viernes, 27 de diciembre de 2013

Corso con efecto dominó.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 75 - 20/02/07

 Este es un tiempo en el que la fiesta de carnaval pasa totalmente desapercibida en nuestra localidad, aunque hasta hace muy poco se han organizado algunos corsos.

 Si bien es imposible saber con precisión en que fecha se comenzaron a realizar estos festejos en Santa Isabel, hay fotografías tomadas en 1925 que muestran disfrazados y carrozas adornadas para la ocasión. 

 Pero la historia que nos interesa y que se cuenta como verdadera, con algunas variaciones, sucedió mucho más adelante en el tiempo, en un año incierto de fines de la década de 1960 o principio de la de 1970. Era el tiempo en que todavía se jugaba con agua y no solo en los corsos. Cualquier día de carnaval y a cualquier hora se podía llegar a recibir un baldazo de agua. Las guerras entre chicos y chicas, niños, adolescentes y jóvenes - y a veces también entre gente más grande- eran moneda corriente y una sana y alegre manera de divertirse. La serpentina y el papel picado aún seguían siendo los elementos más usados para tirarle a los disfrazados, a las carrozas o al sexo opuesto, y los pomos de plástico para agua, de distintos tamaños y colores, eran el furor. No existía la nieve loca y los globitos recién empezaban a aparecer.

 Luego de su reapertura, el Hospital Miguel Rueda era la institución organizadora de los corsos aunque a veces se lo concedía a alguna otra entidad. También era la propietaria de unos postes cuadrados que, pintados de varios colores, en la parte superior formaba una "V" llena de lamparitas por arriba y por abajo. Esos palos, que sostenían las bocinas para el sonido y llevaban adosados unas chapas circulares con caricaturas pintadas, se colocaban en el centro de la calle formando una avenida por la cual circulaban las carrozas y los automóviles -que pagaban entrada para estar en el corso- en una especie de vuelta del perro sin fin.

 Esa vez se organizó en calle San Martín, desde Santa Fe hasta José Ingenieros. Sobre la calle pavimentada se habían colocado los palos sostenidos en la base por tubos de cemento llenos de arena adonde se los había plantado, tal como era el sistema. Por ellos -5 o 6 por cuadra- pasaban los cables para encender las lámparas y conectar las bocinas. Después de algunas noches de éxito se decidió extender el corso una cuadra más, hasta Paraguay, esta vez en una calle de tierra y con otros postes enterrados en el centro de la calle. 

 Se acercaba un nuevo fin de semana que se perfilaba con muy buen tiempo para concentrar a mucho público en otra noche "carnestolenda", como se decía. Pero el destino fatal quiso que una tardecita calurosa avanzara por José Ingenieros una cosechadora que, al pasar por la esquina de San Martín, enganchó, sin que el conductor se diera cuenta, uno de los cables del corso que cruzaba la bocacalle... Sobrevino el desastre... El primer poste, que estaba sobre la esquina, cayó cerca de la vereda contraria al Club Juventud. Este tiró de los cables y arrastró al segundo, este otro al tercero y así sucesivamente. Una especie de efecto dominó se había activado.

 Se cuenta de señoras que buscaron refugio en el umbral más cercano y que varios parroquianos que estaba disfrutando de un aperitivo en la vereda de un bar de San Martín al 1200 (hoy una heladería) cuando vieron venir la ola de postes dejaron los tragos y vituallas sobre la mesa y corrieron a guarecerse al salón. 

 El efecto solo se detuvo cuando, al llegar a Santa Fe, cayó el último de los postes. No hubo heridos ni mayores daños, pero los organizadores del corso debieron dedicar trabajo extra para levantar todo lo caído contra reloj para brindar otra noche de carnaval. 

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