Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 84 - 27/11/07
La
llegada
de un
circo en
el
invierno
de 1962
prometía
cambiar
el
letargo
del
Santa
Isabel
de aquel
tiempo,
en el
que los
divertimientos
eran
escasos
comparados
con la
actualidad.
Por eso,
esa
noche
del
debut,
el
público
casi que
había
cubierto
las
localidades
de la
modesta
carpa
que
había
sido
instalada,
como era
habitual,
en la
esquina
de
Brasil y
Mitre.
Era en
un
descampado
que
alcanzaba
a toda
la
manzana
que
completaban
las
calles
Sarmiento
y
Corrientes,
frente
al
terreno
del
ferrocarril
que
tenía un
monte de eucaliptus.
La publicidad había entusiasmado a la gente a llegarse a esa función inaugural. Una camioneta tirando un carromato jaula que exhibía un león en su interior había recorrido el pueblo mientras anunciaba el número más importante: "...¡No se pierda esta noche la presentación del indómito león Togo!!", decía el locutor.
Todo transcurrió dentro de la normalidad en la primera parte de esa
noche circense. Pasaron payasos, magos y equilibristas que hicieron reír
y asombrar al público compuesto por personas de todas las edades. Hasta
que llegó el momento esperado, el número con los leones.
Los asistentes armaron en la pista
una gran jaula con una manga enrejada a la cual atracaron un primer
carromato. Abrieron la puerta y un león -posiblemente Togo- bajó del
mismo y caminó sin problemas hasta el centro, en donde ya estaba
esperándolo el domador. Después colocaron otro carromato y trataron de
repetir la operación con un segundo animal. Pero éste estaba echado en
el piso y sin intenciones de moverse. Para que se bajara, los asistentes
golpearon los barrotes y el techo del aparato y lo azuzaron con un
palo... pero nada, el león seguía en el piso. Por eso el domador salió
de la jaula dejando solo al primer animal y fue a ayudar para lograr el
cometido.
Mientras estaban
en esa faena, el león que aburrido daba algunas vueltas en la jaula de
la pista, se metió en la manga rumbo al carromato. Ante esto, los
asistentes cerraron la puerta impidiéndole el paso para que no suba al
aparato, por lo que el animal, al querer volverse hacia la pista, como
la manga era angosta, se paró sobre una reja que cedió un poco y dejó
una abertura. La fiera aprovechó la ocasión, se coló a la parte trasera
de la pista y comenzó a caminar hacia el público.
Cuando la gente se percató de la
situación, primero los más cercanos, comenzaron los gritos y las
corridas hacia la salida. Los que estaban frente a la jaula y a la manga
tardaron un poco en darse cuenta porque las rejas les daba una falsa
sensación de seguridad. Igual todo el mundo salió de la carpa en medio
de una batahola descomunal ganando la calle y corriendo en distintas
direcciones, especialmente hacia el centro del pueblo o, algunos chicos,
subiéndose a los árboles.
El
león, que parece que no era tan indómito, mientras todos corrían, salió
muy tranquilamente por la parte de atrás de la carpa destinada al
movimiento de los artistas, hacia el descampado, donde el personal del
circo lo atrapó y lo volvió a poner en el carromato. Pero a esa altura
de la circunstancia la gente ya había huido despavorida. La mayoría
estaba, expectante, a 150 metros, en la esquina de Mitre y Santa Fe.
Desde allí, después de un tiempo, escucharon al locutor que por los
parlantes los llamaba: "Regresen, ¡la bestia ha sido capturada!", decía.
Con un poco de recelo, el público fue
regresando de a poco. Y antes de continuar con la función devolvieron
las cosas que en el desorden de la estampida la gente había perdido:
"¡Se ha encontrado un zapato marrón de dama!... "Acá hay un birrete de
conscripto!...", "¿Quién es la dueña de esta cartera negra?!..."
Después retornó el espectáculo.
Finalmente actuó el león Togo, dieron una obra de teatro típica del
circo criollo y finalizó aquella función que quedó grabada en la
historia.
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Yo estaba esa noche
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