domingo, 17 de agosto de 2014

Símbolos de Santa Isabel - Bandera y Escudo.

Fuente: www.comunasantaisabel.com.ar

Bandera de Santa Isabel.

Mediante el concurso denominado “Una Bandera Para mi Pueblo” realizado durante mayo y junio de 2005 por la Comuna de Santa Isabel, por medio del Área de Cultura Comunal se seleccionó el diseño de la bandera que representa a la localidad.

 En el encuentro comunitario para celebrar las fiestas patronales de Santa Isabel, realizado en el Club Juventud Unida el 8 de julio de 2005 se dio a conocer el diseño seleccionado por el jurado. Un día después, el 9 de julio, en el marco de la celebración de un nuevo Aniversario de la Independencia Nacional, se entregaron a todos los establecimientos educativos de la localidad las banderas de ceremonia y el público presente juró fidelidad a la enseña local en un acto realizado en plaza 9 de Julio.


 En los fundamentos presentados por su creador, Rafael Sunde, se indica que la bandera está constituida por un cruz en el centro que simboliza la Cruz del Sur que es un referente de estas latitudes, con el pie de la cruz hacia adelante, señalando un rumbo, un camino, el futuro.


 Los colores que forman los cuadrantes inferiores representan el azul del mar desde donde llegaron los inmigrantes que fundaron nuestro pueblo en el medio de la pampa representada por el verde que está a su derecha. El hecho de que el azul esté colocado a la izquierda da la sensación de entrada, de llegada hacia el verde coincidiendo además con el sentido que marca la cruz, de izquierda a derecha.


 En la parte superior están representados, en el cuadrante superior izquierdo, el sol, el mismo que brilla en nuestra Bandera Argentina como una presencia observadora y protectora. En el cuadrante superior derecho, el celeste representa un cielo limpio que invita a disfrutar de la benevolencia del clima de esta zona. Un sol radiante con un cielo limpio en los dos cuadrantes superiores hacen posible el verde de la llanura que se destaca en el cuadrante inferior derecho.


 Además de los fundamentos expresados, los cuatro colores utilizados marcan la presencia en la bandera de los cuatros elementos naturales: el agua (azul), la tierra (verde), el fuego (rojo) y el aire (celeste).
 También están presentes en nuestra bandera los colores de nuestra Bandera Nacional y Provincial.
 Y ya en el campo local, los colores azul y rojo, por un lado y el verde y el blanco por el otro, además del blanco y el azul, tienen también su significado, ya que hacen referencia a los clubes deportivos de la localidad.


 Según su creador, el color blanco de la cruz, sumado al celeste del cielo, representan la Bandera Nacional, y sumado al rojo del sol y el azul del agua forman los colores de la bandera provincial. Además el blanco en las leyes de la heráldica simboliza la esperanza, la pureza, la paz (y eso tiene mucho que ver con nuestra gente), también significa plata que, históricamente, nos identifica como rioplatenses. Y como la cruz sugiere a la Cruz del Sur, el color blanco se asemeja más al color de las estrellas. Otra razón por la que la cruz es color blanco es que en los colores primarios aditivos (rojo, verde y azul, del sistema de colores RGB) la suma de los tres haces de luces dan como resultado el blanco y esto tiene sentido, porque nos deja como mensaje que si en nuestro pueblo sumamos con toda su intensidad el rojo, el azul, y el verde llegaremos al blanco. Sumar luces rojas verdes y azules, nos dan una luz de paz y esperanza. 


 En cuanto a las formas, el hecho de dividir a la bandera en cuadrantes hace alusión al trazado original y actual de nuestro pueblo tanto en la zona urbana (manzanas) como en la rural (hectáreas). En Santa Isabel no existen diagonales, ni rotondas, y hasta los caminos rurales que nos comunican con otras localidades son rectos (Calle Francia, Avenida Santa Fe). La cruz está en ángulo recto porque nuestra llanura pampeana no tiene pendientes. El "palo" más largo de la cruz así lo representa, como un horizonte perfecto tal el que vemos en nuestros campos.


 En líneas generales la bandera tiene un trazado sencillo, simple, hasta modesto tal las características de nuestra gente. 


 Al igual que las oficiales de la bandera argentina, sus medidas son 1,40 m. de largo por 0,90 m, de alto, es decir, una proporción 9/14.



Escudo de Santa Isabel

El escudo fue creado en 1983 por el Sr. Carlos Dedominici a partir de un concurso realizado por la Comuna de Santa Isabel y la Comisión de los festejos por el 75º Aniversario de la localidad.

 El color verde, dominante en el escudo, que representa la fertilidad de sus tierras, se encuentra rodeado de una cinta con los colores de la bandera nacional que recuerda su pertenencia argentina. Los íconos del trigo y el maíz simbolizan la agricultura, uno de los motores económicos locales, al igual que el de la cabeza ovina alude a la ganadería, mientras que la industria también se encuentra representada a partir del símbolo de una fábrica humeante. El mapa de Santa Fe y la ubicación de la localidad en el mismo por medio de una estrella dan cuenta de su pertenencia a esta provincia. Las inscripciones determinan su ubicación geográfica.


 Su forma es cuadrilonga con los bordes inferiores redondeados, cortado desigual con filete de sable como bordura y orla de plata. Trae en el primer cuartel sobre tapiz de plata un lema toponímico de grandes letras capitales romanas de sable. Trae en el segundo cuartel de mayor tamaño con los flancos y la punta rodeados de una cinta franjeada en tercio de azul celeste y plata cargada con una divisa de plata con un lema toponímico en dos líneas de letras capitales la superior de sable. Sobre tapiz de sinople en el resto del cuartel en palo la silueta de un mapa de plata con una estrella con forro de sable. A la diestra el perfil de una fábrica con la chimenea humeante de plata y debajo una espiga de cereal de plata y sinople. A la siniestra una mazorca de maíz de plata y sable y la cabeza de frente de un toro de plata y sable.


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sábado, 4 de enero de 2014

Cosechadoras: Su gente y sus historias.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 76 - 21/03/06

 A partir de la publicación en Internet de todas las notas aparecidas en nuestro periódico desde su creación, son muchos los contactos que establecemos con lectores de todo el país y también de fuera de sus fronteras. Una de esas notas, "Trabajar en las máquinas" realizada en febrero de 2004 a "Nello" Astolfi, motivó el contacto de Hernán Ferrari, un joven de 20 años de la ciudad de Pergamino (Bs. As.) quien nos envió importante material sobre su pasión, las cosechadoras argentinas, que compartimos con ustedes, nuestros lectores.
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 Senor.
Juan y Emilio Senor se establecen allá por el año 1900 en San Vicente, provincia, de Santa Fe, con un taller de herrería dedicándose al arreglo de maquinas agrícolas y a la fabricación de carruajes de tracción a sangre. Posteriormente comienzan a trabajar en la trilla de cereales en parvas con trilladoras accionadas con motor a vapor, incentivo éste que los lleva, en 1920, a construir de su propio ingenio una maquina corta trilla de arrastre que es probada con éxito en la cosecha de trigo de ese año. Este resultado les permite en el año 1921 encarar la fabricación de este tipo de maquinarias con el nombre de Senor.  Con esta marca reciben el merito de haber sido la primera fabrica sudamericana de cosechadoras que la consagro definitivamente en el agro por su fama y por la importante cantidad de unidades que a través de los años se fabricaban, contándose por millares. Se debe tener en cuenta que en los años 1960-1970 producían de 450 a 500 unidades al año de los modelos ya automotrices B3,J.E 40, J.E 50, además de otros implementos como recolectores de girasol y maíz contando con unos 700, obreros que trabajaban directa o indirectamente para la fabrica. 

Rotania. 
En 1915 Don Alfredo Rotania se instala con un taller de maquinas agrícolas en la localidad de Sunchales para atender las necesidades de la zona, se asocian al taller sus hermanos, Miguel, Fernando y Enrique, dedicándose entre los años 1920 a 1930 a la fabricación de elementos para maquinas trilladoras de vapor, a su vez se dedicaban a la explotación de este tipo de maquinas trillando parvas de trigo y lino ,llegando a tener cuatro equipos, ,siguiendo después con la fabricación de maquinas corta trillas de arrastre a caballo o a tractor. Esta experiencia da origen a que estas máquinas podrían desplazarse por sus propios medios. Don Alfredo comienza sus experimentos en 1927 , consiguiendo su propósito al crear una maquina llamada "Espigadora-Trilladora con adaptabilidad de un tren automotriz en el rodado delantero”. Así se la especifica al otorgársele en fecha 18 de diciembre de 1929 el titulo de patente de invención reconociéndosela como la primera cosechadora automotriz del mundo y que, poco después, fue lanzada al mercado, marcando así el fin de la tracción a sangre en los trigales. La marca Rotania alcanzó meritorio prestigio en los campos de la Argentina y en otros países sudamericanos a través de millares de unidades producidas. 

Susana.
 En el departamento de Castellanos veremos que la primera corta trilla nacional (traccionada por caballos, pero con motor incorporado), aparece en el año 1917 en la localidad de Susana con el nombre que la vio nacer, y que seria su marca de fabrica de allí en adelante.
 Conocida como cosechadora Susana fue construida en un taller de motores a vapor, propiedad de don Francisco Rostoni por Luis Gnero ,un mecánico tornero quien luego inicia la fabricación con Miguel Gardiol, llegando a constituir una importante empresa dedicada a la fabricación de cosechadoras, enfardadoras y demás implementos agrícolas ampliamente conocidos en el ámbito agrícola. 

Santiago Puzzi y Cia.
 En ese mismo año pero en la localidad de Colonia Clusellas, en la provincia de Santa Fe, hallaremos a un joven mecánico que busca un modesto local para instalar un taller de reparaciones de trilladoras a vapor. Su artesanía la adquirió en los campos santafecinos bajo el fuerte sol de diciembre ayudando a aquellos maquinistas de principios de siglo, expertos en sus maquinas. Santiago Puzzi, en su juventud chacarera, sintió pasión por las maquinas y fue tan intensa que fijo el derrotero de su vida, alrededor de 1926, observando los problemas del campo y buscando nuevas técnicas de explotación, construyo una maquina que rompía con la tradición de que el vapor era la fuerza motriz mas conveniente o quizás única para las grandes labores agrícolas. En dos años de intensa labor, construyo 7 maquinas cosechadoras, cuyo rendimiento acrecentó la fama del joven mecánico. El éxito obtenido le permitió mayores vuelos y formar una sociedad bajo el nombre de Santiago Puzzi y Cía. para fabricar cosechadoras con sede en la localidad de Josefina, Santa Fe, vecina a la floreciente localidad de San Francisco, Córdoba, lugar donde se instalaría definitivamente hasta su cierre a fin de la década del 80. 

Vasalli. 
“Entre los hierros de esta pequeña herrería de chacra, al ruido del yunque, al canto libre de los pájaros, al mugir de las vacas, al olor del lino me habré de criar”. Así recordaba Don Roque Vassalli su niñez en el campo que trabajaba su padre en la zona de Cañada del Ucle allá por 1920.
 Pasan los años y aquel niño, ahora un hombre, trabaja en su propio taller de herrería haciendo reparaciones y afilando rejas de arado. Culminando la segunda guerra mundial, el país necesitaba tecnología, que a causa de la contienda escaseaba, uno de los problemas era la falta de maquinas agrícolas, en especial cosechadoras, pues las existentes en su mayoría modelos de arrastre comenzaban a ser obsoletas a causa de la escasez de tractores o la falta de caballos para remolcarlas. Muchos agricultoras encuentran solución a esto al ver que estas maquinas podían reformarse a sistema automotriz. Un amigo de Roque Vassalli, Don Lorenzo Pellicione, viéndolo muy capaz a Vassalli para hacer cualquier trabajo le propone que le reforme su cosechadora. En un primer momento Vassalli duda en aceptar tal desafío, pero aquel noble amigo le dice: “Mirá Roque, hacé el experimento, no te aflijas si falla, seguiremos siendo amigos como siempre”. Ante tal grado de confianza, el trabajo se lleva adelante, la corta trilla, una Deering 31R,  de origen norteamericano, tras ocho meses de dedicación queda, por obra del ingenio, transformada en una moderna cosechadora automotriz que al ser probada a campo y comprobado su buen funcionamiento, hace que ante tal éxito, Vassalli se dedique a reformar maquinas de otros agricultores de la zona y a encarar un modelo de diseño propio.
 Atrás queda la vieja herrería de Cañada Del Ucle, ya instalado en el aquel entonces pueblo de Firmat, en el año 1949, inicia la fabricación en serie de sus cosechadoras con la ya clásica marca Vassalli que con el correr de los años se convertiría en sinónimo de calidad nacional e internacional, pues su prestigio le lleva a exportar maquinas a la mayoría de los países sudamericanos incluido México y países de África. Sus modelos Super, Ideal y 3-16 fueron las maquinas que mas difusión tuvieron en especial la 3-16 de las que se fabricaron mas de 7000 unidades. La empresa Roque Vassalli SA fue la primera en levantar una fabrica en Brasil donde se construyeron también miles de unidades. Esta meritoria gestión que, junto con las exportaciones, originó en aquellos años un importante ingreso de divisas al país.  
 Volviendo un poco atrás, en 1951 una nueva creación de Roque Vassalli sale de su ingenio, proyecta y construye de su diseño, su propio modelo de aparato juntador de maíz, denominado El Maicero, y que es aplicable a las cosechadoras, motivado por el problema que existía para juntar la cosecha de maíz, hace que una vez probado y experimentado se produzcan en serie para salir a la venta en las campañas de los años 1952/53, ganando con esto prestigio definitivo. 

Alasia.
 En la localidad de Sunchales surge otra fabrica de maquinas cosechadoras por iniciativa de Don José Alasia, quien siendo chacarero  y contando con la colaboración de sus hermanos, construyó en su chacra de Colonia Raquel, Santa Fe, su primera trilladora fija, con la cual mecanizaron sus cosechas de los años 1922/23. Esto fue lo que dio impulso definitivo a la nueva industria que se inicio en el año 1927, en la localidad de Sunchales, produciendo primeramente corta trillas de arrastre y luego, en la segunda mitad de los años '30, creando su primer modelo de cosechadora automotriz que durante muchos años surcaron los campos argentinos recogiendo sus cosechas.
 Podemos decir con certeza que una buena parte de los fabricantes de maquinas agrícolas argentinas fueron en su momento chacareros o agricultores o tuvieron una vinculación directa con los trabajos del campo en cualquiera de sus ordenes y que luego, movidos por su inquietud y por la mecanización del agro, dieron sus primeros pasos en la dedicación hacia la fabricación de maquinas, implementos o accesorios agrícolas. 

Bernardín. 
En San Vicente, en el año 1923 don Andrés Bernardin levantó una pequeña industria  en un local de solo 800 m2 y, con no mas de 20 obreros, comenzó a fabricar sus primeras cosechadoras de arrastre con la marca Bernardin. Estas recibieron la gran aceptación por parte de los agricultores que, al igual que Senor, las cosechadoras de estas dos marcas tuvieron una meritoria fama por su calidad y eficiencia en la trilla y la limpieza de los cereales.
 Promediando la década de 1930, lanza al mercado su primer modelo automotriz y en los siguientes años surgirían una sucesión de nuevos modelos como las M9K, C47, C52, M11, P59, ML60, M15, M17, TF50, M20, M21 y M23.
 Hacia el año 1960 la ampliación de la fabrica llegaba a 12000 m2 cubiertos empleando unos 300 obreros, a su vez seguía ganando cada vez mas un sólido prestigio que sigue vigente, siendo una de las pocas marcas nacionales que han quedado en el mercado. 

Druetta.
 Don Miguel Druetta, era hijo y nieto de inmigrantes que hacia 1870 se afincaron en Colonia Santa Teresa, llamada Totoras, en la provincia de Santa Fe. Se inicio de muy joven en el trabajo con maquinas trilladoras, allí en los campos que los vieron nacer, llegando a tener un profundo conocimiento sobre las maquinarias, a tal punto que lo llevaran a inventar en 1923, el “recolector de cereales”, que previamente se cortaba para su secado y que quedaba en hileras en el campo, luego, ya seco, este cereal era posible levantarlo con la cosechadora gracias a este recolector.
 Pocos años después, ya instalado en Buenos Aires y en la campaña de cosecha de trigo año 1929/30, probó con éxito otra invención suya, la autocosechadora de cereales con plataforma de corte al frente. Este modelo de maquina automotriz fue la primera en el mundo en su tipo, siendo contemporáneo de Rotania en la creación de maquinas con transmisión de mando propio a las ruedas motoras.
 En los años 1951/52 surge otra creación suya, esta vez para solucionar el problema que representaba la juntada de maíz, al presentar su modelo de plataforma recolectora de maíz aplicable a las cosechadoras, fue un invento y como también lo hicieron sus contemporáneos Santiago Giubergia y Roque Vassalli, siendo así que tres santafecinos fueron quienes revolucionaron la mecanización agrícola en la cosecha de maíz y que repercutió no solo a nivel nacional sino mundial pues años después otros países de avanzada optaron por este sistema. 

Daniele.
 Tambien en 1927 en la localidad de Seeber (Córdoba) Don Simón Daniele construye su primera cosechadora con la firma B y A Fiorito, denominándola cosechadora Fiorito sistema Daniele y hacia 1934 se establece en Porteña formando la firma J. S. Daniele y Cía. S.C. 

Araus. 
En la localidad de Noetinger, Córdoba, se instalan con un taller los señores Araus Hnos. para fabricar máquinas cosechadoras de cereales y juntadora de maíz automotrices. Sus comienzos en la mecanización agrícola se inician en Armstrong, Santa Fe, cuando los hermanos Julián, Romualdo y Tomas Araus, en su chacra, se dedicaban a reparaciones de maquinas, siendo en el  año 1942 que construyen una cosechadora automotriz con satisfactorios resultados. Años después, ya instalados en Noetinger emprenden la fabricación en serie llegando años después a ser una de las mas importantes fabricas del país. 

Draumaq.
 Volviendo un poco atrás respecto a Miguel Druetta, inventor de la cosechadora automotriz marca Druetta, con su fabrica instalada en Ciudadela, Buenos Aires, éste vende a fines de los años '30 su fábrica y se asocia con otra empresa lanzando al mercado un nuevo modelo de cosechadora y una enfardadora con marca Draumaq. Posteriormente junto a los señores Rosatti y Cristofaro se forma la empresa RYCSA (Rosatti y Cristofaro S.A.) que fabricaron en las instalaciones de Ciudadela y en Arrecifes las cosechadoras que llevaron la marca RYCSA hasta su liquidación a mediados de los ''60. Don Miguel continúa por sus medios con una nueva maquina que llevara la marca Druetta. 

Giubergia.
 Si continuamos tras los pasos de estos pioneros y retrocedemos al año 1933, nos encontramos con un chacarero cordobés, don Santiago Giubergia, que llega a la localidad de Venado Tuerto, departamento General López de la provincia de Santa Fe, donde instala una herrería para reparaciones de implementos agrícolas, en la calle Chacabuco al 900. Allí, con la ayuda de su esposa y trabajando de sol a sol, fue ampliando sus actividades lo que le permitió seis años después, junto a su cuñado, instalar un nuevo taller en las calles Moreno y Maipú y, con 4 o 5 empleados, fabricar recolectores de cereales. De esta manera llega al año 1942 en que efectúa la primera reforma de una corta trilla Massey Harris Nº 11 de arrastre, transformándola en automotriz y, en 1944, fabrica su primera máquina, también automotriz pero de diseño total propio con la marca Giubergia, contando entonces con 50 obreros.
 Ya en 1946 forma la sociedad de estilo cooperativista, asociando a 12 empleados y obreros con un capital social de pesos moneda nacional doscientos mil, $ m/n 200.000, que al finalizar el primer ejercicio se elevo a $ m/n 400.000. En el año 1951 fabrica 57 cosechadoras y 185 recolectores de girasol efectuando algunas ventas a Chile. En 1953 hace un valioso aporte a la agricultura al lanzar al mercado su nueva plataforma juntadora de maíz aplicable a las cosechadoras, contándose cien unidades de este tipo en ese periodo. El franco progreso lleva al cabo de algunos años a formar una importante industria con centenares de obreros y alta producción de maquinarias.
 Ya fallecido Don Santiago, una nueva planta industrial se levanta a mediados de los '60 en un predio frente a la ruta 8. De allí, durante años, salen miles de unidades hacia todas las zonas agrícolas del país hasta su cierre definitivo en 1979. 

Margariteña - La Soberana.
 Colonia Margarita también tuvo sus artífices dedicados a las maquinarias que lo llevan, por los años 1938/40, a fabricar máquinas corta trillas de arrastre con la marca Margariteña en reconocimiento al nombre del pueblo. Sus fabricantes, los señores Picco, Apendino y Cía. llevaron adelante esta iniciativa durante varios años, saliendo de sus talleres unas 25 a 30 unidades anuales.
 Después de unos años de actividad en el rubro esta firma se disuelve y se hace cargo de continuar con la producción de estas cosechadoras, el Sr. Juan Bautista Buriasco y Cía. que traslada la fabricación de las mismas a la localidad de Maria Juana. Allí desarrolló un nuevo modelo de máquina pero ya en versión automotriz y con la marca La Soberana, finalizada la década del 40/50, se paraliza en forma definitiva su producción para dedicarse a la fabricación de vagones y material rodante ferroviario. 

Magnano.
 En 1938 se forma por iniciativa de los Srs. Bartolo y Miguel Magnano y Peretti Hnos. la empresa Magnano y Cía. que se dedica a la fabricación de maquinarias para carpintería e implementos agrícolas y luego cosechadoras automotrices que llevaron la marca Magnano. 

Angélica.
 Luis Boschetto, junto con sus hermanos Miguel y Antonio, en sociedad con los hermanos Sebastián y José Raimondo, formaron de común acuerdo el día 11 de mayo de 1939 una sociedad para dedicarse a la fabricación de maquinas corta trillas de cereales en el tipo automotriz en la localidad de Angélica. En ese año construyeron dos unidades que fueron puestas a prueba en la cosecha de trigo de ese periodo. El éxito de la prueba fue la culminación de esa primera etapa que los llevó a ampliar la producción a varias unidades anuales.
 Al retirarse de la firma los hermanos Raimondo la misma quedó constituida bajo el nombre de Luis Boschetto y Hnos. S.A. utilizando como identificación la marca Angélica, o sea, el nombre del pueblo donde se fabricaba. El primitivo taller de 1939 con 480 mts2 cubiertos se fue ampliando hasta que, a finales del '50, era de 7000 mts2 cubiertos, con modernas instalaciones incluyendo sector de oficinas. En ese período llegó a producir hasta 130/140 unidades anuales que se distribuían en todas las zonas cerealeras del país, ocupando sus talleres en los años 60/65 unos 100 obreros. En los comienzos de la década del '70 dejan de producir cosechadoras y se dedican de lleno a la fabricación de plantas de silos. 

Flamini.
 En San Vicente, en la década de 1940, Don Ítalo Flamini (o Flammini), en su taller producía cosechadoras automotrices con la marca Flamini que también merecieron elogios por la calidad del trabajo que efectuaban. Fue una empresa de pequeña dimensión con una producción limitada hasta su cierre definitivo. 

Guasch.
 También en los años '40 unos agricultores de la zona de Casilda, Santa Fe, comienzan a experimentar con un aparato que pudiese cosechar el girasol y el maíz, llegando así a los años 1943/44 a crear un dispositivo que podía usar la corta trilla de cereales para la recolección de maíz. Estos señores son Ramón y Amadeo Guasch.
 Siguiendo con las pruebas llegan al año 1951con su creación a cabo, y que es patentada con el numero 86650 que les permite fabricarlos en serie con su marca de nombre Guasch.. Siguen, años después con la producción de cosechadoras automotrices de diseño propio y sembradoras de granos gruesos, reconocidas en el campo por sus cualidades; totalizando hacia los años 1957/60 una producción de 180 unidades anuales en su establecimiento en la calle Bv. Colon 2418 de Casilda, bajo la razón Establecimientos Industriales Metalurgicos Argentinos Ramón y Amadeo Guasch S.A. 

Baietto - Contardi - Forzani - Esperanza - Balbi. 
 Otras firmas surgieron también en los años '40 dedicándose a esta actividad industrial. Algunas de ellas tuvieron corta vida. Todo dependía de diversos factores, tratándose en especial de un producto como los aquí especificados, cuyas ventas se efectuaban en un solo período del año, siempre y cuando se presentaran las perspectivas de buena cosecha en esa época, debiendo la firma fabricante tener solvencia económica para afrontar enormes gastos durante meses hasta el momento de las ventas.
 Vemos que en localidad de Zenón Pereyra hubo dos firmas que en distintas épocas han fabricado maquinas cosechadoras, fueron Baietto y Cía. y la otra fue Contardi y Cía. , y luego una tercera cuyos integrantes fueron Osvaldo Lino Forzani y Atlio Blas Lino Forzani que conformaban la firma Osvaldo y Atlio Forzani S.R.L. dedicados durante muchos años a la fabricación de cosechadoras y enfardadoras automotrices. Mientras que las dos anteriores estuvieron pocos años en esta actividad, los hermanos Forzani utilizaron su apellido para identificar como marca a sus maquinarias siendo ampliamente conocidas en el país.
 Otras empresas que tuvieron la misma actividad fueron, una instalada en la localidad de Esperanza, que utilizó el nombre como marca para sus maquinarias, y otra de la localidad de Sastre que produjo cosechadoras automotrices con marca Balbi desconociéndose más datos de ambas. 

Marani. 
 Transcurriendo el año 1948, en la ciudad de Rosario, los hermanos Nazareno y Gustavo Marani fundan un taller metalúrgico para fábrica de máquinas agrícolas situado en un local de las calles Ovidio Lagos y San Luís, dedicándose, al igual que otras empresas similares, a la reforma automotriz de cosechadoras. Llegan a un alto grado de perfeccionamiento que les otorga grandes méritos, tales que, años después, al iniciar la fabricación de sus propios modelos de cosechadoras -modelo Súper  58, Súper 90” y las posteriores- tuvieron una bien reconocida fama en todas las zonas agrícolas del país. Es así que ésta empresa que figuraba como Establecimiento Metalúrgico Marani S.R.L. , logra hacerse un lugar destacado en el mercado argentino.
 En los años 1957/58 trabajan en esta planta fabril unos 25 obreros, muchos de ellos calificados por su capacidad, que les permiten producir anualmente, entre reformas y máquinas de su propio diseño, alrededor de 25 unidades. Sus pioneros, Gustavo y Nazareno Marani, fueron los emprendedores de esta empresa que fue ganando cada vez mas prestigio, siendo las cosechadoras Marani las que siempre fueron dotadas de los últimos adelantos que surgían. 

Rector.
 Emilio F. Callegari Bettiol, un hijo de agricultores nacido en Casilda en 1914, era una persona con gran voluntad e iniciativa. Al terminar la segunda guerra mundial, surge la necesidad de la mecanización del agro y Don Emilio abre un taller metalúrgico dedicándose a la reforma de máquinas cosechadoras de arrastre para convertirlas en automotrices, encontrando en esta experiencia la senda que habría de conducirlo a un emprendimiento mayor. Así es que en 1949 construye de su propio ingenio su primera cosechadora automotriz, que al quedar demostrada su eficiencia en las pruebas de cosecha, hace que en 1950 instale su establecimiento en la calle Buenos Aires al 3500, para la fabricación en serie de un nuevo modelo de cosechadoras. La sociedad que se formalizó con Emilio Callegari fue el Establecimiento Industrial Rector S.A.C. Y F., siendo el nombre Rector la marca que llevaría estampada cada máquina que saliera de su fabrica.
 Posteriormente lanzan al mercado las maquinas llamadas mixtas, también automotrices, que podían emplearse en cosecha de grano fino (trigo, lino, etc.) y, con el recambio de accesorios y plataforma de recolección, se convertían en cosechadora de maní. También fabrican las plataformas para cosechar maíz aplicable a todas las cosechadoras. Finalizando la década del '50 trabajaban en este establecimiento mas de 70 obreros y empleados en todos los ordenes de dicha empresa, siendo sus titulares el fundador, Emilio Callegari, Jerónimo P Coirini, Adelqui Calcaterra y Enzo Citadini. 

Di Tulio.
 En Firmat, en la segunda mitad de los años '50, Nicolás P. Di Tullio, un mecánico que acompaño en sus inicios a Vassalli, levanta su propia fabrica construyendo allí sus primeras cosechadoras con marca propia, Di Tulio modelo D 100. La gran capacidad de trabajo de estas máquinas hace que gane adeptos afianzándose su prestigio en el ambiente agrícola. Esto lo lleva, hacia los años 1962/63, a experimentar con las plataformas para cosechar maíz, a las cuales les modifica su sistema de recolección colocando correas alzadoras en lugar de las clásicas cadenas con engranajes que ocasionaban trastornos y roturas en el equipo juntador. Estas plataformas tuvieron un gran merito por su eficiencia en el funcionamiento. Posteriormente fabrican sembradoras y silos con la misma marca siendo la razón social: Industrias Agromecánicas Di Tulio S.A. 

Boffelli.
 Quien fuera un próspero agricultor de San Vicente, de apellido Boffelli, en el año 1921 adquiere la primera cosechadora Senor. Con el correr de los años, en 1958, su hijo Vicente junto a los demás hermanos, más la colaboración de otras personas como Rogelio Boffelli, José Redo, C. Buzzo, A. S. Ambrosino, F, Boretto, Sánchez, Rizza y A, Fumero forman el primer directorio fundador de Industrias Boffelli S.A. dedicada a la fabricación de cosechadoras automotrices, hileradoras, recolectores de girasol y maiz, etc. Estos equipos, que llevaron la marca Boffelli, también tuvieron un amplio reconocimiento de parte de los agricultores argentinos por la calidad del trabajo que realizaban en toda clase de cosechas de cereales, siendo el modelo mas fabricado la J 24. Por diversos problemas esta firma se disuelve en los primeros años de la década del '70 y las instalaciones de la fábrica son posteriormente adquiridas por la firma Bernardin.
 Así queda reflejada esta localidad de San Vicente que, con una población de unos 5000 habitantes en el año 1960, ocupo el 2º lugar en el mundo como consumidora de hierro per capita, por el desarrollo industrial de ese tiempo, siendo galardonada como localidad Cuna de la Cosechadora Argentina. Además fue nombrada, en 1960, sede de la Fiesta Nacional de la Cosechadora, evento que se llevó a cabo por primera vez el 18 de Septiembre de ese año, contando con la presencia del Sr Presidente de la Nación Dr. Arturo Frondizi, el gobernador de la provincia de Santa Fe, Dr. Carlos Silvestre Begnis y otras autoridades. En esa oportunidad se realizó un impresionante desfile de cosechadoras y posteriormente se efectuó la elección de la primera Reina Nacional de la Cosechadora Argentina, resultando agracia da la Srta. Lidia Vidal representante de la firma Magnano de San Francisco, Córdoba. 

Aumec.
 Tal vez una de las fabricas mas jóvenes del país sea Aumec S.A., empresa surgida en Arequito, Santa Fe en la ruta 92 y Belgrano por inquietud de dos personas con experiencia en la materia, Celino Audoglio, mecánico y tornero de reconocida capacidad, que había trabajado en la fabrica Senor de San Vicente y La Margariteña de Colonia Margarita, y Constantino Mecozzi, calificado mecánico de automotores, maquinarias y motores diesel. Ambos se propusieron probar un prototipo de cosechadora para luego iniciar la fabricación en serie de la misma. Este proyecto se lleva adelante en tanto se formaliza la sociedad que conformara la nueva empresa, en fecha 28 de Agosto de 1958 y que se denominara Aumec, nombre derivado del apellido de los iniciadores Audoglio y Mecozzi. Al ser probada la unidad experimental en la cosecha de trigo de ese año y comprobado su funcionamiento, se decide su fabricación que comienza en 1959 con 6  unidades, aumentando a 15 en 1960 y luego incrementándose hasta 60 o 70 unidades anuales de los modelos AM y luego la MD hasta finales de esa década.
 Formaron la sociedad los Sres J. Noccelli, Giuliano, Hnos. Mecozzi, Hnos. Audoglio, Calvetti, Demaria, Sassena, H. Abratte, Hnos. Monti, Formento y J. Campa. Promediando los años '60 el capital social ronda en aproximadamente pesos moneda nacional veinte millones, teniendo en ese tiempo unos 45 obreros en planta. Las cosechadoras Aumec gozaron de un buen prestigio tanto a nivel nacional como en los países vecinos, siendo preparadas también para trilla de porotos y arroz en terrenos pantanosos. La empresa trabajó bajo la denominación Aumec S.A. Fábrica de Máquinas Agrícolas.


GEMA.

Resultó de la unión de dos antiguas empresas rosarinas: Torres y Valenti S.R.L. y Baronio y Melquiot S.R.L., siendo más antigua la 1.ª, fundada en 1910. Don Luis Valenti, precursor, aportó su experiencia en la nueva empresa y Melquiot la figura señera en maquinaria agrícola. La superficie construida de su fábrica, cubría 15.000 m2, saliendo de aquella unas 350 cosechadoras unidades anuales, cuya distribución y ventas se realizaban mediante agencias y concesionarios en gran parte del país. La gran mayoría de los empleados de GEMA eran los propios vecinos del barrio.


 Además de estos propulsores de la cosechadora Argentina, hubo muchos otros, llegándose a establecer en el país más de 38 fabricas dedicadas a la industria de la cosechadora en un período que va desde 1920 hasta finales de la década del '50. Algunas de estas fabricas fueron de gran importancia industrial y comercial y no solo vendían maquinas dentro del país sino que, además las exportaban, generando un importante ingreso de divisas y consolidando una fuente de trabajo para miles de obreros. Teniendo en cuenta una estadística del año 1965, las 21 fabricas en actividad en ese momento (12 en la provincia de Santa Fe y 9 en la provincia de Córdoba), produjeron mas de 4500 unidades, según el testimonio de Vicente Boffelli, titular de la firma del mismo nombre en San Vicente, Santa Fe, contando que además existían otras empresas, unas 14 fabricas más, dedicadas a esta industria diseminadas en las provincias de Córdoba y Buenos Aires.

También a mediados de los '50, en la localidad de Inriville, los hermanos Folguera se dedican a efectuar reformas de arrastre a automotriz de cosechadoras. Luego, instalados en Cruz Alta, se dedican de lleno a la fabricación de cosechadoras tanto de cereales como de forraje. Otras firmas surgen en suelo cordobés como Aipridec y Cía., en Laguna Larga, fundada por los señores Demaria, Votero, Aimar y Cía. S.R.L: en el año 1955, comenzando en la zona rural y estableciéndose en 1958 en dicho pueblo fabricando cosechadoras para maní y un modelo para cereales basado en una cosechadora canadiense. También otra empresa se dedica a la fabricación de máquinas para cosecha de maní y para cereales, fue la firma Edmundo Martellono e Hijo, instalada en la localidad de Ballesteros, en el mismo rubro la firma Bon-Fer de Gral. Cabrera.

 En la década de 1980 la empresa Prats con establecimiento industrial en Marcos Juárez, Córdoba, lanza al mercado la marca Alasia, ya que esta empresa en Sunchales se dedicaba a otros rubros y por ultimo finalizando los 80, don Roque Vassalli, quien se había retirado de la firma que él fundara, diseña y lanza un nuevo modelo de cosechadora que lleva como marca Don Roque que rápidamente tiene amplia difusión. Su funcionamiento fue muy satisfactorio llegando en momentos a ser la única marca que representó a la industria nacional de cosechadoras.

 Así, desde los albores de la industria agrícola, en las épocas románticas de los fabricantes criollos, estos visionarios contribuyeron con su ingenio a remediar en gran medida el problema de las cosechas y trillas en nuestros campos y aportaron en buena parte la solución a la grave falta de maquinarias que hasta esos tiempos era totalmente importada, dificultosa de conseguir y de elevados precios. A pesar de los efectos de campañas insidiosas, orientadas a exaltar las virtudes de la competencia por la vía de la libre importación de equipos extranjeros, la industria agro mecánica argentina, mal comprendida por los gobiernos e ignorada por la opinión publica urbana, siempre pudo demostrar su alto grado de eficiencia y calidad que con orgullo llevó impresa en alguna de sus partes su distinguida procedencia:”INDUSTRIA ARGENTINA”.


                                                   Hernán Ferrari



  

viernes, 3 de enero de 2014

La vieja cancha Azulgrana.

Publicado en "www.red-belgrano.com.ar" - 12/12/13

Por Norberto Dall'Occhio
   

  Muchos hinchas de General Belgrano recuerdan con cariño y con cierta nostalgia la vieja  cancha  que el Club tenía “detrás de la vía”, como suele decirse, aquella que tantos simpatizantes tienen en sus memorias.

  Desde  su fundación  en 1916  y  hasta  1926, General  Belgrano practicaba fútbol pero no tenía cancha propia  y lo hacía  en terrenos prestados.  En 1927  adquirió una manzana ubicada entre las calles Sarmiento, Misiones, San Martín y Chaco, donde se instaló el campo de juego, hasta que se compró, en la década de 1960, los terrenos donde actualmente están las  nuevas instalaciones y por entonces el club resolvió fraccionar y vender el terreno de la antigua cancha para recaudar fondos destinados a la nueva inversión. Muchos socios adquirieron buena parte de esos  lotes, que más adelante pasaron a manos de la Comuna a fin de que en ese sitio se construyera el barrio de viviendas FONAVI.

  Pasado un tiempo, en una de las esquinas, se construyeron los vestuarios, la boletería y otras dependencias que servían como vivienda a los cuidadores de la cancha. Entre los cuales se recuerdan, “La Macha” Ferreyra y el “Negro” Paulini, dos destacados jugadores  azulgranas.

  Los  belgranistas  guardan muy  gratos recuerdos de ese viejo estadio, que fue escenario de importantes acontecimientos deportivos. En las décadas de los 40, 50 y 60, cada 9 de julio, el Club organizaba un atractivo torneo relámpago, de dos días de duración en el cual participaban ocho equipos de la zona y donde se ponían en disputa hermosos  trofeos y medallas.

  Continuando con los partidos que se disputaban en la antigua cancha, se destacaban por la gran rivalidad, los clásicos con  Juventud Unida, como así también los duros enfrentamientos con  Sportsman de Villa Cañás. Principalmente esos encuentros generaban una gran expectativa en la gente del pueblo y de la zona, provocando una enorme concurrencia de público al espectáculo, que colmaban la capacidad del estadio.

  Cambiando el rumbo y yendo a las características del terreno, se puede contar que dentro de él había que ubicar el campo de juego, los vestuarios, el  alambre, o tejido olímpico, y el público. Por las dimensiones que tenía el lote, el diseño del perímetro de la cancha se hizo sobre la base de las  medidas mínimas establecidas en los reglamentos que rigen el fútbol, era denominada una “cancha chica”, como se dice en el lenguaje futbolero. Pero no solo lo era  para los jugadores, sino también para  el público. Los espectadores, por el poco espacio disponible, estaban  muy cerca de la línea de cal, a solo unos dos metros. La proximidad de la gente, sumado al calor de la lucha deportiva, a veces levantaba la temperatura del ambiente y creaban un clima muy tenso en el estadio. Durante el desarrollo del juego, los futbolistas tenían ciertos inconvenientes para ejecutar los tiros de esquina, ya que les resultaba difícil darle precisión a la pelota por el poco lugar para tomar distancia y lanzar el centro. Por su parte, los espacios destinados a los hinchas eran muy estrechos, especialmente en los sectores donde estaban los arcos.

  Hasta principios de 1.940 el campo de juego estuvo rodeado tan solo por un hilo de alambre liso, sostenido por postes, a fin de fijarle un límite a la concurrencia y evitar que se metieran dentro de la cancha. Existen muchos recuerdos de aquella época sobre triunfos épicos, días de gloria, peleas, corridas y transgresiones. En ciertas oportunidades, cuando se convertía un gol importante, algunos hinchas eufóricos y descontrolados, pasaban el hilo de alambre, evadían el control policial y salían corriendo para abrazar al autor del tanto. Otro descontrol aparecía cuando se iba a patear un penal, simpatizantes que estaban cercanos al arco, sobrepasaban primero el alambrado, la raya de cal y se metían imprudentemente dentro de la cancha invadiendo el área grande para ver de cerca el disparo desde los doce pasos. ¡Para qué hablar de lo que ocurría si el arquero atajaba el penal y daba rebote! Una confusión total, entrevero  de jugadores, mezclados con el público, gritos, una pelota en juego y un árbitro desorientado. Un tiempo después, para una mejor protección y para mantener el orden, se colocó como divisorio un grueso tejido olímpico en reemplazo de ese franqueable hilo de alambre. Continuando con la descripción del estadio, se puede decir que tenía cierta protección de los vientos, puesto que los cuatro costados que daban a la calles estaban cubiertos, además de los tejidos, por un espeso cerco de ligustros de hojas anchas y de gran altura, que impedían la visual desde las veredas. En algunos sectores destinados al público, el espacio resultaba tan reducido que cuando se desplazaban, debían hacerlo en “fila india”.

  El  problema mayor estaba detrás de los arcos, porque lo que cumplía la función de red permanente, era un grueso tejido de alambre en reemplazo de la tradicional de piolines. Por la escasez de espacio en el campo de juego, los caños que sostenían el arco y la mencionada red, invadían un metro el sector del público, por ese motivo, detrás de cada arco se producía un gran congestionamiento de gente que se desplazaba de un lugar a otro.

  Para evitar cualquier provocación al arquero, siempre al costado del arco y dentro de la cancha, pero detrás de la raya, se colocaba un agente de policía para  mantener el orden y proteger al portero. Debido a las particulares características del estadio y su entorno durante  algunos partidos trascendentes, el espectáculo que se apreciaba en el campo de juego era muy particular, se jugaba dentro de un ambiente con ánimos bastantes caldeados, los jugadores tenían frecuentes roces y discusiones con sus rivales, sumados a las airadas protestas al árbitro y los gritos del público.

  Lo descripto era el encuadre y la atmósfera especial que se vivía generalmente en esa vieja cancha, cuando General Belgrano jugaba en su condición de local, allí el equipo azulgrana se agrandaba y se hacía fuerte, era un reducto complicado para cualquier escuadra visitante, que valoraba mucho un triunfo en la recordada y difícil cancha chica del Ciclón.

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jueves, 2 de enero de 2014

La epopeya de "La Juntada"

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 111 - 29/06/10  

  Al igual que para miles de pueblos diseminados por la pampa húmeda, las actividades agropecuarias fueron para Santa Isabel el motor que impulsó su nacimiento y desarrollo.

 Nuestro país tuvo un vertiginoso crecimiento entre mediados del siglo XIX y la década de 1930, convirtiéndose en una potencia exportadora de granos, entre ellos el maíz, que le dieron el mote de "granero del mundo". 

Entre monstruosos silos, modernas máquinas agrícolas, que valen fortunas, Internet, GPS, 4x4 y toda la parafernalia tecnológica del sector agropecuario actual, yace la vivencia de la "juntada de maíz a mano", o simplemente "la juntada", tal como se conoció a la cosecha de maíz por un siglo hasta la llegada, a fines del la década de 1950 y principios de la de 1960, de las primeras cosechadoras motrices con plataforma maicera. 

 Esta modalidad de la cosecha a mano, no sólo produjo una inmensa población rural, con una inmensa capacidad de crear trabajo, sino que también hacía funcionar los comercios de los pueblos que debían abastecer a chacareros y a trabajadores de insumos para la cosecha. En Santa Isabel grandes casas de ramos generales fueron las encargadas de mantener el suministro de bolsas, hilos para cerrarlas, combustibles, herramientas, repuestos, aperos y comestibles, entre otras cosas. En los comienzos del pueblo, la más importante fue la de Francisco Salemme cuyo salón de ventas, más tarde, pasó a ser de la Cooperativa Unión y Fuerza con igual finalidad. También se puede mencionar la de Justo Vázquez que cerró sus puertas a mediados de la década de 1950. Había en el pueblo, además, infinidad de boliches y grandes herrerías, mientras florecían las peluquerías y los lugares para alojar a los trabajadores. Hay una versión, nunca comprobada, que dice que Santa Isabel llegó a tener más de 7.000 habitantes, cifra demográfica que era impulsada por la gran cantidad de mano de obra que requería el campo.


  El cultivo del maíz implicaba técnicas diferentes a la del trigo y otros cereales, siendo su cosecha un hecho importante que imprimía en todo el campo una actividad humana, inimaginable en la actualidad, que duraba varios meses, desde marzo hasta junio o más aún.

 Luego de la siembra, realizada según las épocas, con técnicas variadas, pero siempre muy primitivas, y ya crecido el maíz y listo para ser cosechado, llegaban a las estancias o a las chacras los "juntadores de maíz" o "deschaladores" -a veces familias enteras- dispuestos a emprender la tarea por un magro jornal. Además de la mano de obra local, llegaban trabajadores golondrinas de distintas provincias o inmigrantes europeos tratándose, muchas veces, de gente ya conocida por los propietarios debido a que repetían la labor año tras año. En nuestra zona, donde predominaba la pequeña propiedad y el trato era más personalizado con el chacarero, éste los dejaba vivir toda la temporada en sus galpones u otras dependencias, pero en las grandes propiedades o en lugares que no poseían estos lugares, los trabajadores construían para ellos y sus familias una suerte de chozas hechas con palos, con hojas de maíz o chala en las paredes y con techo de chapa que -excepto la chala- duraban de un año para otro. Se estima que entre quinientas y seiscientas mil personas participaban de este tipo de cosecha. Luego la tecnología y la política terminaron con el trabajo del juntador de maíz, quién pasó al olvido.

 Una vez instalados los juntadores, comenzaba la cosecha o juntada, para lo cual se les proveía de un cinto confeccionado con tela de bolsas de arpillera, con varios ganchos destinados a enganchar la maleta; era un cinto bien ancho para evitar que sufriera la cintura del trabajador en el esfuerzo. También se les daba la maleta, que era un gran recipiente de lona de dos metros de largo y cuarenta centímetros de ancho y con su parte inferior hecha de cuero para resistir el desgaste por el arrastre sobre el suelo que se facilitaba cuando, por el roce continuo se ponía bien tersa y lustrosa. Otros elementos eran las bolsas de arpillera para poner las mazorcas o espigas de maíz y la aguja o púa que era una punta de hierro con una empuñadura para proteger la mano del continuo choque contra el filo de las chalas. 

 
 Para llevar adelante el trabajo, los juntadores formaban parejas o yuntas, ya sea de dos hombres o, en caso de familias, el marido y la mujer. Cada yunta tomaba a su cargo una parte del cultivo, que era conocido con el nombre de "la lucha" (de allí el dicho "estar en la lucha"). Eran 20 surcos para deschalar que se comenzaban desde el medio, dirigiéndose cada uno hacia el extremo de los surcos, arrancando con la púa las espigas a izquierda y derecha (de a dos surcos a la vez) y echándolos a la maleta que tenían entre las piernas, la que los obligaba a caminar todo el tiempo con las piernas muy separadas e inclinados hacia adelante. Cuando ésta se llenaba -unos 30 kilos-, la vaciaban en las bolsas que tenían preparadas al final del recorrido donde entraban hasta 100 kilos y repetían la operación llenando nuevamente la maleta y nuevas bolsas. Un juntador de maíz llenaba unas 15 bolsas por día y había unos pocos que eran famosos por llegar a las 20.

 Una vez terminada la "deschalada", una "chata rastrojera" tirada por caballos percherones recorría las luchas de donde se retiraban las bolsas que debían estar bien llenas y hasta con "coronita", es decir con las mazorcas sobresaliendo por arriba, para evitar que el chacarero rezongara. La chata las trasladaba a las cercanías de la "troja" que se estaba armando y, a medida que se descargaban, las bolsas iban quedando al costado de la misma. Al finalizar la jornada se devolvían al chacarero la bolsas vacías, se controlaban las que se habían llenado y vaciado y se anotaba cuidadosamente cuantas correspondían a cada trabajador.

 La troja (o trojes) era una estructura circular de unos 10 metros de diámetro y otros diez de alto, fabricada con cañas de Guinea o con cañas y chala de plantas de maíz; donde se podían mantener estacionados durante un tiempo las espigas recolectadas. Para hacerla se marcaba el círculo (generalmente perduraba el del año anterior) y bien cercano al mismo se plantaba firmemente el "palo mayor" que medía entre 12 y 14 metros de altura y llevaba una roldana en su extremo superior. Luego se hacían las paredes circulares de la troja clavando bien, una al lado de la otra, las cañas o las plantas de maíz recogidas del campo que se reforzaban por fuera con anillos de alambre que llamaban "las riendas" y que tenían la medida de la circunferencia de la troja. Estaban hechas con argollas y ganchos para ser desarmadas fácilmente y guardadas para el próximo año, aunque también había quienes las armaban con alambre y torniquetes, con unos 5 centímetros de separación. A medida que la troja se iba llenando y aumentaba en altura, se iban agregando también más cañas o plantas de maíz y riendas para que las paredes se elevaran en concordancia. La llamada caña de Guinea (conocida como cañaveral) era muy usada porque su medida es de casi cuatro metros, lo que facilitaba el armado de la troja. Aún hoy, en las pocas taperas que sobreviven, producto de la profundización de la política de despoblación y sojización de de los campos, en favor del hacinamiento y la pauperización de la población en los grandes centros urbanos, se pueden encontrar sectores donde crecen estas cañas que eran destinadas a variadas aplicaciones, entre ellas la construcción de trojas.


 Las espigas no se colocaban directamente sobre el piso de la troja, sino que previamente éste era cubierto con una capa de chala de unos 50 centímetros de espesor para evitar que las que quedaban en el fondo comenzaran a brotarse por el contacto con la humedad del suelo.


 El palo mayor se mantenía bien erecto, "a plomo", y firme merced a unos gruesos cables de alambre trenzado que bajaban, bien tensos, desde el extremo superior hasta cuatro postes apuntalados a su alrededor, a unos 35 metros de distancia. Con esta estructura se armaba el mecanismo de carga de la troja, una especie de funicular cuyo riel era un grueso cable tendido desde la punta del palo mayor hasta una estaca clavada en la tierra. El transportador de las espigas era un recipiente conocido como "el carrito" que tenía dos roldanas en la parte superior y una compuerta en la parte inferior con una argolla para atar una soga. El carrito se colocaba colgando de sus dos roldanas sobre el cable-riel de manera que circulara fácilmente sobre él y se le ataba de frente, mirando al palo mayor, una soga de unos 40 metros de longitud cuyo extremo, después de pasar por la alta roldana del palo mayor, se ataba a la cincha de un caballo. Los peones cargaban las espigas en el carrito y el jinete, desde la otra punta, comenzaba a avanzar haciendo subir el carrito hasta estar bien sobre el centro de la troja. Al llegar allí un mecanismo constituido por otra soga hacía que ésta se tensara y que se abriera la compuerta del carrito, descargando el maíz en la troja. Luego, jinete y caballo retrocedían, el carrito bajaba mientras el mecanismo de la segunda soga cerraba la compuerta. El carrito quedaba al pié de la chata restrojera para repetir esta labor una y otra vez hasta terminar con las cargas que llegaban en las chatas.


 Si la cosecha había sido muy rendidora y la troja no alcanzaba para todas las espigas recolectadas, se marcaba una nueva y se trasladaban a ésta los mecanismos utilizados en la anterior.

 Terminada esta tarea las trojas quedaban al aguardo de la desgranadora, una máquina que se situaba cerca de las mismas. Se realizaba una abertura en la base se la troja, sin cortar los alambres y se le arrimaba la noria, un mecanismo con una cinta sin fin que arrastraba los choclos hasta la máquina. Por un efecto de embudo, al chuparse por debajo las espigas, se producía simultáneamente un gran agujero en el centro de la troja que, indefectiblemente la haría inclinar y caerse. Para evitar esto, dos peones se situaban encima de la troja manejando un gran rastrillo horizontal, "el peine", que estaba atado por un cable de acero a un malacate de enrollamientos manejado por el "palenquero" de la desgranadora. Los peones clavaban el peine en las espigas acumuladas y el palenquero accionaba el embrague que recogía, enrollándolo, el cable del peine que de esta manera arrastraba los choclos hacia el agujero rellenándolo de continuo. Inmediatamente libraba el cable para que los peones de arriba de la troja lo clavaran nuevamente para repetir el trabajo.

 La desgranadora, como su nombre lo indica, "desgranaba" el marlo arrancándole los granos de maíz que iba largando por una boca mientras los costureros cosían las bolsas en que se embalaba.


La fuerza que movía a estas desgranadoras era, hasta la década de 1940, un motor a vapor externo que funcionaba de acuerdo a la naturaleza. Los marlos eran usados para la combustión que producía el vapor tanto para desgranar el maíz como, si los había, para la trilla de los cereales del verano. Su poder calórico le daba tiempo al foguista que alimentaba "la grilla" del vapor de tomarse unos mates durante su trabajo porque la pava, colocada cerca de ésta, mantenía el agua siempre caliente. Además los marlos brindaban una combustión más limpia por lo que el ayudante del foguista no debía estar continuamente sondeando los caños de calor como sucedía en la cosecha del trigo si se usaba la paja de este cereal para la combustión.


C on la llegada de los primeros tractores los antiguos motores a vapor fueron reemplazados por estos nuevos aparatos que tenían motores a explosión. A fines de la década de 1930 apareció una nueva desgranadora motriz accionada con motor a explosión. La fabricaba la firma "Melquiot", y siendo sensiblemente más pequeña que las desgranadoras comunes, iba montada sobre un chasis de Ford T. La máquina era tan rápida que un buen costurero no podía seguir su producción, por lo que debían trabajar dos buenos costureros casi sin levantar cabeza para seguirle el ritmo. Esta máquina fue un gran avance para la época ya que, como era automóvil, bastaba engancharle un acopladito y transportar, con ella, a todo el personal y las herramientas. 


 También son recordadas las desgranadoras manuales. Su uso estaba destinado a desgranar las espigas que se destinaban a la alimentación de los animales mientras se esperaba la llegada de la desgranadora grande.

 Mientras bajaba el nivel de la troja y se desgranaban las espigas, había que estibar las bolsas con maíz. Esta bolsas, debidamente cerradas -las mejores eran de yute importado de la India- pesaban unos 80 kilos y se acumulaban en pleno campo abierto en las llamadas "estibas de campaña" que tenían forma piramidal. Esta manera de apilar las bolsas obedecía a una doble razón; por un lado facilitaba un más rápido escurrimiento del agua en caso de lluvias; por el otro facilitaba el control y la contabilización por parte de los propietarios del campo cuando el chacarero era arrendatario. En los casos de grandes propiedades se solía pactar el pago del arrendamiento en especie, consistente en el 33% de la cosecha embolsada. Estibado el grano, aparecía el representante de "la administración" que sellaba el porcentaje de bolsas que le correspondía al terrateniente con un sello con sus iniciales o su marca que se aplicaba con grasa negra o de carro. De esta manera quedaban identificadas las partes que se separaban adecuadamente al ser estibadas, luego, en los galpones del ferrocarril que las transportaría a su destino. 




 Circa 1935 - Chacra de Gavio. Juntadores de maíz en un campo de Santa Isabel.


 Circa 1938 - Chacra de Gavio. Cargando a una chata las bolsas con espigas de maíz dejadas en el campo por los juntadotes. Los más chicos disfrutan de la jornada.


 1933 - Desgranada de maíz accionada por un tractor en la chacra de la familia Carpi.
 
 
 
Circa 1935 - Chacra de Gavio. Descargando espigas de maíz desde una chata al carro para cargar la troja.










Basado en un texto de "Vida y Costumbres de la Pampa Gringa" de Héctor Marinucci - 1997
Colaboración: Norberto Dall'Occhio y Pedro Adamo Pellegrini.
Fotos: "Banco de Imágenes de Santa Isabel".


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Cómo era nuestra zona en el año de la Revolución de Mayo.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 110 - 04/06/10  

  Cumplidos ya los 200 años del nacimiento de la Patria, cabe preguntarse que pasaba en esos tiempos en la llanura pampeana, especialmente en nuestra región (mucho antes de la fundación de nuestros pueblos) lugares tan lejanos e inhóspitos para aquellos que vivían en las ciudades del Virreinato. 

Un artículo publicado el miércoles 26 de mayo en el diario de Venado Tuerto "La Guía Regional", que lleva la firma del reconocido historiador Roberto Landaburu, da respuestas a estos planteos. 

 
 Dice Landaburu: " Para el año 1810, podemos afirmar aunque parezca raro, que ya existían -desde muchos años antes-, varias fortificaciones y rancheríos en estas dilatadas pampas, cuyo paisaje sí, era diferente al que conocemos en la actualidad. No existían montes, y la vista se perdía en la curvatura de la estepa, en un espectáculo sobrecogedor". 

"Para el año 1779 el fuerte de Melincué alzaba su mangrullo junto a la laguna. Más al oeste y para el lado de Loreto-Maggiolo, el Marqués de Sobremonte había mandado construir en 1785 el fuerte de Nuestra Señora de Loreto, y por el lado de Arias-Alejo Ledesma se levantaba el fortín Las Tunas. Para el norte el cantón de Guardia de la Esquina ya estaba levantado 40 años antes de la Revolución de Mayo".


"Por el año 1660 o antes pasaba por el Venado Tuerto, la larga rastrillada de Las Tunas, el camino que unía Chile -a través de Mendoza- con Buenos Aires, pasando por Punta del Sauce o La Carlota, Loreto, Hinojo o Venado Tuerto, Melincué y el Pergamino".


 "Caravanas de carretas tiradas por bueyes y arrías de mulas, iban y venían, llevando frutos y mercaderías al puerto, pasajeros, vino, telas, herramientas…Para el 1650 en toda esta zona de fértiles pastos surcada de aguadas, se asentaban enormes manadas de ganado cimarrón, tanto vacuno como caballar, y hasta aquí se venían los criollos del Buenos Aires a practicar las famosas vaquerías. No era otra cosa que la matanza de esos animales desjarretándolas a la carrera, mientras otros degollaban y cuereaban. Se dice de largas filas de ganado cimarrón que se media a veces en leguas, pasaban frente a atónitos y ocasionales viajeros".

"La fauna autóctona era riquísima, principalmente la de lagunas, como también las manadas de venados, guanacos, rápidos ñandúes, pumas y cuántos más bichos del campo". 


"Reinaba un silencio desolador; silencio de muerte le llamço Charles Darwin cuando pasó por aquí cerca, en lo que le decían el desierto. El chirriar de los ejes de las carretas se escuchaba desde lejos, a kilómetros de distancia".


"Para 1806 don Luis de la Cruz se vino desde Chile queriendo llegar a Buenos Aires, lo hacia acompañado por caciques pampeanos liderado por el propio Carripilun, que le hizo de guía hasta el Melincué. Detalló todo lo que encontró a su paso, minucioso, detallista, Al llegar al viejo fuerte de Melincué -se encontraba en estado ruinoso por el avance de la laguna-, había mucha agitación que venía del sur, de Buenos Aires: Los ingleses habían invadido el Virreinato, y la gente y su Virrey huían hacia Córdoba".


"Muchos criollos poblaban la estepa criando sus animales a campo, junto a lagunas como la de Los Leones Murphy, en la zona del Estaqueadero-Villa Cañás, en las aguadas del Venado Tuerto, y tantas otras más".

"Sí, para 1810 había mucha vida en lo que nos enseñaron que no había nada. La pampa sureña santafesina hacia rato ya que palpitaba, y fuerte. Tierra de lejanía, huellas y pisadas.


Aún los que se animan, en las largas noches estrelladas, por la vieja senda de Las Tunas, saben escuchar el trotar agitado de caballos pampas que pasan raudos para el naciente, y otros vuelven agitados con tropeles de ganado buscando los montes del Mamuel Mapu. Algunos escuchan mugir de toros, rebuznes de burros y chirriar de carretas, gritos y alaridos, susurros y deslices… que vuelven y vuelven, para no hundirse en el silencio de los tiempos!"

 Estos territorios -incluido el distrito actual de Santa Isabel- fueron dominados por los aucas o araucanos. Eran indios que incursionaban desde la cordillera a lo largo del Río Quinto con el fin de cazar la abundante fauna de ésta zona. En la época del Virreinato del Río de la Plata, los Pampas, luego invadidos por los araucanos, que se hallaban en posesión del caballo, contaban con abundante ganado cimarrón para asegurarse el sustento mientras que -tal como lo comenta Landaburu- el gaucho se dedicaba a diezmar el ganado. En 1852 esta zona quedó comprendida dentro de la línea de frontera que unía Río Cuarto, La Carlota, Laguna de Hinojo (Venado Tuerto), Melincué y Fortín Chañar (Teodelina). En 1857 Santa Isabel era un sitio remoto, campo abierto, sin alambrado ni vallas, con ganado arisco. En ese año Don Miguel Rueda compró un terreno compuesto de dieciocho mil varas de frente (15 kms) por doce mil de fondo (10 kms) es decir seis leguas superficiales. Pero esta es otra historia que se acerca más a nuestro tiempo dejando atrás los años y los hechos que dieron origen a nuestro país.


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