jueves, 21 de enero de 2016

Los circos y las calesitas

Por Norberto Oscar Dall’Occhio

En las décadas de 1940 y 1950 era común en los pueblos de la región la llegada de circos, calesitas y parques de diversión ambulantes, que recorrían distintas localidades.

En Santa Isabel, con el consiguiente permiso de la Comuna, los circos instalaban su carpa en algún baldío cercano al radio céntrico.

Un lugar preferido era el gran baldío existente entre las calles Brasil, Mitre, Corrientes y Sarmiento. En la manzana sólo se había construido una vivienda en la esquina de Sarmiento y Brasil. En 1949 en la esquina de Mitre y Brasil se había colocado un gran cartel anunciando que en ese predio se construiría la nueva Usina Eléctrica. Un frustrado proyecto para el pueblo, que poco tiempo después sufrió por varios años la falta de luz.
Los circos generalmente tenían permiso para quedarse unos 30 días y algunos artistas y colaboradores enviaban a sus hijos durante su estadía a las escuelas primarias locales.

En los espectáculos circenses, después de terminados los números desarrollados en la pista, con la actuación de trapecistas, equilibristas, malabaristas, contorsionistas, tonys y payasos y a veces algún mago, la función finalizaba con una representación teatral.

Estas representaciones escénicas forman parte de la historia grande del teatro argentino teniendo en cuenta que llevaron adelante estas expresiones artísticas circenses a todos los pueblos del interior, a veces huérfanos de toda actividad cultural, cuando aún no existían el cine, la radio ni la televisión. Una tema infaltable por su gran repercusión en el público en general era la representación de “Juan Moreira” basada en la obra literaria de Eduardo Gutiérrez. A partir de la década de 1880 la versión teatral de la trágica vida del gaucho Juan Moreira comenzó a interesar y a difundirse con gran éxito en los pueblos de campaña por intermedio de los circos. Además, en la cartelera de ese entretenido mundo circense abundaban títulos pertenecientes al sainete criollo, entre otros, del destacado escritor Alberto Vaccarezza (“El Conventillo de la Paloma” - “Lo que le pasó a Reynoso”) y numerosos temas del autor Alberto Novión (“Bendita Seas”).

El precio de la entrada era bastante accesible. La gente se ubicaba en la platea que rodeaba la pista. Los jóvenes preferían sentarse en las gradas, una tribuna pequeña cercana a la puerta de entrada, sitio donde el valor de la entrada era menor. En ese lugar, al que llamaban “Gallinero”, siempre solía asistir algún gracioso, que lanzaba expresiones verbales que provocaban la risa de la gente. Si sus dichos superaban cierto límite o molestaban, las autoridades del circo pedían la intervención policial.

En algunas ocasiones también recalaban circos de gitanos, que a veces le traían dolores de cabeza a la Comuna, pues se excedían en su estadía y por diversos motivos no querían abandonar el pueblo.

En cuanto a las calesitas y parques de diversiones, ocupaban los baldíos en un espacio más reducidos comparado con el que utilizaban los circos. Uno de los lugares preferidos era el terreno de la esquina de José Ingenieros y 25 de Mayo en diagonal a la plaza.

Se premiaba con una vuelta gratis al niño que sacaba la sortija, que estaba embutida en la base de una especie de pera de madera. Con rápidos movimientos el calesitero movía la pera permanentemente, sostenida con una de sus manos. Era una forma de hacer más difícil la obtención de tan preciada pieza por parte de los pibes.

En algunas oportunidades en las últimas horas de la noche cuando ya se habían retirado los niños, aparecía alguna barra de muchachos que subían a la calesita y como si fueran pibes pretendían sacar la sortija, sin importarles la forma. En ese intento de los jóvenes a veces se producían duros forcejeos con el calesitero y la cosa no terminaba bien.

Algunos testigos solían contar que en la década de 1920, las calesitas funcionaban a través de la tracción proporcionada por un caballo, que se colocaba en la parte interna, entre la plataforma de madera para el público y el eje central que hacía girar la calesita. Esos testigos comentaban que cuando el calesitero ponía la música de organito, el caballo automáticamente comenzaba a caminar. A veces en horas de la noche aparecían algunos muchachos pícaros y se mandaban una de las suyas. Cuando la calesita ya estaba en movimiento uno de ellos mediante el uso de una jeringa le tiraba un líquido picante debajo de la cola del equino. La reacción del indefenso caballo era inmediata y comenzaba su alocada carrera sin control ante el espanto del calesitero, la desesperación de aquéllos que estaban arriba y se tiraban de la calesita, además de la conmoción que el hecho provocaba en el público presente. Semejante salvajismo terminaba con los responsables en la comisaría. 




 
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Concursos de tango - Bailes del 9 de Julio



Por Norberto Oscar Dall’Occhio

En las décadas de 1940 y 1950 en Santa Isabel era común que en los bailes populares organizados por la Sociedad Italiana se realizaran concursos de tango que contaban con la presencia de parejas locales y también de localidades vecinas.

En el pueblo había un binomio que habitualmente participaba en este tipo de competencias al compás del 2 por 4. Era el matrimonio formado por Clorinda Martino y Guido Costas, pareja  que con su sobrio estilo y elegancia le sacaba viruta al piso, deleitando al público asistente. 


La Sociedad Italiana todos los años organizaba un gran baile el 9 de Julio, festejando un nuevo aniversario de nuestra Independencia. Al mediodía, luego de la ceremonia en la plaza  y del desfile de autoridades y escolares por las calles del pueblo, se realizaba el acto de clausura  en el Salón de la Sociedad. Allí luego se servía un vermouth a los presentes. A la noche antes de la reunión danzante había fuegos artificiales y a medianoche varias parejas  del pueblo bailaban el Pericón Nacional.   


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domingo, 17 de enero de 2016

La vieja cancha de Juventud Unida

Por Norberto Oscar Dall’Occhio
 
En las décadas de 1920, 1930 y 1940 la cancha de Juventud Unida, ubicada entre las calles Corrientes, Francia, Misiones y Rivadavia, tenía ciertas características especiales. No poseía tejido olímpico y lo único que dividía al público y el perímetro del campo de juego era un hilo de alambre liso, sostenido a un metro de altura por postes de madera distanciados unos cinco metros uno de otro. El espacio comprendido entre el hilo de alambre y la línea divisoria del campo de juego era muy reducido; alrededor de dos metros. Es decir que los espectadores casi se daban la mano con los jugadores. Incluso muchos jóvenes, cuando el estadio estaba colmado, para presenciar el cotejo se sentaban en el pasto debajo del hilo de alambre para que la gente que estaba a sus espaldas de pié pudiera ver el partido. La policía en una actitud permisiva aceptaba esta situación, pero mediante el uso de una fusta obligaba a los jóvenes a encoger las piernas, pues si colocaban los miembros inferiores estirados sobre el pasto, sus pies se acercaban demasiado a la raya de cal. Resultaba una situación muy confusa y exponía peligrosamente a los jugadores y al árbitro ante reacciones muy agresivas de algunos hinchas. 


Cuando se concretaba un gol o se cobraba un penal no se podía evitar el ingreso sin autorización de espectadores a la cancha. Ni hablar de lo que acontecía cuando se producía una gresca. Un desorden generalizado imposible de controlar, ante semejante batalla campal.

En lo que se refiere al contexto que rodeaba el campo de juego, conviene aclarar que en los costados laterales de la cancha -que ocupaba una manzana entera en lo que es hoy la Escuela Nº779- no existían muros ni ligustros, sino un alambrado de varios hilos. Cuando había partido el Club cubría con arpilleras todos los sectores que daban a la calle. El propósito era evitar que los mirones vieran el encuentro sin pagar la correspondiente entrada. Pero había algunos de ellos que se arriesgaban y se subían a los árboles plantados sobre la vereda de tierra que circundaban la cancha. Era común que durante el desarrollo del partido se oyera el ruido provocado por el quiebre de alguna rama que no pudo resistir el peso de una persona. Entonces de inmediato se producía la reacción de la gente, que risueñamente solía gritar ¡¡¡ ¡Auxiliooo, hombre a tierra!. Felizmente las caídas no tenían consecuencias.

Juventud Unida en 1944 dejó esa cancha de reducida dimensiones -cuyo predio había sido facilitado por su dueño, don Miguel Rueda- y se trasladó a una cancha propia y más amplia, lo que es hoy su cómodo y moderno campo de deportes. Para ello el Club llegó a un acuerdo con la dueña, señora Josefina S. de Rueda, y adquirió el terreno. La inauguración del nuevo estadio que lleva el nombre de la señora Josefina, se realizó el domingo 30 de abril de 1944 mediante la realización de un Torneo Relámpago en el cual participaron varios equipos de la zona. Ese mismo año “los verdes” tuvieron otra alegría: festejaron el campeonato ganado en el certamen de la Liga Venadense de Fútbol, correspondiente a la temporada 1943, que finalizó en setiembre de 1944.


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domingo, 10 de enero de 2016

La muerte de Evita

Por Norberto Oscar Dall’Occhio


Una fría y lluviosa noche del sábado 26 de Julio de 1952 mucha gente -como lo hacía habitualmente- esperaba escuchar por los altavoces del pueblo la canción colombiana “Se va el Caimán” que anunciaba la pronta iniciación de la función en el Cine Teatro Ideal. 

En la sala había un buen número de espectadores sentados, esperando que a las nueve comenzara, como era la costumbre, la proyección de la película anunciada. De pronto se interrumpió la grabación de un tango interpretado por la orquesta de Juan D’Arienzo que se estaba pasando en la sala. Enseguida apareció frente al escenario el señor Martínez (era rosarino), quien ese año tenía a su cargo la explotación de las instalaciones de la Sociedad Italiana. Martínez a viva voz manifestó que la función se suspendía debido a que había fallecido la señora Eva Perón.

El público consternado abandonó la sala en silencio y se dirigió a su domicilio. Por orden policial los clubes General Belgrano y Juventud Unida y los demás bares cerraron sus puertas, que juntamente con los comercios cesaron su actividad por quince días.

El Gobierno decretó duelo nacional. Por dos semanas en el país las actividades fabriles, comerciales y financieras estuvieron paralizadas, además de todo tipo de espectáculos públicos, como los deportes y la parte artística. En las escuelas se suspendieron las clases. Las radios solamente pasaban música fúnebre.

La larga inactividad comercial y laboral trajo como consecuencia la escasez de algunos alimentos de la canasta familiar debido a la falta de abastecimiento a la población de ciertos productos esenciales.

El diario oficialista “La Prensa”, confiscado por el Gobierno en 1951 y que estaba en manos de la CGT, sacaba ediciones diarias de 16 páginas, y a veces de más hojas, con amplias notas y fotografías del velatorio de Evita en la Capital Federal. Las tiradas de “La Prensa” y del diario “El Mundo” (de Editorial Haynes) no tenían techo. Simultáneamente los matutinos “La Nación” de Buenos Aires y “La Capital” de Rosario sólo podían publicar el diario con seis páginas, sin poder aumentar la tirada. El papel de diario se importaba y el Gobierno establecía los cupos según sus preferencias. Conviene recordar que a partir de 1947 determinados periódicos y diarios críticos del Gobierno fueron clausurados, entre ellos “La Vanguardia” del Partido Socialista. Las radios pertenecían al Estado.

Cosas de la política oficial de aquellos tiempos…

En la Comuna de Santa Isabel se representó una capilla ardiente en una de las salas que da a la calle. En ella había colocada una gran foto enmarcada de Evita rodeada de flores y de candelabros con velas encendidas. Existía una guardia permanente con la presencia de simpatizantes y afiliados al partido peronista. Personas del pueblo de distintas clases sociales visitaba el lugar.

A pesar del mal tiempo una noche se realizó alrededor de la plaza 9 de Julio una marcha de antorchas con la presencia de mucha gente. La foto de Evita fue colocada en una carroza, que recorrió el perímetro de la plaza. Este homenaje simbólico al aire libre se repitió en todos los pueblos y ciudades de la República. Fue una congoja popular.

El entierro ritual coincidió con el sepelio de los restos de Evita en la Capital Federal. Se retiró la foto de la capilla ardiente instalada en la Comuna y se la colocó en una carroza fúnebre acompaña de ofrendas florales. El numeroso cortejo tomó la calle Sarmiente camino al cementerio seguido por autoridades locales, docentes, alumnos de las escuelas primarias y público en general. Un grupo de colegiales acompañaban la carroza tomando con sus manos cintas argentinas que estaban adheridas a la foto de Evita. En el cementerio, la foto y las flores fueron colocadas a la entrada.

El duelo oficial se mantuvo con el correr del tiempo. Por cadena radial diariamente a las 20 y 25 de la noche se interrumpían las transmisiones habituales de los programas de las emisoras. El locutor expresaba con un tono de voz muy particular la repetida frase: “20 y 25, hora en que la Jefa Espiritual de la Nación pasó a la eternidad”.

En las escuelas era obligatoria la lectura del libro “La Razón de mi Vida” y los empleados públicos debían llevar luto y y hacer todos los días en su lugar de trabajo un minuto de silencio en homenaje a Evita.

Un poco después del fallecimiento de Evita, se filmó
la primera película documental en colores producida en la Argentina y financiada con recursos oficiales, referida a la muerte y a las exequias de Eva Perón.

El film fue visto por primera vez en el Cine Astral de Villa Cañás, en una función privada antes de conocerse en todas las salas del país. Estuvieron presentes en la ocasión el Subsecretario de Información de la Nación, Raúl Alejandro Apold, el director de cine Luis César Amadori, el representante de Noticiero Panamericano y otras autoridades. También contó con la asistencia del director de la película, el californiano Edward Cronjager, quien era camarógrafo de la 20th Century Fox de los Estados Unidos.

 
11/08/1952 – José Ingenieros 942, frente al edificio de la Comuna de Santa Isabel. Finalización de la ceremonia de duelo por el fallecimiento de Eva Duarte de Perón.

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lunes, 4 de enero de 2016

Los Campitos

Por Norberto Oscar Dall’Occhio

En la década  de 1940 y  comienzos  de la de 1950  era muy común que los chicos jugaran a  la pelota en los baldíos del pueblo. A  esos  lugares se los llamaba “campitos”. Hoy  esa  costumbre se perdió, pues tanto General Belgrano como Juventud Unida brindan  la posibilidad de  que los pibes  y los  adolescentes  utilicen sus cómodas instalaciones deportivas para jugar al fútbol.

Los baldíos eran canchas improvisadas, donde los propios  pibes determinaban un perímetro imaginario. Los arcos  eran dos  montoncitos de ropa o dos ladrillos o algunas  piedras,   que reemplazaban los palos. Previamente tenía que haber un acuerdo sobre el  largo de  los arcos.  Pero a  veces sucedía que en  un descuido durante el desarrollo del partido algún  “avivado” achicaba o agrandaba el arco  según su conveniencia. Y ahí se armaba la discusión y  comenzaban los  insultos.

En el momento previo a la iniciación del partido había una ceremonia   muy importante. Era necesario formar dos equipos. Dos pibes  similares  en  su capacidad de juego se ponían frente a frente a unos cinco metros de distancia. Cada uno a su turno adelantaba un pie. Al final perdía al  que le sobraba  el pie. Acto seguido  el ganador tenía la opción de elegir primero a un compañero de equipo. Por supuesto que  elegía  al mejor del grupo. Su rival elegía otro pibe  considerado “bueno”. Seguía la elección por descarte y los considerados “pataduras” quedaban para el final, como de “relleno”. Era una forma  bastante ecuánime de armar un partido con fuerzas parejas. Según las circunstancias,  si en un momento del encuentro un equipo se distanciaba demasiado en goles convertidos se compensaba la desigualdad de fuerzas con el trueque  de un  buen jugador de un bando por otro jugador de menor nivel  del equipo rival. Es decir los pibes tenían  bien claro el sentido lúdico del juego.

Era una diversión entretenida  donde cada uno quería demostrar sus habilidades personales. Ganarle a un equipo débil era considerado  un triunfo sin gloria. Por eso buscaban formar equipos parejos. Jugaban con zapatos, zapatillas o alpargatas. Los botines para  chicos  prácticamente no existían. Salvo alguna rara excepción, ninguno  poseía  la casaca que usan los clubes de primera división. Si recién habían salido del colegio, se sacaban el guardapolvo blanco, lo doblaban  y lo dejaban al lado de uno de los   arcos,  junto con la cartera de útiles escolares. Para custodiar el arco siempre mandaban a algún pibe con poca capacidad de juego. Cuando alguien llegaba tarde y pedía ingresar,  si  lo aceptaba el grupo  se incorporaba al juego.

Estos “picados” de potrero se jugaban sin  establecer tiempo por reloj. Sólo la oscuridad de la noche o la lluvia   los hacía prescindir del juego.  Se iba a cinco goles o más. Pero en pleno  partido  generalmente surgía un inconveniente. En algún momento aparecía la madre de algunos de los pibes para decirle a viva voz al nene que estaba preparada la leche. Como a veces esa mujer era la madre del “dueño de la pelota”, el partido se  suspendía  de inmediato. 

Hoy la pregunta  lógica sería,  pero ¿cómo  no había otra pelota?  La respuesta es que no.  En   esos tiempos  las pelotas de goma o de cuero  no estaban al alcance de todos los padres. Por ese motivo  el dueño de la pelota se convertía en un personaje especial, aunque fuera un “patadura”.  Los chicos solían jugar en la calle o en la vereda  con una pelota de trapo que las madres le preparaban  rellenando medias de mujer. En los campitos se jugaba con una pelota que picara en el piso. Tenía más sabor a fútbol porque  había que dominar el balón en el aire, ya sea con los pies, el pecho o la cabeza. 


Un baldío  muy utilizado estaba ubicado en  General López y  General Roca, donde  aún hoy se mantiene en pie una vieja palmera. Lo llamaban el “Campito del Bajo”. Por su amplitud, otro baldío  concurrido por chicos y adolescentes estaba  entre las calles General Roca, Santa Fe, Italia y Brasil. Era una manzana completa, donde años más tarde se instaló la fábrica de leche en polvo. Las vías del ferrocarril no existían, pues  se construyeron recién en la década de 1950.

En José Ingenieros al 1400  había un terreno desocupado, cercano del  lugar donde actualmente se encuentra instalado el tanque de agua potable. Allí  también  los chicos armaban su picado.

En Santa Fe  al 1400  había un amplio  descampado (hoy Parque Tirelli), muy propicio para practicar  fútbol. Los pibes para jugar  achicaban el perímetro,  pero los adolescentes y mayores lo ampliaban  como si fuera una cancha  normal. Habían colocado improvisados  arcos de madera, aunque  eran  bastante precarios. Ese  baldío  dejó  de utilizarse en 1950, cuando el Ferrocarril  y la Comuna dispusieron forestar el lugar con plantaciones de eucaliptus.

En la década de 1930,  en la esquina de José Ingenieros  y Mitre, en la misma manzana  donde está el edificio de la Comuna,  había un baldío  en el cual  los pibes jugaban sus picados.

En las escuelas primarias estaba prohibido  jugar al fútbol.  Sin embargo  los varones no podían impedir su impulso  futbolero  y en algún descuido de la celadora   improvisaban un mini  picadito con una pequeña pelota y algunas veces hasta con una naranja.  Pero  solía suceder  que en  forma inesperada  aparecía la maestra  y  les  incautaba la pelota además  de  la consiguiente reprimenda.

En la década de 1940 aparecieron en el pueblo  las canchas de Baby Fútbol. Para los pibes fue toda una novedad, ya que les permitía jugar en una cancha marcada, con arcos de madera(a veces  con red), con pelota de cuero y con vestimenta  similar a la que usaban  sus ídolos, los  jugadores mayores que integraban  los clubes de primera división. 


General Belgrano instaló su cancha de Baby  Fútbol,  que tenía luz artificial,  en el predio ubicado en General López  esquina  25 de Mayo  y Juventud Unida en las instalaciones contiguas a la Sociedad Italiana.  En esos lugares se organizaban importantes partidos  y torneos  diurnos y nocturnos con la intervención de equipos de la zona. Los cotejos contaban con la concurrencia de mucho público, que en algunas circunstancias,  por la atracción que ejercían, colmaban totalmente la capacidad  de  esos  mini estadios deportivos.

A  partir de 1949  se iniciaron en el país  la disputa de los Torneos Infantiles  “Evita”, promovidos por la Fundación “Eva Perón”. A partir de 1950 la Comuna local  todos los años formaba un equipo de pibes que representaba al pueblo. Los jóvenes  enfrentaban a equipos similares de la región.

Esta es una breve historia de los baldíos y los campitos del pueblo. Esos  potreros  fueron excelentes “semilleros”  y dieron lugar a la formación de destacados futbolistas  que posteriormente  se desempeñaron en equipos locales y algunos de ellos triunfaron en la región integrando elencos de clubes de primer nivel.    

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