Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 81 - 28/08/07
Sin dudas, la historia de Santa
Isabel no estaría completa si no se le dedicase un espacio a Aurora
Buscarioli, conocida como la Señora de las Cañas.
Sus orígenes se remontan a
Villalpando, un pueblo de Castilla y León en España, lugar desde donde
llegaron sus padres al corazón de la pampa húmeda, como tantos otros
inmigrantes, buscando la realización de sus sueños.
Esta pareja de labradores se
instaló en lo que hoy es el límite entre Santa Isabel y María Teresa. De
ellos nacieron 7 hijos. Aurora fue la segunda, un ser muy especial,
diferente, que alegró el hogar de sus padres el 30 de octubre de 1916 y
que tuvo una juventud poco sencilla ya que, como mucama, debió trabajar
mucho.
Se casó con Pedro Cicci. Mientras
él trabajaba en los galpones del ferrocarril, ella lo hacía en la
fábrica de medias del Sr. Tavani. Tuvieron tres hijos: Rosendo,
Cristóbal y Lucio. Aurora pedía con frecuencia a Dios por seguridad para
sus hijos, alimentos y salud. Solo eso la conformaba.
Se cuenta que una tarde, mientras
lavaba medias en el patio de su casa, se acercó a ella una vecina con su
bebé en brazos pidiéndole, entre llantos, que cure a su pequeño hijo.
Aurora no entendía, le pedía que lo llevara al médico, pero la mujer
insistía de un modo sorprendente.
Aurora tomó un crucifijo que
llevaba colgado al cuello y lo posó sobre el cuello de la criatura quien
evidenció una rápida mejoría. Brotaron de sus labios palabras
desconocidas. La fiebre bajó. Le recetó una infusión de Yerba de Pollo.
El niño estaba totalmente curado. A cambio recibió una gallina y la fama
que la acompañaría hasta su muerte.
Comenzó a tener videncias. Existen
sobradas pruebas de que fue consultada por gente humilde y también por
personalidades de todo el país y del extranjero. Uno de los casos más
conocidos fue el de las hermanas Norma y Mimí Pons.
No todas fueron rosas para Aurora.
Sufrió persecuciones por parte de las autoridades y denuncias. Pero
hasta la policía la consultaba aunque, muchas veces, el mismo agente que
se había hecho atender la premiaba haciéndole pasar una noche fría en la
celda.
No cobraba ni un peso. Se valía de
un crucifijo, cintas y cañas. Curó, atendió o sanó -o como se lo quiera
llamar- hasta que sus fuerzas y su salud se lo permitieron.
Su deterioro comenzó cuando
falleció su esposo. Él fue quién más la comprendió, el que luego de
extenuantes jornadas en las que se enfrentaba con enfermos del cuerpo y
del alma, la esperaba con unos amargos. Pata de Cabra, empachos,
ojeaduras, borracheras, traiciones, celos. Todos pasaban por la modesta
casa de calle 25 de Mayo.
A fuerza de aliviar males ajenos
olvidó los propios. Una ataque de presión la llevó a declinar, a
sentirse perdida, a sumirse en un mundo desconocido para el resto de los
mortales durante varios años. Murió acompañada de sus familiares en el año
2000, recibiendo o despidiendo el milenio.
Poderes extraordinarios,
sugestión, propiedades curativas de ciertas yerbas, fe... O la
combinación de todas ellas; tal vez esas hayan sido las armas que
utilizaba para aliviar los cuerpos y las mentes, o para indicar el lugar
en que se encontraba un objeto perdido.
Dicen que su padre, al igual que
ella, también tenía videncias. ¿Alguien habrá heredado esas facultades?
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