domingo, 29 de noviembre de 2020

Restos de una estación espacial en Santa Isabel

En la fresca madrugada del 7 de febrero de 1991, aproximadamente a las 01:00, el cielo se encendió con múltiples líneas luminosas, a modo de abanico, que lo recorrieron desde el sudoeste hacia el noreste y se escucharon diversas explosiones de baja frecuencia, como las que quedan después de los rayos, una especie de truenos largos. 

Las pocas personas que vieron el fenómeno desde Santa Isabel se fueron a dormir sin saber qué había pasado exactamente. Ese día nada dijo la prensa sobre ese fenómeno. Recién un día después las noticias de los distintos medios nacionales dieron cuenta de lo acontecido: no eran objetos voladores no identificados tripulados por alienígenas, tampoco aerolitos, ni cometas. Eran los restos de una nave creada por el ser humano.

Se trató de la caída en una accidentada trayectoria y luego de haber orbitado la tierra por más de nueve años -tres más de los previstos- de la estación espacial rusa Salyut 7 en territorio argentino, la vieja antecesora directa de la estación MIR.

Fue la última estación de la serie Salyut (que en ruso significa saludo) la que albergó a once tripulaciones, entre los cuales se encontró la segunda mujer en el espacio y también hubo varios cosmonautas de otros países como Francia e India. Antes de ser reemplazada por la MIR, sirvió como base de numerosos experimentos y pilar para batir récords de permanencia en el espacio.

Al mejor estilo de los rusos, la Salyut 7 fue lanzada bajo el más estricto secreto el 19 de abril de 1982 con la finalidad de reemplazar a la Salyut 6 que tan buena performance había tenido. Poseía dos puertos de acople para naves tripuladas Soyuz y cargueros Progress, una longitud de 14 metros y un peso de 80 toneladas.

En distintos lanzamientos la Salyut 7 fue poblándose e intercambiando astronautas listos para batir un nuevo récord, además de realizar experimentos en astrofísica y astronomía.

Mientras tanto, en febrero de 1986 la Unión Soviética puso en órbita una nueva estación, mucho más moderna destinada a reemplazar a la Salyut 7, denominada MIR. La MIR fue ensamblada en órbita al conectar de forma sucesiva distintos módulos enviados por separado.

Mientras en la MIR se sucedían los primeros éxitos, la Salyut 7 continuaba en órbita sin tripulantes, hasta que su vida útil terminó en 1991 y los rusos decidieron sacarla de órbita. El 9 de febrero de 1991 la Salyut 7 reingresaría a la atmósfera y se desintegraría.

La vieja estación estaba destinada a caer en el Océano Pacífico Sur al término de su vida útil, pero los controladores rusos se vieron en problemas y no pudieron impedir que los restos de la nave se regaran en una larga lonja del centro de la Argentina, especialmente en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.

Muchos de estos restos fueron recuperados. Entre otros escombros, pueden verse circuitos eléctricos, una ventana de lo que parece ser vidrio muy grueso, una escotilla completa y distintos trozos metálicos. Algunos de ellos fueron reunidos en el Observatorio de Oro Verde a 10 Km. de Paraná en Entre Ríos, en donde están exhibidos al público. Pero muchos otros trozos se encuentran diseminados en distintas localidades del sur de Santa Fe y parte de Entre Ríos.

En Santa Isabel algunas personas vieron este fenómeno que no había sido informado a la población ya que sucedió en forma imprevista.
Pero sólo varias semanas después se supo
del peligro en que estuvimos. En el campo de Mercé (Oscar y Juan José), a poco de haber comenzado a cosechar la soja en un lote que está detrás de la casa familiar, desde arriba de la cosechadora pudieron divisar un objeto metálico, una especie de chapa gruesa de unos 50 x 50 cms y de extraño formato. Se encontraba a apenas cien metros de la casa.

En ese momento la chapa combada y con una soldadura realmente imposible de imitar con los métodos tradicionales, circuló por distintos ámbitos públicos y privados, en donde pudo ser observada por todos los curiosos.

La sometieron al desgaste de una amoladora, pero el material es de una dureza tal que es casi imposible poder cortarlo, mientras que el disco se gasta, la chapa queda casi sin cortarse.

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domingo, 10 de mayo de 2020

El Elevador

El Elevador en 1972.
 Una mole metálica se destaca en el paisaje llano de la zona rural de Santa Isabel, muy cerca de la zona urbana, sobre las vías del antiguo Ferrocarril Central Argentino, en la que fuera llamada estación Otto Bemberg, luego bautizada como Rastreador Fournier, del Ferrocarril Mitre. Es un elevador de granos, conocido simplemente como "el Elevador".
 Este elevador fue construido por la Asociación de Cooperativas Argentinas (A.C.A.) en el año 1933. Se compone de 10 silos con capacidad total de seis mil quinientas toneladas de granos. Constituyó en su época una instalación modelo y significó una ventajosa contribución a la actividad agrícola de la zona.
En ese año, bajo la presidencia del gobierno conservador de Agustín P. Justo, se crea la Junta Reguladora de Granos, por lo que tiempo después los bienes de A.C.A. pasaron a pertenecer a este nuevo Ente que cedió su uso a la empresa Northern Elevathor Co., posteriormente, en 1946, bajo la presidencia de Juan D. Perón, fue transformado en el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) y reorganizado en 1963, bajo la presidencia de José María Guido, como Junta Nacional de Granos. Fue disuelto en 1991 por el decreto Nº 2284/91, de desregulación de mercados, elaborado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo bajo la presidencia de Carlos Menem. 
 De todas maneras, a principios de la década de 1980 las instalaciones de la Junta Nacional de Granos se encontraban inoperantes, atendidas por un reducido personal sólo para mantenimiento. En 1983 fueron adquiridas por la Cooperativa Agrícola Ganadera Unión y Fuerza de Santa Isabel que las puso en valor para continuar funcionando con tecnología acorde a esos tiempos.
 Su ubicación estratégica, en la Estación Rastreador Fournier, sobre el ramal Santa Isabel - Rosario del ferrocarril Gral. Bartolomé Mitre -antes Ferrocarril Central Argentino- contribuyó para que esas instalaciones desarrollaran una importante actividad en el acondicionamiento, almacenaje y manipulación de granos.



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miércoles, 22 de abril de 2020

Recuerdo a Valentín

Por "Lesburgue".

 Febrero de 2007.
 Recuerdo a Valentín.

Desde chicos compartimos la pasión por la pelota.
El vivía en la cancha y las tardes nos las pasábamos jugando el Vasco, Oscar, Norberto, Osvaldo y otros muchos que no recuerdo.
Estoy hablando aquí de las décadas del '50 y '60. En ese tiempo la pelota a paleta era muy popular, tal es así que había tres canchas en Santa Isabel y todas colmadas de jóvenes entusiastas por este deporte.
En esa época, nuestro ídolo era -y aún lo sigue siendo aunque ya no está- Milo, un extraordinario pelotari de Teodelina.
Era tal la pasión que semejante jugador despertaba en nosotros que, recuerdo, después de ver un partido
con Valentín en la cancha de Blanco, con Milo como protagonista, al terminar estos partidos, a última hora del día, volvímos a su casa para ir a la cancha a pelotear en la penumbra del atardecer.
Y ni les cuento lo que pasaba cuando la pelota pasaba por algún agujero del tejido sobre el frontón, porque al tener una buena pelota había que cuidarla. La pelota que salía sobre la calle Francia caía en el campo (en esa época) y nos pasábamos horas buscando entre la gramilla, tanteando con el pié, porque verla no se podía.
Siempre se destacó Valentín por su calidad como jugador y su temple para afrontar compromisos difíciles.
Su partido más extraordinario y que él recordaba siempre, fue en Sancti Spíritu, en un torneo en donde intervinieron parejas de Rosario, Rufino y Venado Tuerto; digamos lo mejor del sur santafesino año 1963.
Llegaron a la final la pareja de Santa Isabel, integrada por el Polaco, como delantero, y Valentín de zaguero, contra los locales. Y, como se estila en estos casos, las apuestas se redoblaron a favor de los locales.
De Santa Isabel habíamos acompañado el Ñato, que tomaba las apuestas a nuestro favor sin distinción de usura o desventaja, Norberto, menor de edad, y yo, en la colimba.
Cuando el aluvión de apuestas que tomaba lo superaron económicamente, el Ñato nos consultó si hacíamos una vaca para seguir apostando. Y dijimos que si, que podíamos respaldar.
Y empezó el partido.
Fue muy parejo hasta los dieciocho tantos, momentos en el que algo tremendo pasó; nos sacaron cuatro tantos seguidos. El partido era a veinticinco tantos y Norberto me preguntaba cómo ibamos a salir de ahí.
Y en ese momento apareció el temple y la calidad de jugador que tenía Valentín. La cancha zurda con dos tambores, el de la derecha normal, pero el de la izquierda apenas se distinguía; es decir que la pelota que pegara en él, era tanto seguro. Y este gran jugador, con su temple y coraje, jugando él de zaguero, metió cuatro tambores por zurda seguidos. Les igualó el partido y de ahí a ganarlo, fue solo un trámite más.
Este partido vivió en su memoria como el logro más grande de su carrera deportiva y al recordarlo hacía hincapié en las dificultades del momento. Se llenaba de orgullo al haber revertido una situación tan difícil y se reía cuando yo le contaba de mis problemas afuera de la cancha, con Norberto y las apuestas.
Este es mi humilde homenaje a aquel con quién compartí la pasión por la pelota.





Ver más en:  Historias de frontón

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