esa niñez tan dura "como la de mi hermanito, mi mamá nos dejó a nosotros tres con el bebito que lloraba y lloraba... Yo preparé mate cocido y le daba mate cocido pero a los dos o tres días se murió... una vecina decía tendrá esto, tendrá lo otro. Qué se yo, tenía hambre, yo era chiquita..."
 Unos vecinos, que no le dieron buen trato, llevaron a Gladys con ellos hasta que llegó al pueblo un matrimonio que no tenía hijos, él era el nuevo comisario. "le dijeron si me quería, consultó con la mujer y me llevaron, son los que me criaron y con quienes estuve hasta que me casé; ella es Mayorina de Cufré, que vive aquí; mis hijos le dicen abuela".
 ¿Volvió a ver a sus padres y hermanos? Dice que su madre vivía en Venado Tuerto y una vez, cuando era chica apareció por Cafferata aunque no sabe para qué, nunca más la volvió a ver pero tiene conocimiento de que siguió teniendo más hijos que no conoce y se enteró de su muerte una mañana escuchando las noticias por la radio. Con su padre tuvo contacto cuando vino una vez a Santa Isabel, él vivía en Buenos Aires con Hugo a quién finalmente se había llevado. Con Hugo, que ahora vive en Santa Isabel, se reencontró hace tiempo.
 Pero ¿Y donde estaba aquella hermanita que se habían llevado? La que, según relata, siendo pequeña se había quemado las piernas cuando la madre la puso envuelta cerca de un brasero que incendió sus ropas.
 Gladys creció, desarrolló su vida, tuvo una familia pero siempre recordaba a Ana María "Cuando veía a alguien en la calle pensaba que podía ser mi hermana, que podía encontrarla; a lo mejor está enferma y anda por ahí, pensaba"
 Una serie de charlas casuales y averiguaciones comenzaron a acercarla a su paradero. Tal es así que Alberto Ludueña le confirmó a Bibiana, hija mayor de Gladys, que él era familiar de quienes la habían llevado a Chovet y, luego de nuevas averiguaciones, que Ana María ya no quería tener contacto con quienes la habían criado pobremente y cargada de trabajo.  También hubo charlas en Buenos Aires, donde vive Ana María, ya que una mujer oriunda de Chovet, que solía verla casualmente le comentó que la estaban buscando. "Bibiana con Alberto hicieron el trámite y la cuestión es que un día me llamó para decirme que había llegado una carta de mi hermana".
 Así comienza el contacto directo entre ellas, con cartas y con el teléfono y con una inmensa alegría de por medio. "Ella me contó que tiene tres chicos, una nena y dos varones mellizos que nacieron un 14 de septiembre, ¡y los míos el 15 de septiembre del mismo año!. Yo tengo a David nada más de esos mellizos".
 Entre charla y charla, quedaron encontrarse con sus respectivas familias en Santa Isabel para Navidad "y un 24 vinieron, en el pueblo todo el mundo sabía de esto y nos venían a ver! Y ellos, viniendo, pararon en el cruce para preguntar por Santa Isabel y por la familia Tavani, y el que los atendió les preguntó: ¿Usted es hermana de Gladys? Si, claro, le contestaron; bueno, les dijo, allá la están esperando con bombos y platillos!" 
 
 

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