domingo, 29 de diciembre de 2013

La Señora de las Cañas.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 81 - 28/08/07

Sin dudas, la historia de Santa Isabel no estaría completa si no se le dedicase un espacio a Aurora Buscarioli, conocida como la Señora de las Cañas.
 
 Sus orígenes se remontan a Villalpando, un pueblo de Castilla y León en España, lugar desde donde llegaron sus padres al corazón de la pampa húmeda, como tantos otros inmigrantes, buscando la realización de sus sueños. 

 Esta pareja de labradores se instaló en lo que hoy es el límite entre Santa Isabel y María Teresa. De ellos nacieron 7 hijos. Aurora fue la segunda, un ser muy especial, diferente, que alegró el hogar de sus padres el 30 de octubre de 1916 y que tuvo una juventud poco sencilla ya que, como mucama, debió trabajar mucho.
 Se casó con Pedro Cicci. Mientras él trabajaba en los galpones del ferrocarril, ella lo hacía en la fábrica de medias del Sr. Tavani. Tuvieron tres hijos: Rosendo, Cristóbal y Lucio. Aurora pedía con frecuencia a Dios por seguridad para sus hijos, alimentos y salud. Solo eso la conformaba.

 Se cuenta que una tarde, mientras lavaba medias en el patio de su casa, se acercó a ella una vecina con su bebé en brazos pidiéndole, entre llantos, que cure a su pequeño hijo. Aurora no entendía, le pedía que lo llevara al médico, pero la mujer insistía de un modo sorprendente.

 Aurora tomó un crucifijo que llevaba colgado al cuello y lo posó sobre el cuello de la criatura quien evidenció una rápida mejoría. Brotaron de sus labios palabras desconocidas. La fiebre bajó. Le recetó una infusión de Yerba de Pollo. El niño estaba totalmente curado. A cambio recibió una gallina y la fama que la acompañaría hasta su muerte.

 Comenzó a tener videncias. Existen sobradas pruebas de que fue consultada por gente humilde y también por personalidades de todo el país y del extranjero. Uno de los casos más conocidos fue el de las hermanas Norma y Mimí Pons. 

 No todas fueron rosas para Aurora. Sufrió persecuciones por parte de las autoridades y denuncias. Pero hasta la policía la consultaba aunque, muchas veces, el mismo agente que se había hecho atender la premiaba haciéndole pasar una noche fría en la celda.

 No cobraba ni un peso. Se valía de un crucifijo, cintas y cañas. Curó, atendió o sanó -o como se lo quiera llamar- hasta que sus fuerzas y su salud se lo permitieron. 

 Su deterioro comenzó cuando falleció su esposo. Él fue quién más la comprendió, el que luego de extenuantes jornadas en las que se enfrentaba con enfermos del cuerpo y del alma, la esperaba con unos amargos. Pata de Cabra, empachos, ojeaduras, borracheras, traiciones, celos. Todos pasaban por la modesta casa de calle 25 de Mayo.

 A fuerza de aliviar males ajenos olvidó los propios. Una ataque de presión la llevó a declinar, a sentirse perdida, a sumirse en un mundo desconocido para el resto de los mortales durante varios años. Murió acompañada de sus familiares en el año 2000, recibiendo o despidiendo el milenio. 

 Poderes extraordinarios, sugestión, propiedades curativas de ciertas yerbas, fe... O la combinación de todas ellas; tal vez esas hayan sido las armas que utilizaba para aliviar los cuerpos y las mentes, o para indicar el lugar en que se encontraba un objeto perdido.

 Dicen que su padre, al igual que ella, también tenía videncias. ¿Alguien habrá heredado esas facultades?

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