Por Norberto Oscar Dall’Occhio
Aquella fría mañana de invierno no había reparto de cigarrillos a los boliches y por lo tanto tenía que estar detrás del mostrador atendiendo a los clientes que venían al negocio. Al Cadete esa tarea no le resultaba del todo agradable por el formalismo que le exigían para atender a los clientes y por los distintos trabajos de limpieza que diariamente había que realizar. Él prefería la vida al aire libre, la libertad que le brindaba la Bicicleta de Reparto. Sí… la Bicicleta de Reparto escrito con mayúscula, porque era el valioso medio de transporte que usaba diariamente para recorrer los lugares más apartados del centro del pueblo, llevando diarios y revistas a domicilio, a veces en días lluviosos y con calles barrosas e intransitables. Además, se encargada de distribuir cajas de cigarrillos en los boliches más alejados del centro y de buscar los atados de diarios que venían de la Capital Federal y de Rosario en la parada del colectivo La Verde frente al Hotel Central. También tenía que retirar los paquetes de revistas y diarios que venían de Buenos Aires y se entregaban en la Estación del Ferrocarril y en las oficinas del Correo local.
Al
Cadete le encantaba charlar amigablemente con los clientes y con la
gente del lugar sobre diversos temas, enterarse de alguna novedad,
escuchar un buen consejo de parte de las personas mayores y a veces
aceptaba tomar un mate con algún cliente. Como adolescente, le
entusiasmaba transitar ese variado ambiente pueblerino, fuera de las
cuatro paredes de un negocio, vivir la realidad de la calle, que
seguramente lo ayudaría a conformar su personalidad y lo prepararía
para enfrentar mejor su futuro, buscando un nuevo horizonte con sus
permanentes inquietudes, dentro de ese pequeño mundo donde le
tocaba vivir.
Serían alrededor de las once de ese sábado,
cuando apareció en el negocio un apuesto joven que lucía botas de un
brillo reluciente, elegantemente vestido con un impecable saco sport.
Cuando lo atendió, el señor le preguntó si vendían discos para
escuchar música. El Cadete le explicó que no tenían discos, pero que
si lo deseaba, se podía hacer un pedido a Rosario. Su tío se dio
cuenta que era un forastero, se acercó y continuó la conversación para
sugerirle alguna otra alternativa. Mientras charlaban su tío y el
caballero, el Cadete se aproximó a la vidriera del negocio para mirar
el llamativo coche que el cliente había dejado estacionado. Era un
ampuloso Cadillac y en el asiento delantero estaba sentada una
hermosa dama de cabello platinado.
Su prima también se acercó para ver el atractivo vehículo, pero el Cadete fijó su mirada en la dama. ¡Pero esa mujer que está en el coche es Elina Colomer!, dijo asombrado, a lo que su prima le contestó de inmediato: ¡no imposible… cómo puede ser Elina Colomer!
Mirá,
le respondió el Cadete mostrando una revista Radiolandia que estaba
en exhibición en un estante: ¡y ella está en la tapa! Su prima observó
la tapa de la publicación, dudó un momento y le contestó: para mí es
una mujer parecida… pero no se trata de Elina Colomer.
Al
mediodía su tío cerró el negocio y el Cadete se fue a su casa a
almorzar. Durante la comida comentó lo sucedido. Estaban presentes
sus padres y sus dos hermanas. Cuando escucharon el relato,todos a
unísono dijeron: nooo… no puede ser, cómo Elina Colomer va venir a Santa
Isabel… a vos te habrá parecido… debe ser otra persona…
La afirmación del Cadete no convenció a sus familiares, a pesar de la firmeza de sus palabras y de los ejemplos que dio.
Terminado
el almuerzo, el Cadete cruzó la calle y entró al Club Belgrano. Allí
en el bar, donde estaba reunida la barra de amigos, era un lugar
propicio para comentar lo sucedido durante la mañana y buscar apoyo a
sus afirmaciones. Los muchachos lo escucharon con atención. Uno por
uno, le contestaron casi lo mismo que su familia: "te habrá parecido
que era Elina Colomer" o "debe ser alguna mujer con cierto perfil
de la famosa actriz". Además, uno de los integrantes de la rueda de
amigos agregó: "el hombre es probable que sea algún estanciero de la
región que estuvo de paso por Santa Isabel y su linda acompañante
tiene cierto parecido a la artista". Y ahí se acabó en tema. Los
muchachos de la barra pidieron un naipe al conserje y se pusieron a
jugar a las cartas… ¡Otro fracaso para el Cadete!
Ante
el escaso eco encontrado en el ámbito familiar, entre sus amigos y
otras personas del pueblo que habitualmente frecuentaba, a las
cuales les repetía la anécdota, el Cadete se sintió defraudado ya que,
puesto como testigo, no tenía capacidad para convencer a la gente de
sus cualidades de ser un buen observador y un buen fisonomista.
Pero a los pocos días, sorpresivamente para él, ocurrió algo inesperado. En el pueblo empezó a correr la noticia de que en Villa Cañás, en la Estancia de Díaz, había pasado un fin de semana la actriz Elina Colomer. El Cadete, ante semejante información sacó pecho, se puso contento y se sintió reconfortado. Pensó para sí mismo: "¡yo tenía razón!", todo lo que vi con mis propios ojos era muy cierto y no me creyeron".
Pero
en su interesante narración omitió algo muy importante. Resultó que a
pesar de confirmarse la veracidad de su relato, a la afirmación del
Cadete le faltó agregar un dato que luego sería muy relevante. El
elegante joven que él atendió en el negocio de su tío, era nada más y
nada menos que Juan Duarte, hermano de Evita y Secretario Privado de
Juan Domingo Perón, en ese momento Presidente de la Nación.
Elina Colomer: https://es.wikipedia.org/wiki/Elina_Colomer
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