domingo, 29 de diciembre de 2013

El indómito león Togo.

Publicado en "Acercar a la Gente" Nº 84 - 27/11/07

 La llegada de un circo en el invierno de 1962 prometía cambiar el letargo del Santa Isabel de aquel tiempo, en el que los divertimientos eran escasos comparados con la actualidad. Por eso, esa noche del debut, el público casi que había cubierto las localidades de la modesta carpa que había sido instalada, como era habitual, en la esquina de Brasil y Mitre. Era en un descampado que alcanzaba a toda la manzana que completaban las calles Sarmiento y Corrientes, frente al terreno del ferrocarril que tenía un monte de eucaliptus.

 La publicidad había entusiasmado a la gente a llegarse a esa función inaugural. Una camioneta tirando un carromato jaula que exhibía un león en su interior había recorrido el pueblo mientras anunciaba el número más importante: "...¡No se pierda esta noche la presentación del indómito león Togo!!", decía el locutor.

 Todo transcurrió dentro de la normalidad en la primera parte de esa noche circense. Pasaron payasos, magos y equilibristas que hicieron reír y asombrar al público compuesto por personas de todas las edades. Hasta que llegó el momento esperado, el número con los leones.

 Los asistentes armaron en la pista una gran jaula con una manga enrejada a la cual atracaron un primer carromato. Abrieron la puerta y un león -posiblemente Togo- bajó del mismo y caminó sin problemas hasta el centro, en donde ya estaba esperándolo el domador. Después colocaron otro carromato y trataron de repetir la operación con un segundo animal. Pero éste estaba echado en el piso y sin intenciones de moverse. Para que se bajara, los asistentes golpearon los barrotes y el techo del aparato y lo azuzaron con un palo... pero nada, el león seguía en el piso. Por eso el domador salió de la jaula dejando solo al primer animal y fue a ayudar para lograr el cometido.

 Mientras estaban en esa faena, el león que aburrido daba algunas vueltas en la jaula de la pista, se metió en la manga rumbo al carromato. Ante esto, los asistentes cerraron la puerta impidiéndole el paso para que no suba al aparato, por lo que el animal, al querer volverse hacia la pista, como la manga era angosta, se paró sobre una reja que cedió un poco y dejó una abertura. La fiera aprovechó la ocasión, se coló a la parte trasera de la pista y comenzó a caminar hacia el público.

 Cuando la gente se percató de la situación, primero los más cercanos, comenzaron los gritos y las corridas hacia la salida. Los que estaban frente a la jaula y a la manga tardaron un poco en darse cuenta porque las rejas les daba una falsa sensación de seguridad. Igual todo el mundo salió de la carpa en medio de una batahola descomunal ganando la calle y corriendo en distintas direcciones, especialmente hacia el centro del pueblo o, algunos chicos, subiéndose a los árboles.

 El león, que parece que no era tan indómito, mientras todos corrían, salió muy tranquilamente por la parte de atrás de la carpa destinada al movimiento de los artistas, hacia el descampado, donde el personal del circo lo atrapó y lo volvió a poner en el carromato. Pero a esa altura de la circunstancia la gente ya había huido despavorida. La mayoría estaba, expectante, a 150 metros, en la esquina de Mitre y Santa Fe. Desde allí, después de un tiempo, escucharon al locutor que por los parlantes los llamaba: "Regresen, ¡la bestia ha sido capturada!", decía.

 Con un poco de recelo, el público fue regresando de a poco. Y antes de continuar con la función devolvieron las cosas que en el desorden de la estampida la gente había perdido: "¡Se ha encontrado un zapato marrón de dama!... "Acá hay un birrete de conscripto!...", "¿Quién es la dueña de esta cartera negra?!..."

 Después retornó el espectáculo. Finalmente actuó el león Togo, dieron una obra de teatro típica del circo criollo y finalizó aquella función que quedó grabada en la historia. 

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