miércoles, 22 de noviembre de 2023

El Cadete tenía razón

 Por Norberto Oscar Dall’Occhio

 Corría el año 1949 y el Cadete fue a trabajar como de costumbre al bazar, librería y cigarrería de su tío en la esquina de Mitre y General López. Mientras barría el piso del negocio, pensaba en la película argentina que a la noche de ese sábado se proyectaría en el Cine Ideal y en el partido que Colegiales, el equipo de fútbol que él capitaneaba, disputaría el domingo en la cancha de General Belgrano, enfrentando nada menos que a su gran rival, el conjunto de Alumni. 

 Aquella fría mañana de invierno no había reparto de cigarrillos a los boliches y por lo tanto tenía que estar detrás del mostrador atendiendo a los clientes que venían al negocio. Al Cadete esa tarea no le resultaba del todo agradable por el formalismo que le exigían para atender a los clientes y por los distintos trabajos de limpieza que diariamente había que realizar. Él prefería la vida al aire libre, la libertad que le brindaba la Bicicleta de Reparto. Sí… la Bicicleta de Reparto escrito con mayúscula, porque era el valioso medio de transporte que usaba diariamente para recorrer los lugares más apartados del centro del pueblo, llevando diarios y revistas a domicilio, a veces en días lluviosos y con calles barrosas e intransitables. Además, se encargada de distribuir cajas de cigarrillos en los boliches más alejados del centro y de buscar los atados de diarios que venían de la Capital Federal y de Rosario en la parada del colectivo La Verde frente al Hotel Central. También tenía que retirar los paquetes de revistas y diarios que venían de Buenos Aires y se entregaban en la Estación del Ferrocarril y en las oficinas del Correo local. 

 Al Cadete le encantaba charlar amigablemente con los clientes y con la gente del lugar sobre diversos temas, enterarse de alguna novedad, escuchar un buen consejo de parte de las personas mayores y a veces aceptaba tomar un mate con algún cliente. Como adolescente, le entusiasmaba transitar ese variado ambiente pueblerino, fuera de las cuatro paredes de un negocio, vivir la realidad de la calle, que seguramente lo ayudaría a conformar su personalidad y lo prepararía para enfrentar mejor su futuro, buscando un nuevo horizonte con sus permanentes inquietudes, dentro de ese pequeño mundo donde le tocaba vivir.

 Serían alrededor de las once de ese sábado, cuando apareció en el negocio un apuesto joven que lucía botas de un brillo reluciente, elegantemente vestido con un impecable saco sport. Cuando lo atendió, el señor le preguntó si vendían discos para escuchar música. El Cadete le explicó que no tenían discos, pero que si lo deseaba, se podía hacer un pedido a Rosario. Su tío se dio cuenta que era un forastero, se acercó y continuó la conversación para sugerirle alguna otra alternativa. Mientras charlaban su tío y el caballero, el Cadete se aproximó a la vidriera del negocio para mirar el llamativo coche que el cliente había dejado estacionado. Era un ampuloso Cadillac y en el asiento delantero estaba sentada una hermosa dama de cabello platinado. 

 Su prima también se acercó para ver el atractivo vehículo, pero el Cadete fijó su mirada en la dama. ¡Pero esa mujer que está en el coche es Elina Colomer!, dijo asombrado, a lo que su prima le contestó de inmediato: ¡no imposible… cómo puede ser Elina Colomer!

 Mirá, le respondió el Cadete mostrando una revista Radiolandia que estaba en exhibición en un estante: ¡y ella está en la tapa! Su prima observó la tapa de la publicación, dudó un momento y le contestó: para mí es una mujer parecida… pero no se trata de Elina Colomer.

 Al mediodía su tío cerró el negocio y el Cadete se fue a su casa a almorzar. Durante la comida comentó lo sucedido. Estaban presentes sus padres y sus dos hermanas. Cuando escucharon el relato,todos a unísono dijeron: nooo… no puede ser, cómo Elina Colomer va venir a Santa Isabel… a vos te habrá parecido… debe ser otra persona… 

 La afirmación del Cadete no convenció a sus familiares, a pesar de la firmeza de sus palabras y de los ejemplos que dio.

 Terminado el almuerzo, el Cadete cruzó la calle y entró al Club Belgrano. Allí en el bar, donde estaba reunida la barra de amigos, era un lugar propicio para comentar lo sucedido durante la mañana y buscar apoyo a sus afirmaciones. Los muchachos lo escucharon con atención. Uno por uno, le contestaron casi lo mismo que su familia: "te habrá parecido que era Elina Colomer" o "debe ser alguna mujer con cierto perfil de la famosa actriz". Además, uno de los integrantes de la rueda de amigos agregó: "el hombre es probable que sea algún estanciero de la región que estuvo de paso por Santa Isabel y su linda acompañante tiene cierto parecido a la artista". Y ahí se acabó en tema. Los muchachos de la barra pidieron un naipe al conserje y se pusieron a jugar a las cartas… ¡Otro fracaso para el Cadete!

 Ante el escaso eco encontrado en el ámbito familiar, entre sus amigos y otras personas del pueblo que habitualmente frecuentaba, a las cuales les repetía la anécdota, el Cadete se sintió defraudado ya que, puesto como testigo, no tenía capacidad para convencer a la gente de sus cualidades de ser un buen observador y un buen fisonomista.

 Pero a los pocos días, sorpresivamente para él, ocurrió algo inesperado. En el pueblo empezó a correr la noticia de que en Villa Cañás, en la Estancia de Díaz, había pasado un fin de semana la actriz Elina Colomer. El Cadete, ante semejante información sacó pecho, se puso contento y se sintió reconfortado. Pensó para sí mismo: "¡yo tenía razón!", todo lo que vi con mis propios ojos era muy cierto y no me creyeron".

 Pero en su interesante narración omitió algo muy importante. Resultó que a pesar de confirmarse la veracidad de su relato, a la afirmación del Cadete le faltó agregar un dato que luego sería muy relevante. El elegante joven que él atendió en el negocio de su tío, era nada más y nada menos que Juan Duarte, hermano de Evita y Secretario Privado de Juan Domingo Perón, en ese momento Presidente de la Nación.

Elina Colomer: https://es.wikipedia.org/wiki/Elina_Colomer

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viernes, 17 de noviembre de 2023

Las viandas del Hotel Central, la fábrica de hielo y el sueño de la heladera propia

Por Norberto Oscar Dall´Occhio


El envío a domicilio de viandas portátiles era un hecho muy común en la década de 1940. Este servicio estaba a cargo del Hotel Central, cuyos dueños en esos momentos eran los señores Dafara y Aurelio.

El repartidor del Hotel, al mediodía llevaba el pedido del cliente en cacerolas enlozadas superpuestas en forma vertical sostenidas desde la base con un armazón de metal que terminaba con una manija. Algunas horas más tarde las pasaba a retirar.

En los días de mucho frío había familias que esperaban ansiosas esas exquisitas comidas bien calentitas, gracias a unas brasas encendidas colocadas en la base de la vianda. El menú habitual estaba conformado por ricas sopas, polenta con estofado, guiso de arroz y puchero criollo, entre los platos preparados por los excelentes cocineros del Hotel.

Por la calidad de las comidas elaboradas, era común en la zona que muchos viajantes de comercio que visitaban en coche los pueblos, a la hora de comer, se trasladaran a Santa Isabel para almorzar o cenar en el restaurante del Hotel Central.Tal era la fama bien ganada que supo conseguir este rincón isabelense.

El servicio de viandas duró hasta mediados de la década de 1940 pues un golpe de suerte les cambió la vida a Dafara y Aurelio. En diciembre de 1944 tuvieron la fortuna de poseer un décimo de la Lotería de la provincia de Sante Fe con el número 11.880, que correspondió al primer premio del sorteo del Gordo de Navidad y se convirtieron en nuevos ricos junto con otras personas de Santa Isabel que poseían los nueve billetes restantes, vendidos por la Agencia de Lotería de Santiago Lorenzatti, ubicada en la esquina de Sarmiento y General López.

Más adelante los afortunados, Dafara y Aurelio, vendieron el Hotel, se fueron del pueblo y tomaron otros rumbos.

En 1948 el Hotel fue comprado por la familia Bassignani.

Y ahora pasemos a otro tema. Justamente al lado del Hotel Central, en San Martín 1236, existía en aquel entonces en Santa Isabel una fábrica muy importante que tomaba gran impulso en la época estival. Se trataba de la fábrica de hielo de la familia Raimundi, a cargo de Santiago Raimundi, quien entre 1943 y 1947 fue presidente de la Comuna.

Muchos recuerdan esa época en la década de 1940, en la que prácticamente casi ninguna familia poseía heladera en su casa. Solamente se podían encontrar en algunos bares y carnicerías. Por lo tanto tener una heladera en casa era un lujo. Aparecieron algunas que funcionaban a kerosene, aunque eran casi una rareza. La novedad surgió en la década de 1950 con la aparición de la famosa Heladera Siam y entonces sí, algunos pudieron comprarla. Para muchos hogares fue un deseo que se convirtió en una realidad, a veces con mucho sacrificio familiar.

En Santa Isabel también surgieron ciertas inquietudes empresariales con la intención de fabricar localmente heladeras con la marca Santbel, según comentarios de la Revista Acercar a la Gente, ejemplar número 40 del año 2002.

Dentro de esta época de las décadas de 1940 y 1950 tenemos que agregar el gran problema surgido por la falta de electricidad en el pueblo a fines de 1949 y principios de 1950, situación que duró hasta 1955, que lógicamente afectó el uso de las heladeras existentes.

Esta situación generó una gran demanda de barras de hielo fabricadas en el pueblo o en localidades vecinas, destinadas a toda clase de eventos sociales como bailes, casamientos, banquetes, festejos y reuniones importantes en las cuales era habitual encontrar grandes fuentones de metal que contenían distintas bebidas, cubiertos con hielo trozado, tapados a veces con una arpillera mojada para mantener frescas las botellas.

En la fábrica de Raimundi, durante las fiestas de fin de año era común ver gente haciendo cola para comprar un cuarto (generalmente para uso familiar) o media barra de hielo, que había que romper con un martillo para obtener trozos más chicos.

La fábrica dejó de funcionar en la década de 1960, época en la que se extendió el uso de la heladera en la mayoría de los hogares y, felizmente, se logró concretar, en muchos casos con gran sacrificio como dijimos antes, un sueño familiar.


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domingo, 12 de noviembre de 2023

Los carnavales de antaño

Por Norberto Oscar Dall’Occhio

 En los corsos que  se desarrollaban en Santa Isabel  en los finales de la década de 1930 y principios de 1940 abundaba el juego con serpentinas y papel picado. Hay recuerdos de mucha gente sobre la abundancia  del uso  de esos  elementos compuestos de papel. En las calles, que eran de tierra, la gente que iba en adornadas carrozas o  que estaba sentadas en  los coches que desfilaban, generalmente descapotados, lanzaban serpentinas al público que estaba de pie al costado de la acera o ubicadas en adornados palcos que preparaban los vecinos. 

 Abundaba  un amable y delicado intercambio de serpentinas entre gente conocida. Ese entrecruzamiento de cintas suspendidas en el aire, con el agregado de las numerosas luces que iluminaban la calle, se convertía en un hermoso espectáculo mirándolo a la distancia. El juego con papel picado resultaba más directo y a menor distancia y generalmente se tiraba sobre el cabello. Durante el corso el juego era de tal magnitud que tanto las calles como las veredas quedaban alfombradas con el tono multicolor de las serpentinas y del papel picado. Al día  siguiente del corso los trabajadores contratados por la Comuna se veían obligados a utilizar horquillas y rastrillos para limpiar sos enormes colchones de papeles esparcidos en las calles, amontonarlos y finalmente quemarlos. Con respecto al papel picado también quedaban alfombradas las veredas. Los trabajadores las barrían, las recogían con una pala,  las colocaban en una carretilla, hacían una especie de parva y luego les prendían fuego. Los juegos con papel fueron disminuyendo a partir de la década de 1940 debido a la escasez de ese material con motivo de la Segunda Guerra Mundial.

 También debemos mencionar los juegos con agua, que en muchos casos resultaban peligrosos debido a los abusos de  algunas personas por la exageración o  por  violencia  con que los hacían. A fines de la década del '30 ocurrió un hecho censurable en el cual intervino la policía. En un corso que se desarrollaba en la calle Belgrano al 1100, entre Mitre y Sarmiento, el señor Otamendi tenía una carnicería y para festejar el carnaval se le ocurrió utilizar la manguera que usaba para limpiar y baldear su negocio, para lanzar agua a raudales contra  la gente que pasaba frente a su casa, en algunos casos “bañándola” totalmente. La reacción del público fue inmediata y el responsable terminó en la comisaría.  Durante el corso estaba prohibida la utilización de baldes o jeringas. Sólo se permitía el uso  de lanza perfumes o pomos. Cabe acotar que durante el día, en las tres jornadas de carnaval, chicos y  jóvenes  solían jugar con agua en las calles del pueblo y a veces lo hacían mediante la utilización de baldes, globos, jeringas, botellas o palanganas.

 Los corsos se iniciaban alrededor de las 21:00 y duraban hasta las 24:00. El comienzo y la culminación del corso se hacía mediante el lanzamiento de bombas de estruendo. A su término se iniciaba el Baile de Carnaval con la actuación de alguna orquesta de la zona, que tenía lugar generalmente en las instalaciones del  Prado Español o en la Sociedad Italiana y se extendía hasta las tres de la madrugada. 

 En  algunas ocasiones como cierre del carnaval se armaba un enorme muñeco con trapos, cartones, arpilleras y maderas, en homenaje al Rey Momo. El muñeco se quemaba y sólo quedaban cenizas. Era el símbolo de que el carnaval y la fiesta habían culminado, con la esperanza de que al año siguiente se repitieran los festejos y volvieran la alegría, los disfraces, la sonoridad y las luces de los corsos y los bailes.

Los corsos generalmente se realizaban en las calle Mitre, San Martín, General López  o Belgrano, con un trayecto de dos cuadras.En la parte intermedia del recorrido, en coincidencia  con el cruce de calles, se instalaba el palco oficial. Desde allí el locutor animaba esta fiesta de color, donde solían actuar poetas locales y músicos y cantantes del pueblo.

Entre los disfrazados abundaban los “caballitos”, confeccionados  con arpilleras que portaban un ancho rebenque del mismo material al que hacían sonar fuertemente contra el piso, lo que provocaba cierto temor en los niños.

 Los disfrazados utilizaban antifaz o caretas para ocultar su cara. Estaban controlados y registrados por la policía y podían concurrir al baile.

Generalmente, los corsos y los bailes se realizaban a beneficio del Hospital Miguel Rueda.

 En la década de 1940 y principios de 1950 también se destacaban los bailes de disfraz y Ffantasías organizados por el Club General Belgrano. Resultaba una reunión muy divertida, con distintos y llamativos disfraces, en la cual participaban los socios de la institución y sus familias.

A  principios  de la década de 1950 se habían suspendido los corsos por la falta de luz eléctrica en el pueblo. Frente a esta situación y como dato curioso, vale recordar que a mediados de la década del '50 la Heladería Miculán organizó por su cuenta un corso frente a su Bar y Heladería en la calle Belgrano, que estaba al lado de la iglesia y pertenecía a la Sociedad Española. Para ello utilizó un generador de energía de su propiedad iluminando con guirnaldas de luces una cuadra frente a la Plaza 9 de Julio. La iniciativa tuvo gran éxito y se prolongó por varias jornadas de carnaval. En 1956, normalizado el sistem  eléctrico, se reiniciaron  los corsos.

 

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jueves, 9 de noviembre de 2023

Alambre tejido chanchero


Por Norberto Oscar Dall’Occhio



 En las décadas de 1940 y 1950 hubo en la zona de Santa Isabel un auge en la crianza de cerdos en las chacras y estancias debido a la permanente demanda de ese tipo de carne animal.

 Los cerdos se alimentaban generalmente con maíz y también con pasto natural. Para esto último se utilizaba algún potrero o un cultivo de alfalfa. El cuidado de los chanchos cuando estaban pastando estaba a cargo de personas. La tarea consistía en evitar que los animales pasaran a un lote vecino y se comieran los sembrados de maíz o trigo. Es decir, había que mantenerlos controlados. Para eludir ese cuidado personal, en la década del 40 se había creado un aparato al que llamaban “boyero eléctrico” que funcionaba conectado con una batería, que electrizaba hilos de alambre en un determinado espacio dentro de un lote del campo. Más adelante se comenzó a utilizar con buen resultado un tejido de alambre que cubría todo el perímetro de ese lugar destinado a alimentar a los porcinos.

 En el pueblo hubo varios emprendimientos destinados a la elaboración de esos tejidos de alambre. El método de confección era de tipo artesanal. Con permiso comunal, en algunas cuadras del pueblo se disponían postes esquineros en cada extremo (un recorrido de cien metros) que servían para tensar varios hilos de alambre en forma horizontal. Luego un operario iba uniendo los hilos verticalmente con un alambre fino. De este modo se fabricaba un tejido de alrededor de un metro de altura, que los cerdos no podían doblegar.

 Este tipo de alambre tejido también tuvo una gran demanda para la construcción de chiqueros en la zona.

 Además representó una fuente de trabajo para mucha gente del pueblo. 

 

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viernes, 30 de junio de 2023

Las Cuarenta Horas

La Comisión de Damas del Hospital Miguel Rueda, formada por Angelita Cucco, Irma Pellegrini, Gladys Zanotti, Mirna Sánchez, Ana María Benedetto, María Raverta de Quatrín, Ofelia de Oliva, Marta Lobos, Rosita Bessone, Nélida Reato y Margarita de Costas decidieron fundar el Asilo de Ancianos de Santa Isabel el 23 de octubre de 1969. Desde ese momento comenzaron a recaudar fondos con la organización de distintos eventos y colectas con lo que se logró la adquisición de muebles y ropa de cama para este servicio en el Hospital Miguel Rueda.

La inauguración oficial del Asilo, a la que asistió el Gobernador de la Provincia de Santa Fe, Dr. Sylvestre Begnis, se realizó el 5 de mayo de 1974. Pero previamente, los días sábado 9 y domingo 10 de febrero, se llevó a cabo una colecta muy particular que se denominó Las Cuarenta Horas, destinada a recaudar fondos para este refugio de adultos mayores.

El evento, que tenía como lema "Pueblo lindo de gente linda", consistió en una transmisión radial continuada por Radio Circuito Cerrado Santa Isabel (de O.P.S.I., Organización Publicitaria Santa Isabel) a cargo del locutor y conductor isabelense Elbio Martínez cuando esta emisora tenía sus estudios en Santa Fe al 1300.

Martínez estuvo frente al programa durante 40 horas ininterrumpidas presentando música, interactuando con los oyentes, manteniendo charlas con invitados especiales e incentivando a la población a donar dinero para el Asilo. Se había propuesto llegar a determinada cifra de pesos, la que fue superada ampliamente, y a batir un récord de permanencia frente al micrófono radial, experiencia que también fue lograda. Alberto "Nito" Lombardi, Daniel Albanesi y Gustavo Díaz, entre otros integrantes de la radio, participaron de la transmisión que culminó exitosamente, en directo -con la contribución del locutor rosarino Eduardo Aldiser, amigo de Martínez quien por ese entonces trabajaba en medios de comunicación de la ciudad de Rosario- desde el salón del Club Juventud Unida con público a pleno.

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viernes, 17 de febrero de 2023

Jorge Alberto Tirelli


 Jorge Tirelli se destacó por su gran capacidad de trabajo, su sentido solidario, su accionar participativo y su amplia capacidad intelectual. Poseía un espíritu prolífico que lo hacía actuar en diversos ámbitos sociales, con un fuerte carácter hacedor y con una notable habilidad para resolver problemas.
  Nació el 17 de junio de 1946. Su infancia y adolescencia se desarrolló en Santa Isabel, recibiendo la educación en las escuelas Nº 179  y Nº 7 (E.E.S.O. Nº 214). Cursó sus estudios terciarios en la ciudad de Santa Fe, en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, graduándose como ingeniero químico. Mientras cursaba sus estudios obtuvo una beca de la empresa petrolera Esso destinada a los alumnos sobresalientes.
 Tras esto, junto a compañeros de la carrera y a su esposa Cristina Carri (con quién luego tuvo cuatro hijos), emprendió un intenso viaje por Europa que lo cautivó de sobremanera conociendo, en forma directa, el mundo industrial y cultural del viejo continente. A su regreso, en 1971, ocupó el cargo de jefe de sección hidrocarburos en la destilería de YPF de Ensenada (B. A.).
 En 1973 la firma Fernarolo S.A. compró y mejoró un antiguo establecimiento avícola de Santa Isabel (conocido como El Peladero) para la faena de cerdos. Al conocer que la firma necesitaba un ingeniero químico, Tirelli no dudó en postularse para el puesto de jefe de planta, siendo aceptado rápidamente. Así retornó, junto a su familia, a la localidad que lo vio nacer; esta vez no solo para desarrollar su profesión, si no también para dedicar gran parte de su tiempo a instituciones y emprendimientos de bien público y privado. Tuvo, en todo momento, como meta principal, mantener en buen funcionamiento al frigorífico y, aunque existieron ofrecimientos de mejoras laborales y económicas en otra localidad, resignó esos progresos personales para continuar en la empresa isabelense que le demandaba tiempo y esfuerzo.
 Poseedor de una oratoria vehemente y fluida, no dudaba en dirigirse a cualquier audiencia, por el tema que el momento lo requiriera, y exponer con claridad y convicción sus pensamientos y propuestas.
  Su actividad febril se trasladó, también, en diversos momentos de su vida, a otros planos locales. Al de la política, participando activamente en partidos vecinalistas; al económico y financiero, apoyando o integrando emprendimientos industriales o empresariales y siendo miembro activo de la Asociación Mutual del Club Belgrano; al de la cultura, siendo gestor e integrante de una empresa dedicada a la continuidad de la sala de cine; al de las instituciones sociales y deportivas, como la Sociedad Italiana en la que fue uno de los grandes motorizadores de la recuperación de su sala de cine y teatro, la Cooperativa de Agua Potable participando activamente en su creación y continuidad, la comisión para la instalación de teléfonos automáticos, la cooperadora de la Escuela Nº 214 o el Club Belgrano, donde integró repetidas veces la Comisión Directiva y varias subcomisiones siendo un fervoroso seguidor de equipos de fútbol de todas las categorías; al de la educación propiciando la creación de cursos de albañilería, plomería y electricidad; al de la organización de eventos colectivos como lo fue la fiesta del 75º Aniversario de Santa Isabel en la que fue su mayor gestor; o al de la religión, la católica, no solo siendo integrante de la comisión de la parroquia, si no también catequista y asistente del padre Trognot.
 Falleció el 3 de marzo de 1998, en su oficina del frigorífico, tras tomar la decisión de quitarse la vida. 

Fuente: Basado en una crónica de "Revista Pan"


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